Historia de Zaragoza Parte 1


Por Eduardo Jiménez

En mis búsquedas de mitos y leyendas de Aragón, he encontrado el libro Compendio de la Historia de Zaragoza de D: Pedro Claramunt, en su 2ª edición del editor Manuel Sevilla y del año 1904.

Sin más paso a relatar el primer capitulo de la Historia de Zaragoza, según ell libro escrito por D. Pedro Claramunt

Ministerio de Fomento

Dirección General

El Consejo de Instrucción Pública, en sesión celebrada el día 7 de Marzo de 1894, acordó declarar libro de texto para las escuelas de ambos sexos de Aragón, y muy especialmente de las de Zaragoza y todos los pueblos de su provincia, el libro presentado en dicho centro por su autor D.Pablo Claramunt Romeo, titulado: COMPENDIO DE LA HISTORIA DE ZARAGOZA.

Madrid 20 de Marzo de 1894.-

DOS PALABRAS

Amables lectores: Modestas pretensiones son las de quien sin títulos para ello, pero amante de las glorias patrias, intenta inculcarlas en la juventud que hacia el ocaso nos empuja.

El nombre augusto de la muy noble, muy leal, muy heroica, siempre heroica y muy benéfica Zaragoza, cuyos ecos retumban y retumbarán eternamente en los más apartados países, hanme impelido á hacer este libro, imperfecto sin duda alguna, pero lleno del mayor entusiasmo y con el mejor deseo de prestar un verdadero servicio a los hijos de la inmortal Zaragoza.

Si no lo consigo, no culpéis á mi buena intención, sino á la escasa inteligencia con que al Dios de las misericordias plugo dotarme.

Creo, que así como los griegos tienen siempre presentes y cantan en todos los tonos sus glorias, heroicos hechos y laudables proezas, los demás pueblos tenemos el ineludible deber de imitarles.

Y como tan solo el nombre de la inmortal Zaragoza significa una epopeya, entiendo que no es justo que la inmensa mayoría de sus nobles hijos ignoren los principales hechos del pueblo en que nacieron.

Por esto me he decidido a decir algo a grandes rasgos de su interesante historia; si consigo agradar a mis lectores é inculco en la juventud un poco de lo mucho que de esta inmortal ciudad puede escribirse, será la mejor recompensa y mayor satisfacción que habrá podido alcanzar en todos los días de su vida vuestro afectísimo seguro servidor.

PABLO CLARAMUNT

 

CAPITULO I Auripa

Viaje de Túbal por el Mediterráneo.- Admiración de los expedicionarios al llegar a las ruinas de Auripa.

Densa oscuridad nos impide dar cuenta de los tiempos primitivos; mas apelando á respetables autores, trazaremos á grandes rasgos lo que aquéllos nos legaron.

Corría el año 263 antes de Jesucristo, cuando Túbal, abandonando las costas que bañan la pintoresca Grecia, se internó en el mar Mediterráneo, dirigiendo siempre sus naves hacia el ocaso del sol.

Navegando en la dirección indicada, poco tardó en presentarse á su vista el nuevo país, admirando con entusiasmo sus ricas aguas, la fertilidad de sus tierras, sus riberas, ora cubiertas de verdes campiñas ó de elevados peñascos, ora coronada de inmensos promontorios, ricos en metales de todas clases y mármoles de diversos colores que semejaban al precioso arco iris.

Admirado de la sin par belleza que á los ojos de Túbal se presentaba, así como iban avanzando sus naves, decidióse á dejar huellas de su paso por el país que visitaba, alzando aldeas y pueblos y dejando en ellas para poblarlas á varios de los que en su excursión le acompañaban.

Así caminaba, hasta llegar á la desembocadura en el Mediterráneo, de un gran río, hacia el que dirigió sus barcos, y cruzando las soberbias llanuras, inmensos bosques, elevadas montañas y valles de rica vegetación, llegó á la confluencia de dos ríos, uno frente del otro, sobre el que navegaba, divisando á la vez á su derecha, y casi perdiéndose en el horizonte, los Pirineos; al frente un monte colosal denominado hoy el Moncayo y á su izquierda, un poco más arriba de la confluencia de los dos ríos Gállego y Huerva, una gran llanura, en la que todavía existían inmensos cimientos de edificios, hermosos pórticos medio derruidos y grandes palacios derrumbados; dandole todo ello á conocer que en aquella llanura debió existir importante ciudad, antidiluviana, según Plinio, Murillo y otros célebres autores.

Admirados los expedicionarios de tan inmensos como frondosos y exuberantes terrenos, llanos como la palma de la mano y de tan ricos como preciosos vestigios de grandiosa población, fundada en las mismas orillas del caudaloso y aurífero río, abandonaron sus naves y exparciéronse por las ruinas de aquella antes inmensa ciudad y en aquel entonces habitada tan solo por las variadas clases de insectos y pájaros.

La supuesta riqueza de lo que aquella gran población fué, les llenó de admiración y entusiasmo y no dejó de cruzar por la imaginación de Túbal la gigantesca idea de reedificar aquella derruida ciudad, laborar sus campos y devolverle á su antiguo esplendor; mas sin duda alguna, falto de personal para caminar por el rumbo emprendido si dejaba el que aquellos inmensos terrenos necesitaban y pedían, y temeroso á la vez de cometer un grave pecado si dejaba poca gente, decidiose á abandonar con todos sus expedicionarios, no sin volverse á ella hasta perderla de vista y dirigir sus oraciones al Cielo, rogando á sus Dioses al despedirse de Auripa,- cuyo nombre le dió Túbal por los granos de oro que entre sus arenas contenía el río por el que aguas arriba navegaba,- le concediera las fuerzas necesarias para volver y dedicarse á su reedificación.

Pues continuamente se le oía murmurar: ¡Ya volvere!

Y Auripa — Zaragoza — quedó tan solitaria como lo estuvo después del diluvio hasta la pasajera visita que recibiera de Túbal.

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