Detrás de la noticia / Carlos Calvo


Por Carlos Calvo

El buen periodismo, como la canícula, a veces es un cuento, hecho de añicos, de pequeños detalles, de sutilezas, de inadvertida felicidad y de episodios que fijan los latidos de la memoria. No es lo usual, y pronto vuelven el viento y las hojas en el suelo. Aquí, en ‘El pollo urbano’, somos reacios a recibir órdenes.

Según llegan se van, tal cual vinieron con su voz de mando, ar, en busca de algún objetivo más susceptible al “sí, señor”. Somos independientes. O, al menos, eso intentamos. Sin embargo, ¿qué es hoy de los medios escritos?

Muchos vaticinan que las nuevas tecnologías acabarán con los periódicos tal y como los hemos conocido, pero los diarios impresos tendrían que aguantar como verdaderos referentes informativos de la sociedad. Ahora bien, ¿quién trabaja con rigor y pluralidad, aplicando valores y principios de corte ético? La gente quiere que le informen de lo que siente más próximo, pero los lectores, que no son tontos, necesitan informaciones de fiar, bien hechas y honradas, serias y con principios, que sepan trasladar de la mejor manera posible la realidad a los demás. Cuando decimos que “la gente no es tonta”, muchos periodistas, sin embargo, están pensando lo contrario, que sí lo es. O, si no lo es del todo, es susceptible de ser manipulable. Que eso son los medios de comunicación de masas bajo el capitalismo, salvo excepciones, al servicio de la ideología dominante: manipular a las masas y conformar eso que llaman “opinión pública” como si sus cerebros fuesen de plastilina. Y la manipulación no es otra cosa que ofrecer una mercancía ponzoñosa en contra de los intereses objetivos de las masas, del público, del ciudadano, del individuo. La sociedad no se dividiría en clases sino, como lo presumía Ortega y Gasset, en élites y masas, en listos y purria.

De vez en cuando, quienes pretenden estar por encima del bien y del mal descienden de su pedestal, o son descendidos, y se ponen a la altura del resto de los ciudadanos. Lo políticamente incorrecto es siempre más interesante, revelador y divertido. ¿Existe algún personaje interesante que no sea políticamente incorrecto? Y que tire la primera piedra quien esté libre de pecado, quien no haya deseado los peores males para ese periodista con el que no estamos de acuerdo nunca. Es cierto, no obstante, que existe un tipo de columnista en todos los periódicos absolutamente imprescindible, que examina los asuntos presentes desde sus perspectivas importantes, de gravedad especializada y peso específico, ya sean asuntos internacionales o puntos de vista de la cercanía, de la cotidianidad, del sentido común peatonal. Pero son, lamentablemente, los menos. Que un periódico haga bien su función requiere que sea molesto con las administraciones públicas. Luego cada uno puede ser más o menos quisquilloso, pero molesto tiene que ser siempre. Un buen periodista dice cosas que molestan, corrige actitudes, pide que se revise la legalidad de actuaciones, sopla en el cogote del organismo oficial, funciona como válvula entre los ciudadanos y la administración.

 

Cuando el periodismo no asume su obligación con la sociedad, tiene que ser esta la que asuma ese papel. Sobre todo para que se les caiga la cara de vergüenza. Si no, aquello de “obedecer es nuestro destino, y aquel que no quiera someterse será necesariamente desplazado”, que dijo Thomas Carlyle, parece tomar carta de naturaleza en una profesión decididamente mortecina. El periodismo es un producto cultual que actúa como una gran pantalla global y que funciona como un espejo universal y poliédrico, pero han dejado de hacer su trabajo, el de controlar a los poderes fácticos. Han estado demasiado cerca de los poderes políticos y económicos, y la amistad entre ellos ha provocado la desconfianza de la ciudadanía. Solo un buen periodista hará a la sociedad más libre y esta premisa básica ha de entenderse para valorar esta profesión, donde, por otra parte, el matrato económico no es nuevo con la crisis, sino que viene produciéndose desde mucho antes. Los buenos periodistas están yéndose a sus casas para que se contrate a gente a precio más bajo, algo que es un contrasentido ya que, si bajo la calidad, el ciudadano se alejará de los medios. El sometimiento económico a los periodistas se debe a la idea de hacer puro negocio de los medios de comunicación, y hay temas intocables y empresas importantes en España de las que no se habla porque aportan una gran cantidad de dinero a la tarta de la publicidad.

