El patrullero de la filmo: Varda por Agnès

Por Don Quiterio 

  Desde los años de la ‘nouvelle vague’, siempre a la sombra de sus colegas masculinos (Godard, Truffaut, Resnais, Rivette, Rohmer, Chabrol…), la belga de nacimiento y francesa de adopción Agnès Varda ha ofrecido décadas de cine monumental y comprometido.

    Cuando conoce en el sur de Francia a Jean Vilar, fundador del festival de Aviñón, da sus primeros pasos como fotógrafa. El cine la captura en 1954, cuando produce su primer filme, el mediometraje ‘La pointe courte’, rodado en un pueblo pesquero francés para un amigo enfermo que no puede acudir por sí mismo. De allí nace un estilo muy peculiar y personal que hilvana documental y ficción. Y, sobre todo, brota una manera nueva de contar en imágenes la realidad y las emociones.

  Casada con el cineasta Jacques Demy (críticos maliciosos han comentado que el cine de su marido es mucho más femenino que el de ella), para Varda “el género documental se ha vuelto imprescindible para contar las cosas como son”. Y apostilla: “Es un ejercicio de modestia. Las imágenes entran en la cámara según ocurren y no importa lo que tú tenías pensado para tu personaje principal. El azar es mi primer asistente de rodaje. La civilización avanza a saltos: un gran paso adelante y unos pequeños atrás. Hay que seguir vigilando. Hay que documentar”.

  Para esta mezcla explosiva y maravillosa de ternura y radicalidad, de energía y calidez, “el documental te pone al servicio de los sujetos y el cineasta se convierte, así, en un intermediario entre los personajes y el público”. Varda siempre ha respondido a la idea de un cine libre que indagara en todo tipo de formatos, contextos y géneros: “Hago un cine que es libre, pero la libertad no solo implica salir a la calle y gritar. Significa huir del encasillamiento y de los formatos establecidos. Significa utilizar el poder de la imaginación”.

  Definir su cine se antoja tan complicado como dar con la forma y sentido del tiempo. Buena parte de su trabajo se mueve en ese espacio sin nombre en el que la realidad toma el cuerpo de la ficción. O al revés. Y siempre consciente de que toda mirada es por fuerza interesada, personal, única. Varda está presente en cada plano rodado por Varda. Así, ‘Varda por Agnès’ (2019), su testamento cinematográfico, recoge años de creación mostrando encuentros con el público y reflexionando sobre su obra a través de amigos y de sus paisajes preferidos. Un documento único e impredecible que arroja luz sobre la experiencia de Varda como directora, aportando una visión personal de lo que esta narradora fascinante ha llamado “escritura de cine”. Fallecería unos meses después de esta realización, en París.

  De una prolífica filmografía, tanto en cortometrajes –‘O saisons, ô châteaux’ (1956), ‘L’Opéra Mouffe’ (1957), ‘Du côté de la Côte’ (1958), ‘La cocotte d’Azur’ (1959), ‘Hola, cubanos’ (1963), ‘Oncle Yanco’ (1968), ‘Réponse de femmes: notre corps, notre sexe’ (1975), ‘Placer de amor en Irán’ (1976), ‘Las llamadas Cariátides’ (1984)- como en largos –‘La felicidad’ (1964), ‘Las criaturas’ (1966), ‘Loin du Vietnam’ (1967, codirigido por William Klein, Joris Ivens, Claude Lelouch, Jean-Luc Godard y Alain Resnais), ‘Black Panthers’ (1968), ‘Lions love’ (1969), ‘Una canta, la otra no’ (1975), ‘Daguerrotipos’ (1976), ‘Murs murs’ (1980), ‘Documentaire: An emotion picture’ (1981), ‘Ulysse’ (1983), ‘Kung Fu máster’ (1988), ‘Les demoiselles ont eu 25 ans’ (1993), ‘Las cien y una noches’ (1994), ‘Dos años después’ (2002), ‘Rostros y pueblos’ (2017), ‘Caras y lugares’ (2017)-, Varda convierte la pasión y sabiduría en auténticas (y ricas) lecciones de cine.

  Y de sus joyas acaso sobresalen ‘Cleo de cinco a siete’ (1961), ‘Sin techo ni ley’ (1985). ‘Jacquot de Nantes’ (1991), ‘Los espigadores y la espigadora’ (2000) y ‘Las playas de Agnès’ (2008). Es la primera un drama de producción francoitaliana sobre las angustiosas horas de la vida de una joven que espera conocer el diagnóstico de una enfermedad que puede ser fatal, con una sobria fotografía en blanco y negro de Jean Rabier y una estupenda banda sonora a cargo del gran Michel Legrand. Una obra insólita y patética que refleja una aguda sensibilidad y un sentido plástico poco común. Por su parte, ‘Sin techo ni ley’ persigue a un jipi errante que escapa de una sociedad opresiva y arbitraria, mientras Varda trasciende su historia y la convierte en espejo universal. Con ‘Jaquot de Nantes’ hace una emotiva mirada al universo de Jacques Demy, desde que es un niño de once años fascinado por toda clase de espectáculos y su padre le compra una cámara para realizar su primer filme amateur. Como dato, con Demy colabora en ‘Lola’ (1961), autora de una canción, y ‘Las señoritas de Rochefort’ (1967), actriz.

  Varda también se convierte en una espigadora buscando planos y secuencias para su filme ‘Los espigadores y la espigadora’, una importante exaltación de la ecología y el reciclado que trasciende el documental por su halo poético y artístico (atención a la música de Joanna Bruzdowicz e Isabelle Olivier).  Por necesidad o puramente por azar, los espigadores en la Francia de 1999 son gentes que recogen objetos desechados por otros en los basureros. Son un gran contraste con el mundo de los espigadores de ayer, de las mujeres campesinas que escarbaban para conseguir los pequeños granos de trigo que quedaban después de la cosecha. Patatas, manzanas y otros alimentos desechados, cosas sin dueño, relojes sin manillas, televisores o juguetes…  Una reflexión sobre el paso del tiempo, con todo lo que ello comporta. En una de las secuencias, Varda se pregunta hasta qué punto la tarea de producir imágenes no es otra cosa que un espigarle instantáneas al tiempo, reciclando aquello que lo real convierte en detritus. Vista así, fuera del contexto de la película, esta meditación adopta un sentido proverbial y apesadumbrado, aunque la cineasta, en el fondo, señala un aspecto de enorme importancia: ¿dentro de qué lugares –sobre qué imágenes- se deposita el peso de la historia?

  Finalmente, ‘Las playas de Agnès’ es otra fascinante obra personal, con una seductora banda sonora a cargo –otra vez- de Joanna Bruzdowicz, todo un reflexivo compendio de paisajes para un documental en el que la cineasta, regresando a las playas que le han marcado en su vida, construye un autorretrato que repasa su biografía y sus películas. Varda por Agnès.

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