Pollerías (verano 2020)


Por Martín Ballonga

   ¡Un éxito sin igual del Pollo Urbano! Una sección  non píldoras, runrunes y comentarios que nos llevaran por pequeñas pistas a caminos de interés asegurado para nuestros lectores.

 

    Cumplimos 200 números en el universo fractal de internet, con Dionisio Sánchez como general del ejército pollero. Es momento de celebrarlo con nuestros colaboradores y lectores, aunque sea desde la retaguardia en estos tiempos de confusión. Cuando las autoridades competentes lo consideren oportuno, haremos un fiestorro en ‘El gallinero’, nuestra taberna de referencia que hace las veces de redacción. ¡Quedan todos invitados!

  Nuestro subdirector Carlos Calvo hace una semblanza, en la sección de opinión, de la labor crítica que ‘El pollo urbano’, desde sus orígenes, ha ido inoculando a la ‘inteligensia’ política y cultural aragonesa. Sin análisis sobra todo. La falta de reflexión es uno de los males de nuestro tiempo. No lo olviden.

  Ya lo decía Séneca: “Prefiero molestar con la verdad que complacer con adulaciones”. O también: “Es propio de un estómago inapetente probar muchas cosas, las cuales, siendo opuestas y diversas, lejos de alimentar, corrompen”. Porque el escapismo crítico es una de las mayores lacras, ya que confunde y se convierte en una inanidad dialéctica. El engaño es una bajeza solo superable por la manipulación, que lo convierte en deleznable.

  Seguimos con Séneca, para felicidad de Irene Vallejo: “Qué más da definir qué es una línea recta si no se sabe qué es la rectitud”. A lo que Mae West, una mujer fatal del celuloide, introdujo un matiz relevante: “La línea recta es el camino más corto entre dos puntos, pero no es el más atractivo”.

  ‘El mensaje de Pandora’ es el nuevo libro del turolense Javier Sierra, escrito durante el confinamiento que vivió en Madrid –donde está afincado-, un relato epistolar con ilustraciones para indagar en la idea de que el ser humano forma parte de un todo, de un único organismo vivo, que va mucho más allá de cada uno de sus miembros. No se lo pierdan.

  Sergio del Molino publica ‘La piel’, un libro entre la historia y lo biográfico, donde revela su relación con la psoriasis y cuenta cómo condicionó a John Updike y Vladimir Nabokov, entre otros. Lean esta perla: “La pulsión homicida de Stalin se debía a la incomodidad que sentía con su cuerpo”. De ser así, ahora entendemos la mala leche del autor de ‘La España vaciada’. O vacía, que no queremos líos con el homicida.

  La España vaciada es la que más ha sufrido la pandemia. El presidente del gobierno propuso acuerdos de Estado contra la despoblación y los políticos en época de elecciones se retratan junto a las vacas porque no encuentran niños. El ministro Manuel Castells propone que se activen universidades en el campo para contrarrestar la España despoblada y que los estudiantes tengan excelentes centros sin tener que desplazarse. Ya lo dijo Salomón, no hay que hacer caso al trincón.

  Se mitifican los cerdos que nos comemos y se sueña una España idílica olvidando que la gente se escapó a las ciudades huyendo del infierno del sol a sol, de los pedriscos y las heladas, cansados de hacer de vientre en el corral y lavarse en el río. Ya se dice en ‘Don Quijote de la Mancha’: “Labrador, hombre de bien, si es que este título se puede dar al que es pobre”. El caballero andante ve a un labriego dar azotes a un joven por no cuidar bien su manada de ovejas.

  El  papa Francisco, que nunca cultivó la tierra, canta la feliz vida del aldeano que, entre otros pasatiempos, puede oír balar las ovejas, mugir las vacas, cantar los pájaros, graznar los ánsares, gruñir los cochinos, relinchar las yeguas, bramar los toros, encrestarse los gallos, cacarear las gallinas, abatirse los milanos, saltar los corderos y ver apedrearse los niños. Es la frivolidad barroca de los expertos, asesores, politólogos y trincones varios, que proponen yoga y huertos colaborativos sin tener ni idea de lo que era acarrear, segar, trillar, guardar ovejas y, en fin, sudar tinta con la tierra.

  En estos tiempos de confusión, la pandemia que padecemos se explica con la misma lógica de un cuento de Tarzán en el que el héroe de la selva logra acabar con la amenaza del cocodrilo con su cuchillo. Hay muchos que quieren ser Tarzán y nadie que desee asumir el papel del perverso depredador.

