Por Fernando Saldaña Sagredo
En 1989 tuve el privilegio de acudir a un recital de Camarón cuando ya era una gran figura flamenca y un referente para aquellos gitanos que copiaban su estilismo hasta el último detalle a fin de emularle.
Fernando Saldaña
A principios de esa década había venido a Zaragoza, a la sala Oasis, cuando todavía era un cabaret, y a su cita acudieron unas cuarenta personas, en su mayoría gitanos jóvenes. Acababa de aparecer La leyenda del tiempo (1979) y la ortodoxia flamenca aún se estaba reponiendo de semejante afrenta.
Camarón murió el 2 de julio de 1992 en el hospital Germans Tries i Pujol de Barcelona a los 41 años. Tras esa fecha, sus ventas de discos se incrementarían en un 400%. Estaba en lo más alto del panorama musical, su cante era solicitado en los grandes festivales, músicos de todo el mundo buscaban sus grabaciones y su reconocimiento entre los flamencos era total. Por supuesto, hoy es un referente en el mundo del flamenco, sin que se pueda entender, sin su contribución, la evolución de la que posiblemente sea la mejor música del mundo. Pero al margen de postureos flamencos, este año se cumplen 25 años de su fallecimiento y oiremos hasta la saciedad loas a su figura que pueden llegar hasta el ridículo. Por ello es necesario saber ¿qué es lo que hace de Camarón un cantaor extraordinario? Esta pregunta es fundamental a la hora de manifestar que estamos ante uno de los mejores cantaores y dejar atrás los adjetivos pomposos y superlativos que ocultan una carencia de crítica. Seguramente en la joven historia flamenca haya habido otros con una técnica parecida, pero la escasez de grabaciones hace que no hayan sido (re)conocidos.
El flamenco actual no puede entenderse sin Camarón. Sí, es cierto, no se puede entender sin Camarón, pero tampoco se puede entender sin Paco de Lucía, por ejemplo, sin Kiko Veneno, sin Manzanita, sin Triana, sin Manuel Molina (de Lole y Manuel) y sin Ricardo Pachón, entre otros. Todos ellos tienen un acerbo cultural y de una manera u otra coinciden a mediados de los años setenta en una forma de sentir el flamenco, de expresarlo, que lo (r)evolucionará para siempre, dejando atrás los formalismos estéticos y musicales. Para entender a Camarón su entorno es fundamental (aunque no es una cuestión trascendental ya que otros crecieron en el mismo clima familiar y no destacaron): la influencia del cante de su madre, Juana Cruz, y la infancia (escucha mientras lees estas líneas el martinete incluido en Camino de Totana titulado “Las doce acaban de dar”) en la fragua paterna frecuentada por los flamencos que coincidían en San Fernando hacen que su formación flamenca (no reglada) sea excepcional. Allí, en esas juergas flamencas caseras, comenzará a escuchar los cantes tradicionales, fuera de tablaos, ventas y fiestas particulares para señoritos, en las voces de Manolo Caracol o la Perla de Cádiz, sobre todo. Muchos no conocen esa obsesión de Camarón por escuchar esos cantes tradicionales de la voz original, pero durante muchos años irá con un radiocasete grabándolo todo.
En un primer momento, y con muy poca edad, su figura está unida a Rancapino (Alonso Núñez Núñez), gitano de Chiclana; juntos comienzan a cantar en los transportes públicos de la bahía y de los puertos, para posteriormente hacer de la Venta de Vargas en San Fernando su principal lugar de encuentro. Con una fama que le precedía, y con los papeles falsificados por su madre, actúa en la Feria de Sevilla con trece años. A partir de ese momento, tras ser contratado por varias compañías (entre ellas, la de Valderrama), acabará en Madrid en el tablao Torres Bermejas. Allí tendrá como guitarrista a Javier Molina, que lo fue de la Perla de Cádiz y maestro de Paco Cepero.
En este tablao, santuario por donde pasarán todos los nombres flamencos, coincidirá con la otra gran figura revolucionaria, Paco de Lucía. El cañaíllo y el algecireño contribuirán a la grandeza de esta música con unos discos que podrían actualmente encuadrarse en un primer momento en la ortodoxia flamenca pero que en su época fueron rompedores. Aquí es donde Camarón debe su fama, en esos discos donde su cante alcanza la máxima calidad flamenca. Ya no solo nos encontramos con el cantaor que sabe entrar en el momento justo, donde marca el tiempo, el compás; estamos ante el flamenco que domina y ha escuchado los diferentes palos y sus variantes, que alarga sus “quejíos” hasta la desesperación del guitarrista, que modula y afina su cante. Como señala Paco de Lucía, su técnica era casi científica: “La afinación que tenía cantando era la de un instrumento. Eso no lo he escuchado nunca. Afinaba todas las frases y cada nota de los giros y llegaba al final del tercio que yo a veces me ahogaba de verlo. Y remataba con una fuerza y una seguridad tremendas” (extracto de Camarón de la Isla. El dolor de un príncipe de Francisco Peregil). Son estos discos con Paco de Lucía donde vamos a encontrar al Camarón mas unido al cante tradicional, aquí nacen sus méritos que hacen que sea reconocido por los mismos artistas flamencos. Sus doce años en Torres Bermejas le permitirán conocer a toda la farándula flamenca, y al mismo tiempo servirán de trampolín para que el resto del mundo flamenco conozca su valía profesional.
