Por Sara Muñoz Rando
Desde los salados puertos meridionales hasta los puentes de hierro y piedra norteños, el duende fluye para afincarse en el barrio La Magdalena de la mano de la Peña Unión Flamenca. Tras un parón de veinte años, vuelve su cante, retoma su toque, no cesa su baile.
– ¿Cuándo se dice OLE? – me preguntó Tao, un curioso alumno de mi primer voluntariado como profesora de español como lengua extranjera.
– Cuando lo sientas, cuando te salga – le respondí sin saber muy bien qué decirle.
Ante el desencanto que se leía, de forma más que evidente, en su rostro por mi respuesta, le intenté explicar (recordemos: sin lengua vehicular vigente, es decir, sin entender nadie ni papa de lo que yo decía) que hay ciertas cuestiones que difieren de la materia tangible y que, para comprenderlas, deben sentirse.
7 chinos de mediana edad, 6 argelinas mayores que yo, 4 etíopes atemporales y una abuela rusa me miraban sin saber qué les decía, pero cuando escucharon la música… ¡Ay cuando la escucharon! Y ya cuando les puse un vídeo… Sus caras, Juan, sus caras. Fliparon. Al principio, unos sonreían, otros se miraban con cara de preocupación, otras aplaudían, y finalmente coincidieron en algo: jaleaban oles a golpe de sentimiento mientras nadie juzgaba el ole ajeno. No sabían explicarlo, pero podían sentirlo.
En ese momento percibí en mis carnes, a través de la de los demás, lo universal del flamenco. Comprendí que la pena, la risa, el dolor, el amor con el que se canta, toca y baila se transmite rasgando esas fronteras metalingüísticas-sociopolíticas-másqueridículas que algunos dicen que existen. El flamenco es libertad porque es la unión de la pasión que vuela soberana a través del quejío, que deja de serlo cuando rasga tu oído y se convierte en ese tiritita-ta-ta que se te mete por dentro para, de forma físicamente inevitable, hacerte bailar, cantar, disfrutar.
Si se recreaban mis estudiantes a través de una pantalla, imagina cómo lo hubiesen gozado en la inauguración de la Peña Unión Flamenca de este pasado 29 de enero. Afortunados fuimos los que pudimos asistir a dicho evento acontecido en el recinto que albergó durante años atrás a la sociedad cultural Amigos del Arte.
Llegando por cualquiera de los extremos de la calle de Cantín y Gamboa se apreciaba que algo cautivador ocurría, pues la calle se sentía caliente, dominada por los pasos del gentío impaciente. Cuanto más te acercabas al local N.º 17-19, mejor lo entendías. Donde hubo fuego, cenizas queman ¿o no era así cómo se decía? La música sonaba y las risas, en directo, sacadas de la lata, invadían la vía.
El local estaba como requería para lo que la ocasión se merecía: harto de arte. La música sonando te invitaba a entrar. Una vez dentro, las luces que te abrazaban y dirigían tu mirada hacia un tablao acompañado de cortinas verde aceituna, situado al fondo, esperando ser usado. A su izquierda una gran foto de José Monge Cruz bendiciendo la sala junto a un cartel luminoso con las letras que más gente han unido y separado: BAR. Todo esto acompañado de gente, gente, gente, hola, hola, hola, qué tal, bien y ¿la barra? Los que llegábamos íbamos directos: no dejábamos que respirara. Mientras nos lanzábamos a ella como si jamás hubiésemos visto una, las heroínas que detrás de ella se encontraban nos agasajaban con sus birras, refrescos y vermús acompañados de diversas tapas, por la cara. Las tapas, digo. La bebida, mi leyente, se pagaba. Pero nada, algo simbólico, para apoyar la causa.
La sala central se vistió de bullicio y jaleo del bueno donde, música en vivo acompañada de jamón cortado con esmero, mucha risa y grandes encuentros fueron los protagonistas del día completo. Desde la una del mediodía hasta las seis de la tarde no cesó la parranda. Hubo más que buen ambiente, parece que no nos queríamos ir a nuestras casas la gente. Desde los más pequeños hasta los más mayores se acercaban a ver qué pasaba en la Peña Unión Flamenca. El junte fue real: nadie se marchaba a casa porque ya nos sentíamos en ella. Con lo a gusto que se estaba, como para irse… Calentica, más que bien acompañada y buena música ¡qué más se le puede pedir a la vida!
Así como entiendo, comprendo y respeto que ciertos asistentes que acudieron de oyentes a la inauguración crean que su tono de voz es más bajo de lo que realmente es, también deben entender, comprender y respetar que, en cuanto suena la primera nota, deben callarse. Y si, justo en ese momento que empieza el cante, la guitarra, el cajón, el taconeo o el baile, tienen algo tan, tan interesante que contarse, por muy bajo que crean que es su tono de voz, pues deben irse y/o desplazarse.
Ardió el tablao de la Peña Unión Flamenca de la voz, manos, pies (y demás instrumentos) de múltiples artistas que dieron gusto y sabor al evento, dejando claro que el viento de Tarifa no difiere tanto de nuestro cierzo. Se sobresalieron más allá de los límites. El calor se sentía, no por la cantidad de gente que estábamos, sino por el ardor del arte que compartían. ¡Qué arte que tiene el barrio! ¡OLE! Las palmas tronaban y todos cantaban, cantábamos, bailábamos. Por un rato fuimos felices, libres, compartiendo OLES, sin importar las cicatrices.
Gracias a la iniciativa de unas cuantas mentes despiertas con ganas de crear algo valioso por el barrio, por la cultura, por la gente… este encuentro resultó ser algo estupendo, más que interesante, a rebosar, como he dicho antes, de arte. Qué ganas de repetir en la Peña Unión Flamenca.
¡OLE por quienes están en la sombra organizando, haciendo todo lo posible para que los demás disfrutemos tanto! ¡OLE por La Peña Unión Flamenca!¡OLE por el barrio de La Magdalena! ¡OLE por los artistas! ¡OLE por lo que se venga!