Desde el diván: ‘Frankie and Johnny’ de Garry Marshall


Por José María Bardavío

   Esta película es una reserva, un parque nacional, como el del Gran Cañón del Colorado, para la conservación de la grácil, fresca, inigualable, espléndida belleza, de una Michael Pfeiffer excepcional.

Título original: Frankie and Johnny (Frankie & Johnny)

Año: 1991

Duración: 117 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Garry Marshall

Guion: Terrence McNally    
Música:  Marvin Hamlisch

Fotografía: Dante Spinotti

Reparto: Al Pacino, Michelle Pfeiffer, Hector Elizondo, Kate Nelligan, Nathan Lane, Jane Morris, Greg Lewis, Glenn Plummer, Al Fann, Ele Keats, Fernando López, Tim Hopper, Harvey Miller, Sean O’Bryan, Phil Leeds, 

 

      Esta película es una reserva, un parque nacional, como el del Gran Cañón del Colorado, para la conservación de la grácil, fresca, inigualable, espléndida belleza, de una Michael Pfeiffer excepcional. Miles de primeros planos, de gestos mínimos,  surgiendo y resurgiendo en el río de la pantalla como de un manantial; miles y miles de hermosas flores, matices extraordinarios de un rostro de lozanía y belleza infinitas. Gestos espontáneos, inigualables, jamás falsos, jamás falsificados, jamás forzados. Esa inigualable capacidad de la actriz de ser, por encima de cualquier otra cosa, prodigiosamente natural.

    Al principio de la película vemos a Johnny ( Al Pacino) abandonando la cárcel. Los reclusos sienten su marche porque ha sido un tipo muy simpático y un cocinero excelente. Intercalado con esta secuencia,  Frankie (Michelle Pfeiffer) viaja en autobús a visitar a su madre que vive en algún lugar fuera de Nueva York. La cárcel festiva contrasta irónicamente con la  triste visita a una madre anciana.  Pero  lo que insinúa  la película  en esta presentación de los personajes centrales son los rasgos de su calidad humana : Johnny ha creado alegría en la cárcel y Frankie, que necesita todo su tiempo para trabajar y sobrevivir, lo saca de donde no puede para poder visitar a su madre.

  Frankie trabaja de camarera en un restaurante cuando Johnny, recién salido de prisión, encuentra trabajo allí de cocinero. Es muy amable con ella y pronto se enamora. Sin embargo la chica se muestra distante y desconfiada porque harta de los hombres y no quiere nada que no sea sobrevivir sin comprometerse con nada ni con nadie.

   La película recrea un mundo de pequeñas miserias incrustadas en pequeñas  grandezas. La vida vulgar y corriente en un restaurante de toda la vida en un barrio cercano al Brooklyn Heights Promenade en donde florecen excelentes relaciones entre empleados y clientes fieles y satisfechos con el trato y la comida. Una bella isla de sincera afabilidad en el devenir de la psicopatología de la vida cotidiana de un Nueva York vibrante y vital.

 

      Frankie observa un día casualmente, desde su piso, a los que viven en la casa de enfrente. Una pareja mayorcita se embelesa mientras un perrito blanco -un corderito- se deja ver también por allí certificando simbólicamente que el amor de los dos vejetes rebosa ternura. En otra ventana descubre a un hombre que amenaza  a una mujer y acaba golpeándola. Dos escenas aparentemente circunstanciales que resumen el tránsito de las experiencias de Frankie tan brutalmente tratada por su último amante frente al obstinado amor que le ofrece Johnny pero del que no termina de fiarse.

      Pero el tránsito de lo malo a lo bueno no es ni fácil ni milagroso porque, como digo, Frankie sigue poniendo  inconvenientes al interés de un Johnny que cita de memoria fragmentos de Shakespeare, especialmente de Romeo and Juliet,  que es  afable, positivo y eficaz con sus compañeros de trabajo y que debió de disfrutar de una vida cómoda porque su bella, casada y activa  ex-mujer, sigue viviendo en una zona elegante del Upper East Side.  Y terminamos descubriendo que el delito que le condujo a presidio consistió en firmar  un cheque sin fondos para favorecer a un amigo desesperado,  acción cuya ilegalidad no empaña las cualidades morales de nadie,  quizá todo lo contrario.