Dejando al margen las grabaciones con Antonio Arenas, en principio editadas para Alemania y sin ver un duro, y la de Sabicas, con la antología que preparó en su visita a España, son nueve discos entre 1969 y 1977 en los que Camarón y Paco de Lucía graban los cantes de toda la vida. Aunque ahora, desde la distancia, veamos esos discos como antiguos o trasnochados en su estética (la casa de discos ni se molestaba en variar las fotos de algunas portadas), en su momento destacaron por su frescura en la interpretación y por la innovación en cada uno de los discos. Trabajo a trabajo, Camarón y Paco de Lucía incorporan cantes que no eran admitidos por los mairenistas al considerarlos menores o sin identidad propia, como la famosa “Canastera”. Rompe Camarón con las tendencias y las entonaciones de las voces imperantes en ese momento (Mairena y Fosforito) y moderniza los cantes, exprimiéndolos, aun abusando de los “lereles” o “lolailos” (escucha ahora la bulería “La jaca que yo tenía”). Frente a sus coetáneos, que ejecutan un cante conforme a los parámetros clásicos que dicta Mairena, Camarón revoluciona los cantes aportando otras inflexiones y se aleja de las interpretaciones rígidas de los mismos ofreciendo con su voz metálica tonalidades de desgarro y de sutiliza con un simple pase de pecho, sus adornos (melismas) e inflexiones (dejillos) hacen un cante propio. En definitiva, Camarón de la Isla, con la entonación que ejecuta en su cante, realiza una aportación al flamenco al mismo nivel que Paco de Lucía con la maestría de su guitarra. La confluencia de ambos en estos discos es una aportación fundamental al flamenco, es por lo que, desde el primer momento, desde el primer disco, los aficionados al flamenco y los puristas de las peñas flamencas, pese a esas innovaciones, aclaman al cantaor, aunque siempre existirán guardianes de la esencia del cante jondo que se resistan.
Con Paco de Lucía graba los siguientes LP´s, que mantienen la estética, e incluso los títulos, de un tiempo que ya no volverá jamás al flamenco. El aficionado hoy en día se volverá loco para encontrar estos trabajos, que son denominados en función del título del primer tema, y más loco aún al reeditar algún trabajo cambiando y confundiendo las caras A y B del LP. Un trabajo por año que responden a: Al verte las flores lloran (1969), donde se encuentran las maravillosas alegrías “Barrio de Santa María”; Cada vez que nos miramos (1970); Son tus ojos dos estrellas (1971), que incorpora la minera “De una mina de la Unión”; Canastera (1972); Camino de Totana (1973); Soy caminante (1974); Arte y majestad (1975), el que creo que es el mejor trabajo de esta época y cuyo título, acorde con la reinstauración monárquica del momento, tiene más que ver con el Faraón de Camas (amigo personal del cantaor y a quien dedica un tema) y en el que aparecen unas preciosas cantiñas dedicadas a San Fernando tituladas “La isla de León”; Rosa María (1976), y finalmente, con una portada menos clasicista, Castillo de arena (1977), donde aparecen los tangos “Y mira que mira y mira”. La mayoría de las composiciones están firmadas por Antonio Sánchez, padre de Paco de Lucía y verdadero motor de esta etapa. De esta firma y sus derechos económicos vendrán los lodos que malmetieron algunos en la relación de ambas figuras, pero esa es otra historia.
Tras un tiempo de reflexión y con el impulso de Ricardo Pachón graba La leyenda del tiempo (1979), donde nos encontramos letras de Federico García Lorca y temas compuestos por Kiko Veneno (“Volando voy”) y Omar Khayam (“Viejo mundo”) y, por primera vez, la colaboración del que será su guitarrista de referencia, Tomatito. Mucho se ha escrito, hay hasta un documental, de este disco de búsqueda de nuevos caminos del flamenco. En un principio no fue un éxito, el disco se devolvía a las tiendas por los puristas, aunque abrió nuevos territorios que ya venían forjándose desde hace tiempo (Sabicas en 1967, Smash en 1970, Lole y Manuel en 1976, Veneno en 1977 y Pata Negra en 1978) para ir hacia un flamenco más creativo. Sin duda alguna, es un disco flamenco cien por cien y esencial en la historia de la música de este país (escucha, mientras lees este texto, el tema “Bahía de Cádiz”, utilizado ahora por las academias de baile por sus tiempos marcados).
