Crónicas porteñas: Antonio Porchia / Buenos Aires / Roberto Juarroz


Por Alfredo Saldaña

      Nuestro, amigo, profesor y poeta, Alfredo Saldaña se encuentra en Buenos Aires desarrollando un amplio programa de actividades culturales y académicas y desde allí nos envía esta última nota sobre sus impresiones para los lectores polleros.

    2 de abril de 2017, domingo, llueve en Buenos Aires y la lluvia me ha traído, como caídas del cielo, unas voces de Antonio Porchia, aquel maestro sin discípulos que derrochó generosidad a espuertas y compartió con sus amigos la inteligencia y la felicidad del que, por no tener nada que perder, se encontró en condiciones de ganarlo todo. Es la segunda vez que me encuentro con las voces de Porchia. Hoy ha sido en San Telmo, el barrio en el que resido durante este otoño austral. La anterior ocurrió en el parque Los Andes, junto al cementerio de la Chacarita. En las dos ocasiones, el azar, el destino o unos mercaderes de libros que todavía creen en el valor orgulloso de su trabajo, quién sabe, me puso en la pista de quien escribiera: “Quien ha visto vaciarse todo, casi sabe de qué se llena todo”, “Mi primer mundo lo hallé todo en mi escaso pan”, “Todas las cosas pronuncian nombres”, “Percibimos el vacío, llenándolo”. Muy cerca de Carlos Calvo, la calle en la que vivo, se encuentra la calle Bolívar, donde Antonio y su hermano Nicolás trabajaron durante algún tiempo en una imprenta antes de que el poeta pusiera tierra de por medio entre sí mismo y el mundanal ruido y eligiera como compañía la soledad. Uno de sus grandes amigos fue Roberto Juarroz, el poeta que me ha traído hasta aquí y a quien no consigo encontrar. Sus ediciones están agotadas o descatalogadas, no hay rastro de su obra en la editorial que publicó sus libros (hoy subsumida por un monstruo empresarial con tentáculos de alcance planetario), ni en el centenar de librerías de la ciudad que he visitado, ni rastro de sus restos en algún lugar donde haber podido honrar su memoria hace unos días, el 31 de marzo, cuando se cumplió el vigésimo segundo aniversario de su muerte, leyendo, por ejemplo, el poema que dice: “Una palabra es todo el lenguaje, / pero es también la fundación / de todas las transgresiones del lenguaje, / la base donde se afirma siempre un antilenguaje. / Una palabra es todavía el hombre. / Dos palabras son ya el abismo. / Una palabra puede abrir una puerta. / Dos palabras la borran”. Callar, después de haber malgastado tantas palabras. Habrá que seguir cavando, habrá que seguir borrando hasta dar con la palabra.

 

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