Por Carlos Calvo
A partir de ‘El regador regado’ (1896), de los hermanos Lumière, el filme cómico y su consecuencia más directa, la comedia, se ha desarrollado con infinidad de variantes en todas las latitudes.
El filme cómico desempeña un papel inapreciable en el desarrollo artístico del cine. Con la llegada del sonoro, el filme cómico cede la supremacía a la comedia, género que en los años treinta, cuarenta y cincuenta del siglo veinte alcanza un auge enorme en Estados Unidos. Ahí están cineastas de la talla de Howard Hawks, Leo McCarey, Ernst Lubitsch, Preston Sturges, Frank Capra, George Cukor, Billy Wilder, Stanley Donen, Vincente Minnelli, Blake Edwards, Richard Quine o Frank Tashlin. La década de 1960 marca una etapa de decadencia (Michael Gordon, Delbert Mann, Norman Jewison), de escaso valor artístico aunque de indudable interés sociológico.
La filmoteca de Zaragoza ha programado un estupendo ciclo de la comedia clásica americana que va a durar todo este año en curso y lo inicia con ‘La fiera de mi niña’ (1938), del indiano Howard Hawks, quien se acerca a este género solo en ocasiones (también toca con mucha fortuna el cine de aventuras y el de gánsteres y los wésterns y los bélicos e históricos), pero cuando lo hace bordea la perfección. Esta película, en su gusto por los enfrentamientos del mundo masculino y femenino con un claro predominio de este, posee la frescura de las obras maestras que consiguen perdurar por encima del paso de los años, y ello se debe a que logra resumir gran número de las claves más importantes de la comedia, agrupándolas de manera genial. La delirante pareja formada por Cary Grant y Katharine Hepburn y su contraposición de personajes (paleontólogo a punto de acabar la laboriosa reconstrucción del esqueleto de un brontosaurio y entrometida muchacha adinerada, cuyo leopardo es confundido con otro que se ha escapado de un circo) encadena una rueda de confusiones, locuras y enredos. Y luego está Charlie Ruggles con su imitación del rugido del felino, uno de los mejores gags de la historia. El filme, con guion de Dudley Nichols según una historia de Hagar Wilde, satiriza infinidad de planteamientos sociales admitidos, de forma que, conforme avanza la acción, los personajes van viéndose envueltos en una serie de equívocos difícilmente subsanables. Y todo el relato, de un ritmo interno medido, milimétrico, tiene un aspecto de madeja que a la vez que se va conociendo se enreda, esto es, cada vez más, con lo que el encadenamiento de las situaciones se desarrolla perfectamente y nos envuelve por completo.
En ‘Me siento rejuvenecer’ (1952), con sus chispeantes diálogos (debidos a los guionistas Ben Hecht, Charles Lederer e I.A.I. Diamond, según la obra de Harry Segali) y la plácida e inexistente –en apariencia- puesta en escena, nos encontramos otra vez a un magistral Cary Grant (acompañado, esta vez, por Ginger Rogers, Marilyn Monroe y Charles Coburn), aquí en el papel de un profesor muy despistado que investiga el hallazgo de una fórmula para rejuvenecer, surgiendo una serie de equívocos con un mono de su laboratorio. Y es que Hawks, en sus comedias, suele tratar, con insistencia nunca fatigosa (ahí están, igualmente, ‘La comedia de la vida’, ‘Bola de fuego’, ‘La novia era él’, ‘Los caballeros las prefieren rubias’ o ‘Su juego favorito’), una de las circunstancias más típicas de la sociedad americana: el matriarcado y la progresiva ‘desvirilización’, por así decir, del hombre. Tras la aparente simplicidad, que hace accesibles a todos los públicos, sus filmes, sean del género que sean, esconden una profundísima sabiduría fílmica, basada en su clasicismo y un pensamiento lúcido y coherente, que hacen del cineasta uno de los grandes e indiscutibles maestros del séptimo arte.
