‘Antidisturbios’


Por Don Quiterio

  Licenciada por la universidad de Navarra en comunicación audiovisual y por la escuela de cine de Madrid en la especialidad de guiones, la zaragozana Isabel Peña –cosecha del 83- desarrolla su carrera como guionista…

…en varias series televisivas (‘Impares’, ‘Frágiles’), con las que se va curtiendo, para desembocar en sus primeras incursiones cinematográficas de la mano del realizador madrileño Rodrigo Sorogoyen, quien debuta en la dirección junto a Peris Romano en 2008 con ‘8 citas’, una tan divertida como fresca comedia coral (y circular) de episodios que reflexiona sobre las fases del amor.

  Como en la serie ‘La pecera de Eva’ (2010), la zaragozana y el madrileño trabajan juntos en ‘Stockholm’ (2013), ‘Que dios nos perdone’ (2016), ‘El reino’ (2018) y ‘La madre’ (2019), largometrajes que desnudan algunas de las más significativas obsesiones de la sociedad del momento, al modo de radiografías de un tiempo amargo y desencantado. Las miradas de Sorogoyen y Peña conducen dibujos hiperrealistas de una sociedad brutalizada en una diestra combinación de agresividad visual y templanza narrativa.

  A veces, sus películas son relatos policiacos con cierto trasfondo político; otras, se deciden por el asunto político con elementos de thriller, como si la corrupción estuviera dando paso a la putrefacción y a la descomposición de un reino lleno de agujeros. Lo grosero y lo hediondo, como exclama Hamlet, se extienden por todas partes, propagando el olor a podrido. También indagan en las simas del alma humana, en historias familiares, de complicidades, pequeñas e intimistas, morbosas y sin concesiones, arriesgadas e incómodas, para hablar del miedo y el amor, del duelo y la culpa, de la pasión y la estigmatización de la locura.

  Ahora, Rodrigo Sorogoyen e Isabel Peña prosiguen con la serie de seis capítulos ‘Antidisturbios’ una extraña ambigüedad en la elaboración sumamente bien trazada del soporte estético (y ético) de un relato que desafía tabúes y preceptos morales, que impugna lo cómodo y lo establecido, que remueve los prejuicios del espectador. Este tándem creativo demuestra estar en plena forma con esta mirada a una figura profesional controvertida con las cloacas del Estado como trasfondo, esas estructuras que funcionan en el límite de la ley, casi siempre por dentro, pero a veces por fuera. Estamos ante un thriller de acción que no da tregua al espectador, pero al mismo tiempo es una historia de personajes. Unos personajes muy bien definidos y dibujados desde el guion, ya sean los mandos, los que medran, los correveidiles o los corruptos.

  ¿Quién hay detrás de los cascos y las porras? ¿Quiénes son? ¿Cómo se toman su trabajo? ¿Cómo vuelven a casa? Raúl Arévalo, Álex García, Hovik Keuchkerian, Roberto Álamo, Patrick Criado y Raúl Pietro son los integrantes del furgón antidisturbios que conforman la brigada por fuerza especial de la policía sin rostro, con la cara siempre escondida detrás del casco. Los que siempre son la diana de los insultos y se complementan para reforzar todas las contradicciones que genera su trabajo, entre la ebullición de hormonas masculinas y la violencia que integran en su día a día. Los antidisturbios solo parecen ser una suerte de títeres que utilizarán las altas esferas para tapar sus operaciones de corrupción en un momento de brutal efervescencia de la historia reciente de España.

  Estamos, en efecto, entre los años 2016 y 2017 y los actores dan vida a esa galería de personajes que además son amigos, una amistad que se pone prueba a raíz del incidente que abre la serie, de tono casi documental: un desahucio en un piso de una corrala del centro de Madrid que se complica y acaba en tragedia, pues se produce una muerte accidental, que en realidad no lo es tanto. Pocas lo son. Casi siempre son la consecuencia de algo que no funciona. El caso supone la apertura de una investigación liderada por una joven y ambiciosa inspectora de asuntos internos, interpretada por Vicky Luengo, quien tira de un hilo que conduce a las más altas esferas de poder y a siniestros personajes. Así se irá destapando un entramado de cohechos, sobornos y demás esencia de la política española, mientras los agentes se enfrentan a la bofetada de la opinión pública y a un sumario judicial que, de condenarlos, acarrearía años de prisión.

  El papel de Vicky Luengo se va adueñando poco a poco de la narración para convertirse en figura clave de la serie, con una mezcla entre fragilidad y fortaleza a la hora de dar vida a una mujer en un mundo de hombres fornidos, machistas y atrabilarios, que tiene que luchar por defender sus principios y no dejarse arrastrar por la vorágine de tramas ocultas que ocurren a su alrededor. La corrupción, pues, vuelve a ser el tema recurrente del madrileño y la zaragozana, en una historia nada maniquea, sin buenos ni malos, sino que cada uno de los antidisturbios tiene unas motivaciones, actitudes y temperamento distintos. De la lealtad a la inconsciencia. De la profesionalidad impecable a las tendencias depresivas. De los arranques violentos a la oscuridad.  Estos aspectos guían a unos actores que juegan un papel esencial en este viaje a través de la condición humana.

  La serie, de espectacular puesta en escena, respira cine por sus costados, con esa cámara al hombro que persigue por pasillos a los policías, que se pega a sus rostros, pero no a medio metro. Se pega, esto es, a los poros de la piel. Se pega tanto que se pueden percibir las imperfecciones de su alma. Sorogoyen, que deja la realización de dos episodios a Borja Soler (codirector de su ópera prima, ‘Stockholm’), en los que también interviene el guionista Eduardo Villanueva, imprime una tensión epatante en las secuencias, de ritmo infatigable y diálogos rápidos, avalado por una banda sonora efectiva en los subrayados cuando los golpes precisan reverberación, al ritmo de la música electrónica de su estrecho colaborador Olivier Arson.

  ‘Antidisturbios’, con gran fotografía de Álex de Pablo, radiografía el rumbo de un país acostumbrado a tomar atajos por los bajos fondos de la codicia. Ahí está la violencia policial, los desahucios, la situación de los inmigrantes, la violencia de género, la especulación inmobiliaria o la justicia social. Y se hace con verismo, en busca de lo naturalista. La sensación de realismo se aprecia en el modo de expresarse de los personajes, en los detalles de sus vidas cotidianas o en las mismas escenas de acción. Así se escarba mejor en todo aquello que se esconde tras la cortina de las apariencias.

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