La huida veraniega / Dionisio Sánchez

pdionisio7Por Dionisio Sánchez

Cuando llegan estos días van apareciendo en las calles céntricas de nuestra ciudad una nueva “fauna” urbana disfrazada de pantalones cortos, chancletas y gorros de lo más variopinto. Se ponen como locos de helados, se protegen los ojos con enormes gafas de colorines  y llevan  en los bolsillos laterales de sus mochilitas de paseo unos tremendos botellones de agua mineral.

Y les bailan al cuello cámaras de fotografía  de todos los modelos habidos y por haber.

Los autobuses les han dejado en la ribera del Club Náutico, junto al Ebro y desde allí se desparraman por el “salón de la ciudad” viendo a uña de caballo los exteriores del Pilar, la Seo y el Ayuntamiento. Se compran una melonada en las tiendas para turistas, las gitanas los rodean con unos ramitos de tomillo pretendiendo leerles la buenaventura, se hacen cuatro fotos con posturitas (si son jóvenes) y con el fondo de la basílica si les llegó ya la jubilación.

Cuando este cuadro se  pinta en la  calle Alfonso de nuestra ciudad, es hora de jopar.

Así es todos los años. Por más intentos que se han hecho desde el ayuntamiento para que los autobuses aparquen en otras zonas, erre que erre, aterrizan todos en la ribera. Con los maletones a cuestas, se meten en los hoteles cercanos (los más afortunados porque eso significa que al menos pernoctarán una noche) y ¡hala! al bufet libre, ducha, siesta y a ver la tele porque hay que ahorrar para cuando se llegue al destino ya que Zaragoza es solo una parada de paso. Y hasta ahora –y ya son años- jamás turista alguno ha pasado de la plaza de España. El ghetto del casco viejo los atrapa y la zona imantada del Pilar los retiene hasta que ¡por fin! son avisados para una vez aseados y meados, volver a los autobuses y proseguir ruta. Y así hasta el infinito….Y uno, en su modestia, ante estas imágenes repetidas todos los junios, julios y agostos capitalinos, añora su pueblo, escuálida villa castellana donde no hay imanes ni autobuses aunque eso sí, cada vez más coches de los que acuden a buscar unos días de sosiego, sombra y familia.

Señaladas, pues, las fechas de la huida, se impone revisarlas cosas pendientes, acelerar unas capas de barniz a los  irresolubles problemas que se arrastran todo el año y que seguirán (si dios quiere) hasta que el tiempo los desmorone o se produzca el milagro, y tomar las de Villadiego.

Y la verdad es que cuando el calor te machaca dos o tres miserables días en estas fechas, algo en nuestro interior se pone en marcha que nos hace emprender camino carretero. Luego, más adelante, aprenderemos a disfrutar de la soledad urbana, de las noches de terraza y corro de amigos. Pero ahora, lo urgente es marcharse, quitarse el mal pelo del invierno y poder ser acariciado por las brisas  de una chopera o caminar entre las sombras de un bosque de  carrascas. Y a eso vamos.

Seguro que pronto vendrán los problemas cotidianos, las peleas sin sentido que provocan los tontos que nos rodean, las envidias y las melonadas de los que creen que nos organizan la convivencia. Pero cuando eso ocurra, casi seguro que ya será otoño. Y de aquí a entonces, amigos, compañeros y camaradas, ¡a disfrutar!

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