El vienés Billy Wilder es otro de los grandes maestros de la comedia americana (y del cine negro de orientación sicológica) por su brillantez, desenfado y mordacidad, a la que no es ajena la herencia de Ernst Lubitsch, con quien se inicia como guionista. ‘El apartamento’ (1960), realizada entre ‘Con faldas y a lo loco’ y ‘Un, dos, tres’, es un ejemplo de lo que digo. Estamos ante un ácido retrato del ciudadano medio americano (o neoyorquino), tocado y hundido en su miseria, y de la sociedad del consumismo, el capitalismo y la hipocresía. Al protagonista lo interpreta Jack Lemmon, un modesto (y servil) oficinista que vive solo en un discreto apartamento, y lo presta ocasionalmente a sus superiores para que se encuentren con sus amantes, pues confía en que estos favores le sirvan para mejorar su posición en la empresa. Con guion de I.A.I. Diamond –libretista también de Hawks-, la película es una radiografía venenosa de la gran ciudad, del olor a triunfo y a sexo de usar y tirar, ahí donde el único sujeto que es un dechado de virtudes aparece como una criatura anacrónica, un títere idiotizado al que hay que exterminar en beneficio de la amoralidad reinante. Cualquiera que tenga influencia, ya saben, es capaz de cebarse en otro. Un filme tierno, crítico y desesperado, inspirado en ‘Breve encuentro’ (David Lean, 1945) y una suerte de continuación de ‘La tentación vive arriba’ (1955), que empieza como una comedia satírica, se transforma en un poderoso drama y acaba como una comedia romántica, evitando, desde luego, cualquier sentimiento almibarado.
El neoyorquino Stanley Kubrick cuenta en ‘¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú’ (1963) la delirante odisea de un paranoico general de las fuerzas aéreas estadounidense que lanza, en un acceso de desesperación, una ofensiva nuclear sobre la Unión Soviética. Los diplomáticos, mientras, tratan de evitar la catástrofe y el presidente ordena que todos los aviones sean retenidos… menos uno. La guerra fría y el pánico al peligro atómico, pues, se asoman en esta sátira en la que la farsa alterna con el drama para culminar en una enloquecida secuencia final. Ácida y angustiosa, pesimista e incisiva, también a veces salpicada de un humor obvio y ramplón, pero siempre amargo y cruel, la película se basa en una novela de Peter George y es una corrosiva sátira bélica con un Peter Sellers dando vida a tres personajes: como presidente de los Estados Unidos, como militar británico y como loco descubridor de la bomba. El autor de ‘2001, una odisea del espacio’ o ‘Barry Lyndon’ se caracteriza por su inconformismo y penetrante sentido social y un lenguaje directo e incisivo, nervioso y violento, formalmente brillante, que pospone el análisis sicológico al sentido histórico o social de los hechos y personajes.
El inicio del ciclo de la comedia clásica americana lo conjunta la filmoteca de Zaragoza con una serie de siete comedias japonesas contemporáneas: ‘Kamikaze girls’ (Tetsuya Nakashima, 2004), alocada oda a la amistad según una novela de Novala Takemoto; ‘Terumae Romae’ (Hideki Takeuchi, 2012), adaptación del manga de Mari Yamazaki; ‘Scabbard samurai’ (Hitoshi Matsumoto, 2011), tierna historia de amor entre un padre y su hija; ‘Danchi’ (Junji Sakamoto, 2016), sobre la desaparición de un vecino recién llegado a una urbanización; ‘Mohican kokyo ni kaeru’ (Shuichi Okita, 2016), el reencuentro de un joven con su padre al estar este en su fase terminal; ‘Denjin Zaborgar’ (Noboru Iguchi, 2011), basada en una serie de superhéroes, y ‘Kagidorobo nomethod’ (Kenji Uchida, 2012), la relación entre un actor problemático y un sicario con amnesia.
El cine cómico japonés, como vemos, cuenta con una gran vitalidad y variedad de estilos, desde la tragicomedia familiar a la parodia. Y el objetivo de este pequeño ciclo es reivindicar uno de los géneros que menos atención recibe en Occidente. Que no se diga.