Velilla o la comedia populista (y chabacana)


Por Don Quiterio

  Todos buscamos nuestro norte. Hay quien lo encuentra, aunque solo sea comercialmente. Si la cosa funciona, hay quienes se acercan al este, a ver lo que ocurre. Y si luego, un suponer, se pueden adentrar en los puntos cardinales del sur (¿el mundo africano?) o del oeste (¿espagueti o paella?), miel sobre hojuelas.

  El nombre de Nacho García Velilla (Zaragoza, 1967) va indisolublemente unido a las series de mayor éxito de nuestro país. Después de licenciarse en ciencias de la información y estudiar un posgrado de cine y televisión, empieza a trabajar como guionista televisivo en 1995. Su primera serie, ‘Médico de familia’, interpretada por Emilio Aragón, es la más vista durante los casi cinco años de emisión, con más de un centenar de episodios desde su nacimiento. Creador de series como ‘Aida’, ‘Siete vidas’, ‘Golosinas’, ‘Los Quién’ o ‘Fenómenos’, y guionista del filme ‘No lo llames amor, llámalo X’ (Oriol Capel, 2011), García Velilla debuta en la dirección cinematográfica en 2009 con ‘Fuera de carta’, con los aragoneses Santiago Meléndez y Alexandra Jiménez entre los intérpretes, a la que sigue dos años después ‘Que se mueran los feos’, un producto de corte costumbrista alrededor, esto es, de la fealdad física.

  Las obras del zaragozano son disparatadas y extravagantes, políticamente incorrectas, con toques humorísticos pretendidamente ácidos e irreverentes. Los guionistas, para solucionar descompensaciones, optan por dar mucha presencia a los personajes secundarios en un intento de mantener la atención de las tramas y desvaríos, locuras y sarcasmos. Se nota que a Velilla le gusta ese mundo berlanguiano lleno de secundarios de lujo, un tipo de comedia que no te aleja de la realidad. Y es que en estos tiempos de crisis, o de pérdida de valores, la comedia es el relato que le parece más valiente, el que dice la verdad.

  En efecto, sus obras son populistas comedias de marcado perfil vodevilesco y se basan en equívocos y enredos sentimentales orientados a la búsqueda del gag, con el añadido de diversos personajes secundarios que complican las tramas con ocurrentes aportaciones. Siempre trabaja –ya sea como guionista, productor o director- desde el prisma desenfadado y distorsionador del humor. En ese sentido, parece que García Velilla se siente más cómodo como guionista y, para que sus escritos lleguen a buen puerto, los textos le llevan también a producir y dirigir.

  No obstante, los tonos empleados no corresponden a unos tratamientos ‘realistas’ que profundicen sobre los conflictos entre los personajes y tampoco reflejan con rigor los universos interiores de los mismos. De hecho, por los diálogos –abundancia de chistes, tópicos y exageraciones toscas- y las situaciones creadas, afortunadas o no tanto, el humor desplegado por Velilla está más cerca del francés Édouard Molinaro que de la visión más enriquecedora del catalán Ventura Pons. Y eso se echa en falta.

  En el mercado interior, el cine depende comercialmente cada vez más de las televisiones, en esa competencia entre las dos grandes cadenas privadas, y Atresmedia trata de imitar a Mediaset su éxito de taquilla con ‘Ocho apellidos vascos’ (Emilio Martínez Lázaro, 2014). La respuesta de Antena 3 a Tele 5 es ‘Perdiendo el norte’ (2015) y su secuela, ‘Perdiendo el este’, de reciente estreno. Dos comedietas que reinciden en las diferencias culturales entre el norte y el sur, o el este y el oeste, con los tópicos localistas de por medio. Claro que los títulos de las películas prefieren copiar directamente a ‘Bienvenidos al norte’ (Danny Boon, 2008), que es la película que desata la moda.