 

    La patata salvó a Europa de hambrunas terribles cuando fue traída de América poco después del Descubrimiento. Un tubérculo que por su aspecto y forma no puede ser más tosco y vulgar. Acaban de cerrar el restaurante y Frankie se ha sentado en un taburete de la barra. Johnny ha tallado una patata  para darle la forma y el tamaño de una rosa, la  ha sumergido en vino dotándola de un color apropiado y, a continuación,  la ha insertado en un tallo de apio aprovechando su elegante inclinación respetando las protuberancias foliáceas consiguiendo así una rosa preciosa e inolvidable. Una rosa hecha con mucho ingenio  pues el amor espolea lo creativo. El Romeo shakespereano nunca regaló rosas a  Juliet (aunque deducimos que le hubiera encantado hacerlo si hubiera tenido el tiempo que le negó el destino) pero lo importante de esta  clase de amores tan excepcionales -los de Romeo y los de Johnny-  consiste  en transformar la  vulgaridad incesante de la existencia, en la rosa de la creatividad perpetua. En hacer surgir del acerbo de la nada el acebo de la dicha. En mantener al fondo del paisaje, la suciedad que conlleva el existir. El salir del atolladero de lo tosco y feo, por la vía de la portentosa creatividad gestada por el amor.

    La historia en torno a la bañera (con retrete al fondo), tiene mucha enjundia porque, al limpiar por dentro, Frankie muestra inconscientemente problemas íntimos, como si ella fuera la propia y misma bañera. Y lo hace con los guantes de goma de la preocupación y la culpa, como si quisiera dejar las cosas, las cosas suyas, sus ideas, bien limpias, bien aclaradas, y puestas en su real sitio.

   Frankie desconfía profundamente de las promesas y fidelidades  de los hombres –aquel  novio que le grabó el cuerpo con la hebilla del cinturón y desapareció luego con su mejor amiga. Lo que en realidad le aturde es el conflicto generado por dos fuerzas opuestas. Por un lado quisiera creer a Johnny (Al Pacino) que dice que la quiere, etc, y, por  otro, el aceptar lo que dice -creerle-, supone deshacer sus propias convicciones y defensas sobre el miedo y la angustia que surgen en ella cuando empieza  a creerle.

   Se siente vacía, y además se siente ofendida cuando empieza a creer en él. Así que el limpiar la bañera, resulta ser un acto inconsciente que aflora convertido en rito personal expresando el limpiarse (deshollinar decía Freud) de las partículas angustiosas adheridas a su persona dejando bien limpia la bañera, es decir, los contenidos profundos de ella misma. Esos guantes tan convencionales como llamativos son los del cirujano, cirujana de sí misma, que prefiere dejarse como estaba (como era ella antes de conocer a Johnny), a verse afectada por el amor de Johnny. Y es que su sinceridad, su amor, sus virtudes, ponen en peligro las defensas y convicciones que Frankie fue levantando con las piedras y los ladrillos de su propia y personal experiencia para protegerse de los hombres.

