Viaje a Venecia


Por Daniel Zamora Vayá

Es verdad, Venecia enamora. Eres capaz de perderte por sus callejas, descubrir sus plazuelas, remontar sus puentes y acodarte en las pasarelas embebido por el brillo y balanceo del agua en sus canales, sin darte cuenta de que tu también formas parte de esa gran avalancha de turistas que de vez en cuando estorban tu visión de una fachada o de una puerta o de cualquier detalle de los muchos que adornan esta enigmática ciudad.

   Lo mejor que se puede hacer es perderte. Perderte para encontrar. Encontrar ese patio después de un callejón estrecho que te trae a la memoria los dibujos de Corto Maltes de Hugo Pratt o las puertas que solo se acceden por agua y dan acceso a palacios que evocan la vida de Casanova el Don Juan italiano o las terrazas sobre los tejados en los que te imaginas a Guido Brunetti, el inspector de la escritora Donna Leon, regalándose una botella de buen vino italiano a la fresca en una noche de verano.

   Venecia también es el Carnaval, que te viene a la memoria cada vez que apareces en una calle populosa donde cada uno de los turistas te ofrece su particular disfraz: americanos, alemanes, japoneses, los nuevos ricos chinos con su ataque masivo a las góndolas y extremos en el vestir hortera,…

 

     Y Venecia es sobre todo historia y arte, sus Iglesias de mayor o menor importancia, sus Palacios tanto privados como públicos, sus museos, sus puentes, sus casas pintadas (las pocas que la humedad respeta) de bonitos colores y sus góndolas, puro arte, siempre presentes.

   Venecia enamora y no defrauda.

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