  Estamos viendo este tiempo cómo personajes que fueron convertidos en estatuas por sus lecciones históricas ahora son arrojados al río porque, en realidad, fueron elevados a la gloria por los rapsodas. Lo que vale para una época no necesariamente funciona en la siguiente. La historia necesita distancia personal, temporal e ideológica. Jane Austin escribió que le entusiasmaba la historia porque la mayor parte de ella es pura invención. Así que no es la primera vez que alguien intenta explicar lo que ocurrió contando exactamente lo que sucedió al contrario. La Historia, con mayúsculas, es tan maleable como cualquier historia con minúsculas.

 El ahora ‘derribado’ líder conservador Winston Churchill, gran bebedor y fumador, cuenta en sus memorias la historia de un hombre que saltó del muelle para salvar a un niño que se estaba ahogando. Una semana más tarde, el marinero fue abordado por una mujer que le preguntó: “¿Eres el hombre que salvó a mi hijo en el muelle?”. El marinero respondió modestamente: “Sí, señora”. “Entonces eres el hombre que estaba buscando. ¿Dónde está la gorra del niño?”.

  La plataforma HBO ha decidido retirar de su catálogo la película de 1939 ‘Lo que el viento se llevó’ con el pretexto de que muestra una visión idílica de la esclavitud. Quienes pretenden interpretar el pasado en función de lo políticamente correcto incurren en lo que los sociólogos llaman “el sesgo retrospectivo”, que consiste en juzgar lo que hicieron las generaciones anteriores con los valores de nuestro tiempo. Si llevamos esta lógica hasta el extremo, habría que censurar cientos de libros, obras de teatro, cuadros y películas que no se ajustan a ese canon y que, por el contrario, se basan en una visión radicalmente incompatible con los códigos de conducta hoy admitidos. La censura es una febril combinación de estupidez y paranoia. Porque enterrar un tesoro es una invitación a buscarlo y desenterrarlo.

  Quien es capaz de desenterrarse a sí mismo y estar presente y con un magnífico sentido del humor en sus funerales es Woody Allen. Recuerda en sus memorias el cuidado con el que los forenses le tomaron muestras de cabello. “Lo haremos fácil”, le dijeron, y asume que la amabilidad se debe a que es famoso. Imagina entonces cómo le arrancarían los cabellos “a un no famoso, a un pobre, o a un negro”. Sin piedad, seguro.

  En realidad, ‘Lo que el viento se llevó’ es una película comercial, de productor por encima de todo, David O. Selznick, pero cuya auténtica paternidad corresponde a William Cameron Menzies, su director artístico, autor del ‘story board’ que siguen al pie del dibujo los sucesivos realizadores (Cukor, Wood, Fleming). Un drama romántico de pecados y ensoñaciones, con la guerra de Secesión como telón de fondo, y diálogos únicos al modo de “me importa un bledo, querida” o “a dios pongo por testigo”.

  ¿Por qué se ceban con ‘Lo que el viento se llevó’ –o lo que el culo aguantó- y no, por ejemplo, con todas y cada una de las películas burdamente racistas de Tarzán? ¿Y qué hacer con una de las películas más importantes de la historia del cine como ‘El nacimiento de una nación’, de Griffith, que no solo es racista por descuido, sino por simple y puro convencimiento? ¿Habría acaso que hacer desaparecer ‘Raza’, película escrita por el dictador Francisco Franco? ¿O las películas del lejano oeste, con esos indios denigrados por la impoluta caballería del ejército estadounidense y con esas mujeres que son o esposas hacendosas o putas de ‘saloon’? ¿O las interpretadas por Paco Martínez Soria? En fin, los espectadores nos vamos a convertir en desenterradores.

  Resulta, pues, que ‘Lo que el viento se llevó’ es una película racista y casi nadie se había dado cuenta. Siempre se había pensado que un filme o una novela eran racistas cuando hacían apología de la segregación racial o defendían esa obsolescencia que es el concepto de raza, pero vivíamos equivocados, como la paloma aquella de Rafael Alberti, y va a ser que tampoco es necesario. Todos veíamos esa épica del celuloide engatusados por su relato de amores cruzados, pero lo que se nos metía de modo subliminal era la acrobacia de un mensaje.