   El hecho de que Johnny parezca tan sincero, tan próximo, y tan real, desquicia el conformismo de Frankie consistente en no salirse de una vida bien mediocre que le protege de los intrusos. De ahí que al ver desde su ventana cómo un vecino golpea y maltrata a su mujer, lo que en realidad ve es lo más profundo de ella misma, lo que más teme. Ese ver y ese mirar deja a flor de piel (de ahí ese lúgubre plano de Frankie espiando sobrecogida al maltratador), lo que más teme, de tal forma que su inconsciente coincide exactamente con lo que está viendo enfrente, y que coincide, además, con la intrusión de Johnny en su espacio vital y vivencial. Sí, le dejó entrar en su casa; sí, hicieron el amor. Pero ahora Johnny ¡quiere casarse!, ¡tener hijos! Y es ahora cuando las conductas obsesivas derivadas del miedo (como el limpiar tan tenazmente la bañera) afloran convertidas en esos gestos mágicos del lavar la bañera, el interior, convertidos en conducta, la conducta de Frankie.  Incluso la justificada necesidad de arrodillarse para poder ejercer la acción tiene su eco inconsciente en el suplicatorio del rogar que el pánico concluya. Porque lo más insoportable consiste en que mientras niega a Johnny hablando con Tim (que en ese momento es su exacto alter ego), lo negado se inmiscuye en el espacio de la ofrenda , en el espacio más íntimo que ahora coincide con un cuarto de baño que incluye el retrete ( lo insalvable) al fondo. Mientras practica inconsciente limpiando bañera, la voz del pretendidamente eludido consigue incluirse dentro de la ofrenda misma; participa del ritual el expulsado del mismo:

-(Tim, amigo y compañero de piso de Frankie) Esta es una situación muy desagradable. No puedes dejar tu trabajo por ese tipo. Estabas allí antes que él.

Suena el tf. Tim lo descuelga y lo vuelve a colgar sabiendo que es Johnny ¿Cuál es el problema?

-Dice que está enamorado de mí, ¡quiere casarse conmigo!

-(Tim ) Será cerdo.

– ¡Y quiere formar una familia!

-Desde luego los eliges bien!! Hogar, matrimonio, ¡qué imaginación más pobre!

Vuelve a sonar el tf.

-(Tim) Puedes contestar…

-Dile que se vaya al infierno.

Tim levanta el auricular: Johnny conozco por lo menos una docena de mujeres y bastantes hombres que podría presentarte… Dale a Frankie un respiro, no quiere hablar contigo. Dirigiéndose a Frankie: Quiere saber qué harás esta noche… Dice que hoy es sábado la noche más solitaria de la semana

-(Frankie) Dile que me llame dentro de 100 años.

Frankie cierra la puerta del baño con rabia, y Tim le dice a Johnny: Debo de colgar… esperamos una llamada tuya dentro de cualquier momento.

    Cuando estamos en el apartamento de Frankie solemos ver el cuarto de baño- la puerta eternamente abierta y allí  el retrete la bañera y el lavabo. La idea central de la película está condensada en la transformación de una tosca patata en una preciosa rosa. Frankie (inicialmente la rosa) se ha convertida en insoportable, en fea, a consecuencia de una experiencia de maltrato con su último amante. Tiene que llegar Johnny, recientemente salido de la cárcel por un delito moralmente inexistente (firmar un cheque sin fondos para favorecer a un amigo), para que, bajo su influencia, la fealdad que  recubre a Frankie deje ver la belleza que en verdad esconde y contiene. Frankie (la patata) surgirá de sí misma (por mediación de su re-hacedor, Johnny) habiendo borrado para siempre (a través del lustre del amor) las consecuencias del maltrato. Y Johnny, paralelamente, resultará ser no tan feo como sus antecedentes judiciales dictan sino que esconde en sí la rosa de un amor auténtico con el que hará resurgir feliz a Frankie.

   La forma de mostrar lo sucio en lo limpio está escenográficamente resuelta en ese “perpetuo” cuarto de baño. De forma tal que en las secuencias que expresan la dualidad del alma de Frankie, se resuelven significativamente con  la inclusión del cuarto de baño, la omnipresente bañera, y el acechante retrete que la focalización aleja o acerca, minimiza o exalta, ejerciendo así un simbolismo elástico y clarificador. No cabe la menor duda de que ese paisaje con bañera y retrete al fondo actúa en armonía con la idea fundamental y el símbolo central de la película, la conversión de una patata informe en una bella rosa. Y que apela al inconsciente del espectador cuando sutilmente entiende que al levantarnos por la mañana y  usamos el baño, entramos como feas patatas y salimos limpios como rosas.

El blog del autor: http://bathtubsinfilms.blogspot.com/

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