Como el agua (1981) es el siguiente trabajo, con Paco de Lucía y un Tomatito casi en segundo plano. Uno de los mejores discos, donde aparecen los magníficos tarantos “En tu puerta da la luna” y donde las guitarras se reconocen en todos los temas. Es como si Camarón lanzase un mensaje a los puristas en el que les transmite su intención de continuar su camino con la seguridad que aporta Paco de Lucía. Su encuentro con la heroína sucede en los inicios de los años ochenta, siempre fumándola en papel de plata y puede que esa forma de consumo sea el origen de su fallecimiento por cáncer de pulmón, además de los cuatro paquetes de tabaco que se metía al día, ¡claro está! Demasiados amigos fáciles que él aceptaba en el Madrid de los años ochenta y demasiadas juergas malas sinsentido hacen un Camarón consentido, todos plegados a la voluntad de una figura a la que nadie le susurraba su mortalidad. Su etapa con Tomatito, tras el bombazo de La leyenda del tiempo, es su tiempo más mediático, su figura trasciende el mundo cerrado del flamenco, su estética de los discos es copiada hasta la saciedad por los jóvenes gitanos. Camarón no vendió muchos discos, sus ingresos provenían casi exclusivamente de las actuaciones, pero todo el mundo conocía a la perfección los temas de Calle Real (1983), Viviré (1984), etc. El rastro, los casetes de gasolinera y las grabaciones piratas en aquel mundo sin internet hacían estragos. Camarón era la gran esperanza, la figura que enganchaba con una juventud despegada del flamenco.
Pese a las colaboraciones de Paco de Lucía en sus discos, su guitarra de referente en los conciertos es Tomatito. Junto a ellos graba los citados Calle Real y Viviré. El disco Te lo dice Camarón (1986), exclusivamente con Tomatito (y con un nuevo productor), quizás sea el peor trabajo de su carrera. Al año siguiente publica Flamenco vivo (1987), también con Tomatito. Dos años después y tras innumerables noticias previas publica Soy gitano (1989). Es el disco más costoso de la historia del flamenco. Fue grabado con The Royal Philarmonic Orchestra, que no aporta nada salvo el abaratamiento de los costes (ya que su experiencia hacía que las tarifas fuesen más bajas que las de otras orquestas), consiguiendo el primer disco de oro para un trabajo flamenco. Al margen de roturas de camisa (el tango “Soy gitano”), para mí destaca el fandango titulado “El pez más viejo del río” acompañado por el fabuloso guitarrista Vicente Amigo (si puedes, escúchalo). Autorretrato (remezclas y rarezas) es un recopilatorio de 1991 en el que nos encontramos solo tres novedades y donde había que aprovecharse del éxito del disco anterior. Potro de rabia y miel, de 1992, con la guitarra y la producción de Paco de Lucía, es su último trabajo publicado en vida y uno de los preferidos, donde sigue aportando modernidad al mundo flamenco con esa portada del disco, aunque, con cierta sorna, el magnífico crítico José Manuel Gamboa señalara en el libro-homenaje de 1992: “La portada, que desde luego no entendemos, aunque ya le hemos buscado varios significados que no sería correcto plasmar, es obra de Miquel Barceló, un señor muy importante”. Una vez fallecido, hay que incluir Camarón nuestro, en directo, que es un recopilatorio de 1994, y la antología definitiva (al parecer) editada en 2004 en tres CD, Alma y corazón flamencos. Y para finalizar, en su discografía hay que señalar la BSO de la película Sevillanas de Carlos Saura, al margen de que se hayan confeccionado varias antologías (1996, la llamada Inédita, de 2000) y de que se recopilen rarezas de los años 1973-74 y grabaciones de sus actuaciones en Brasil en 1973 y en París en 1987.
Para concluir, hay que señalar que Camarón es un animal flamenco, un estudioso del cante que, desde su dominio, lo retuerce hasta liberarlo. Innovó en una música tan cerrada como es el flamenco, rompiendo las viejas reglas mairenistas y supo, además, participar junto a otros artistas de una manera activa en la revolución del flamenco. Lo demás es leyenda. “Yo lo único que he hecho en mi vida es cantar, porque es lo único que sé hacer”, José Monge Cruz.