  Así, también, habría que prohibir la ‘Odisea’ y la ‘Iliada’ de Homero ya que exaltan el machismo, la guerra, la crueldad y la venganza. Ulises, Agamenón, Héctor y Aquiles van dejando un reguero de sangre por donde pasan. La mujer es presentada como un objeto sexual cuando no como una bruja como Circe o Calipso. Homero tampoco era ecologista ni animalista, pues aparecen en sus obras sacrificios de bueyes, ovejas y aves en las hecatombes, que eran homenajes a los dioses.

  Hasta William Shakespeare podría ser tildado de racista por su Otelo, que el bardo lo retrató como un moro celoso, asesino de esposas y un jayán incapaz de discernir entre la verdad y la mentira.

  Por extensión, también se podría elevar la acusación a Orson Welles, que decidió pintarse la cara para adaptar la tragedia shakespereana a la gran pantalla en vez de contratar a un actor negro para el papel. Algún día llegaremos a rodar el desembarco de Normandía sin ametralladoras, ‘La lista de Schindler’ sin campos de concentración, un ‘Espartaco’ sin esclavos y una de faraones sin pirámides para evitar irritar a espíritus emocionales.

  Philip Roth ya advertía de todo esto en ‘La mancha humana’ cuando un alumno negro acusaba de racismo a un profesor negro. Profético.

  Con el rasero que se emplea para denigrar a Churchill o censurar a Scarlett O’Hara habría que abolir la historia, forjada muchas veces con violencia y fanatismo. ¿O es que Alejandro, Julio César, Cromwell o Napoleón eran ángeles de la guarda? Y también habría que retirar de las bibliotecas desde casi toda la literatura griega a las novelas de Flaubert, Thomas Mann y Faulkner. Por no decir a filósofos como Hegel, Nietzsche o Heidegger.

  Que prohíban también ‘Casablanca’, porque Humphrey Bogart no para de fumar y es un mal ejemplo. Y ojo con ir al Prado y pararse ante la maja desnuda de Goya. A lo que se ve, los nuevos censores son fervientes admiradores del papa Pío IV, que ordenó cubrir los desnudos de la Capilla Sixtina ya que Miguel Ángel tuvo la ocurrencia de mostrar denudas algunas de las figuras de la famosa capilla.

  Pretender que el arte y el pensamiento se tienen que ajustar a la tiranía de lo políticamente correcto obedece a la pretensión de crear una sociedad uniforme, donde la disidencia sea imposible y en la que todos piensen igual. Eso es lo que intentaron de forma violenta los totalitarismos de Hitler, Mussolini y Stalin. Algunos parecen haber olvidado ese pasado no demasiado lejano. Porque los censores se ajustan a la distópica ‘Fahrenheit 451’, desde su primera línea: “Era un placer quemar”. Libros, épocas, nombres…

  En fin, que la historia se aprende para no repetirla, no para borrarla. Ya lo dijo Salomón, a la hoguera con Colón.

  Habrá, pues, que revisar ‘Cristóbal Colón, de oficio… descubridor’, la comedia irreverente de Mariano Ozores con Andrés Pajares en el papel estelar del navegante y así podríamos entender la animadversión al personaje. Que, pese a la chabacanería de la comicidad, la cosa tiene guasa.

  No está claro que la ozorada contribuya a mejorar la imagen de Colón en la desordenada cabeza del mundo actual, pero no por ello hay que derribar la película, que está llena de ligereza, de coyuntura de la España de entonces y de chistes ‘incorrectos’ que hoy dinamitan las columnas de varios ministerios. Contiene algún número musical que conviene no perderse, unos actores imperdibles y varios anacronismos: Boabdil regenta un casino.

  Schopenhauer dividía a la raza humana en especímenes moralmente malos e intelectualmente estúpidos o trastornados. Y compuso el mejor manual de autoayuda para el peor de la mundos posibles: los aforismos sobre el arte de vivir, un canto a echar doble llave a la puerta y quedarse quieto, sin hacer ruido, no vaya a venir alguien.

  Que se lo digan a Séneca, educador de Nerón: “Me pides qué cosa hemos de evitar más y te diré que la turba. El trato con la multitud es dañoso y cuando mayor sea la muchedumbre con la cual nos mezclemos, tanto mayor será el peligro. Retírate en ti mismo todo cuanto sea posible”. La soledad era esto, ay.

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