  Y es que la mentalidad conservadora impuesta por las dos grandes cadenas televisivas que controlan el mercado interior cinematográfico hace que la “españolada” perviva, aunque uno casi prefiera aquel cine del cateto de toda la vida, que por lo menos estaba interpretado por un reparto coral de grandes cómicos, a este actual lleno de rostros jóvenes, que en cuanto abren la boca la pifian, porque no sabe ni vocalizar. El cineasta zaragozano no se libra de la influencia del lenguaje televisivo y cae, en demasiadas ocasiones, en el chiste fácil, el producto funcional que mira a la taquilla, en el sentido feo de la palabra. ‘Perdiendo el norte’ y ‘Perdiendo el este’ se ofrecen como unas comedias corales que afrontan los fantasmas de la emigración y el fracaso en un guiño al pequeño clásico –un suponer- de ‘Vente a Alemania, Pepe’, en realidad una astracanada del landismo de 1971, cuando el homenaje, pongo por caso, tendría que haber ido hacia ‘Españolas en París’, un filme de Roberto Bodegas realizado un año antes, loable en su determinación de afrontar con toda la dignidad posible un problema candente.

  Pero un Lazaga es un Lazaga, y estas películas muestran la falta de expectativas laborales en España. Pero esas ilusiones, esa búsqueda de oportunidades, se desvanecen y la dura realidad, la auténtica pesadilla, les muestra a los personajes un futuro que es terriblemente parecido al pasado. Velilla intenta hacernos reír con ternura de la nueva España emigrante, la de principios del siglo veintiuno, pero se queda en medio de nada y de nadie. La nada de unos personajes imperdonablemente esquemáticos. Ni los problemas sentimentales, ni los laborales, ni los conyugales, ni los familiares, ni los de la enfermedad, maldita sea, aportan a los conflictos centrales una unidad coherente. Lo previsible se impone al conjunto, con unos guiones con más agujeros que un queso gruyer y unos diálogos alarmantemente artificiosos, sin garra o ingenio.

  Todo, pues, resulta elemental, de un rancio costumbrismo, como dos episodios largos de ‘Siete vidas’ o ‘Aida’, y aunque hacer reír a alguien es mucho más difícil que hacerle soltar una lágrima, un suponer, hay que hacerlo bien, como todo en la vida, sobre todo cuando se trata un tema actual que afecta a mucha gente y tiene un trasfondo social preocupante. O sea: bromas con mi mujer, no. Los largometrajes, así, no consiguen salir de los clichés ni de las frases hechas, pese a algunos esporádicos momentos de comedia alocada no del todo desdeñable. La oportunidad de hacer dignas comedias sobre el choque cultural se pierde. Inexorablemente.

  Al fin y al cabo, tanto ‘Perdiendo el norte’ como ‘Perdiendo el este’ tiran de la crítica social más beata para contar los males de una generación perdida. Pero se hace con caspa, sin norte, sin sur, sin este, sin oeste. Los recortes en investigación, la hipocresía, el modelo económico y social que prima al que más tiene, la nefasta planificación educativa, la postura frente a la inmigración, el abandono de los mayores o la prepotencia, por el amor de dios, no tienen un discurso más allá del dialecto landista, con total desprecio por las posibilidades del gag visual, de un populismo mal entendido. Velilla reúne a los protagonistas de sus series de éxito en dos películas frívolas, de moralina barata que subyace demasiado evidente y subrayada, y a las que se les echa en falta algo que vaya más allá de la mera ocurrencia, de la manida superficialidad. Sus historias, aunque el cineasta quiera darles un toque fresco o diferente, responden a los trillados patrones del lugar común. Bufonadas.

  Pero centrémonos en ‘Perdiendo el este’, con esos personajes populacheros en busca de curro por la exótica Hong Kong (en la anterior era Alemania), donde las situaciones son todavía más chabacanas. Porque este filme tan convencional, en el que el zaragozano deja la dirección a manos del debutante Paco Caballero y ‘solo’ es productor y coguionista (junto a Oriol Capel, Daniel Monedero, David Olivas y Antonio Sánchez), recuerda a aquellos chascarrillos, bromas chuscas y tramas ridículas de Mariano Ozores, Luis María Delgado, Ramón Fernández y compañía, siempre orientados –nunca mejor dicho- al espectador menos exigente. Al menos, vemos al merluzo de Julián López farfullando el mandarín.

  Lo que no vemos, ay, es espíritu cinematográfico. Nos tocó la china. O hemos perdido el norte.

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