Prisionera número 18.217


Por Esmeralda Royo

    Tras el bombardeo de Guernika por parte de las aviaciones alemana e italiana y la ocupación de ciudades del norte por las tropas de Franco en 1937, se produjo la evacuación de aproximádamente 40.000 niños para ponerles a salvo. 3.000 de ellos fueron enviados a la Unión Soviética

    Olvido Fanjul, una gijonesa de 26 años que había prestado servicio como enfermera en el Socorro Rojo Internacional, acompañó, junto a otros cuidadores y profesores a 1.100 niños vascos y asturianos de entre 2 y 5 años en el viaje que los llevaría a Leningrado. Con un grupo de ellos se instaló en Pushkin y ejerció como educadora esperando que la  guerra española terminara, sin saber que la vida de la que disfrutaban sólo era un paréntesis entre dos guerras y que tendría que valerse de la fuerza y el coraje que había demostrado hasta ese momento para poder sobrellevar lo que le esperaba.

      Allí vivieron la victoria de Franco en la guerra española, el pacto de no agresión nazi-soviético, firmado unos días antes de comenzar la II Guerra Mundial, y más tarde la invasión alemana de la URSS, lo que provocó la entrada de ésta en la contienda. 

      Aquellos años en Pushkin fueron de relativa tranquilidad. Mantuvo una relación con Dimitri, comandante de aviación ruso del que sólo se sabe el nombre y que pudo llegar a casarse con él.  Cuando éste fue destinado al combate en la “Operación Barbarroja” y comienza el cerco de Leningrado, parte del contingente español es enviado al este para ponerles a salvo pero ella, que está embarazada, rehusa a la espera de tener noticias de su marido que nunca llegarán. Olvido es detenida y trasladada a la carcel estona de Tallin donde será considerada prisionera rusa, no española.    

      Condenada a realizar trabajos forzados, dará a luz a un hijo que le será arrebatado a los tres meses para “el servicio de Hitler” o lo que es lo mismo, para ser dado en adopción. Su desesperación es total y sólo saldrá adelante gracias a la solidaridad de otras detenidas que la cuidan hasta el punto de suministrarle ellas mismas la comida ante la negativa de Olvido a hacerlo. 

    Es imposible imaginar de qué forma esta mujer, como tantas otras, sacó fuerzas para soportar el día a día en Tallin, pero esto sólo era el principio porque lo que le esperaba era la deportación a Ravensbrück (“puente de los cuervos” en alemán), donde se convirtió en la prisionera número 18.217.

     Este campo de concentración exclusivo para mujeres y conocido como “el mayor burdel del III Reich”, fue uno de los primeros en inaugurarse y el último en ser liberado.  Para que nos hagamos una idea de su funcionamiento basta con decir que cuando todo estaba perdido para Alemania y las cámaras de gas de los campos de exterminio (todos ellos en Polonia) comenzaron a desmantelarse, Ravensbrück en territorio alemán y a 90 kms. de Berlín, las puso en funcionamiento. Llegaron a estar 132.000 mujeres, de las que sólo 40.000 saldrían con vida. El número de españolas fue de unas 400, de las cuales sobrevivieron 11.  Elisa Garrido, “la mañica”, detenida por la Gestapo tras exiliarse y unirse a la resistencia en Francia, fue una de las víctimas de los experimentos médicos y las torturas que allí se produjeron.

    Olvido Fanjul coincidió con la doctora Herta Oberheuser, sentenciada posteriormente a 10 años de reclusión tras los cuales, oculta bajo otra identidad, volvió a ejercer la medicina hasta que fue descubierta en 1958. Así mismo, conoció a las guardianas María Mandel, “la bestia”, y Dorothea Binz, condenadas por crímenes de guerra y ejecutadas.

    El campo fue liberado por el Ejército Soviético el 30 de abril de 1945 y la superviviente Olvido Fanjul comprobó que con respecto a Ravensbrück, durante años se instaló un cierto pacto de silencio que propició la amnesia colectiva de lo que allí ocurrió y no se quiso dar credibilidad a los testimonios de las mujeres supervivientes.

     Olvido Fanjul perdió parte de la visión como consecuencia de los trabajos de soldadura que realizaba sin protección para la empresa Siemens, que utilizaba a prisioneras de los campos y las cárceles,  así como la audición en un oído tras una brutal paliza, lo que provocó que necesitara meses de recuperación.  Primero en un hospital de Gotemburgo y más tarde en Arcachón.

     Se estableció definitivamente en la occitana Tarbes y allí su vida comienza de nuevo cuando un familiar le habla de Gerardo Blanco, un excombatiente republicano que necesita compañía porque se encuentra solo y recuperándose en la misma localidad.  Cuida de él y ya no se separarán.

     Para volver a España, ya en los años 60, les exigen certificado de matrimonio eclesiástico y de bautismo de sus hijos, así como de buena conducta de la Guardia Civil y otro de Falange.  Los obtienen pero, 25 años después de terminada la guerra civil, Gerardo seguirá vigilado y tendrá que presentarse periódicamente en el cuartel de la Guardia Civil.

     Con respecto a ella, le ocurrió lo que a muchas de las que regresaron: tuvieron que enfrentarse al miedo y la indiferencia. ¿Cómo iba a relatar en plena dictadura franquista el sufrimiento infringido por los aliados de Franco?  ¿Quién iba a estar dispuesto a escucharla?

       Murió a los 90 años sin haber contado nada a sus hijos.  Ella no dijo y sus hijos no preguntaron.  De hecho, se enteraron de lo padecido por su madre porque su nombre aparecía en ”La paloma de Ravensbrück”, libro escrito por otra superviviente, Neus Catalá. Más tarde, una de sus hijas sí comentaría que su madre le contó el robo de su primer hijo, pero le había rogado que no lo mencionara a sus hermanos.

      Olvido Fanjul, Elisa Garrido, Neus Catalá, Braulia Cánovas, Alfonsina Bueno, Elisa Ricol, Constanza Martínez, Mercedes Nuñez, Conchita Grangé, Lola García y Violeta Friedman, las 11 supervivientes españolas de Ravensbrück, se enfrentaron al trauma y tras la liberación, al olvido.

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