 

Tiene razón el profesor de filosofía Mariano Berges cuando afirma que “los periodistas ofician como profetas en nombre de Jehová, unos transmitiendo correctamente la voluntad de Jehová, o sea, la realidad social, y otros tergivesando o manipulando esa realidad por intereses espurios, sean propios o ajenos. Ha habido momentos mejores que el actual para el periodismo español, por ejemplo el momento de la transición, al final del franquismo, cuando la competitividad de los medios era por ver quién colaboraba más y mejor en la consolidación democrática. Actualmente, entre la crisis económica y la crisis tecnológica, el periodismo anda triste y depresivo, lo que le ayuda poco en su función profética de contar la realidad correctamente y con la verdad como objetivo fundamental. Está, como todos los productos culturales, en una situación de descrédito profesional y de déficit funcional”.

 

Y añade: “La gente se pregunta qué es la cultura, para qué sirven los políticos, si son independientes los medios de comunicación. Una visión cínica del periodismo sostiene que la verdad no existe. Que puede haber tantas verdades como interpretaciones de la realidad. Esto es falso y engañoso. La verdad en periodismo existe, es la verdad de los hechos. Sin embargo, potentes medios se dedican a falsear la realidad. Más que informar, desinforman. Y no entremos en el mundo de internet, eso es una selva. Es el lector quien debe ser inteligente para intepretar lo que lee. Los periódicos hay que interpretarlos. A pesar de todo, la cultura, la política y el periodismo son tres elementos inexcusables y necesarios en una sociedad moderna y democrática. Pero lo serán si sus miembros ejercientes garantizan la calidad de sus contenidos y cumplen con las normas deontológicas que todo profesional tiene como obligación moral y material”.

 

El periodismo, pues, tiene una responsabilidad, necesita contrastar sus fuentes, contextualizar las noticias, y no simplificar su discurso ni dar margen a la demagogia ni al alarmismo. Pero no. Hoy, no sucede esto. Si quieren entregarle lo mejor al lector –simplemente, porque no se merece menos- hay que atreverse a poner a los políticos contra las cuerdas, enfrentándolos a sus propias declaraciones. De lo contrario, el oficio palidece, su mediocridad se revela de forma instantánea. El ejemplo del periodismo español, muchas veces, es fuente inagotable para conocer cómo no se debe hacer periodismo. Porque uno de los deberes más sagrados de todo medio de comunciación y, por ende, de todo y toda buena periodista es situar el acontecimiento en su contexto. Antes de realizar un diagnóstico, es preciso indagar en los antecedentes del hecho, averiguar qué o quiénes son sus causantes, mirar al futuro y plantear un pronóstico… No se trata de ninguna revolución informativa. Es, simple y llanamente, periodismo de calidad. ¿Encuentran algo similar en el cansino mensaje dominante hoy en día en los grandes medios de comunicación?

 

De un tiempo a esta parte estamos asistiendo a una supresión sistemática y criminal del pensamiento crítico en los medios. Aprovechando que el Ebro pasa por Zaragoza han desaparecido voces y plumas críticas relevantes. El principal responsable de la crisis está adquiriendo cada vez más poder en los medios de comunicación, sin que nadie diga nada, alce su voz o denuncie semejante atentado a la libertad de expresión. Mientras tanto, se adelgazan las noticias, se mezclan los formatos y la frivolidad campea a sus anchas. El pensamiento crítico no llega por inspiración divina. Cuesta. Hay que cultivarlo. Exige tiempo y esfuerzo personal. Es mucho más fácil sentarse en el sofá y dejarse llevar. Es pensamiento atribuido a Turícides: “Se tiene que escoger entre ser libre o descansar”.

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