Por Javier Barreiro
Introducción a Joaquín Carbonell, Poesía completa (Edición de Javier Barreiro), Zaragoza, Instituto de Estudios Turolenses-Los Libros del Gato Negro, 2023.
Joaquín Carbonell fue hombre naturalmente dotado para muy diversas disciplinas, obviaremos las relacionadas con la música por ser de sobra conocidas y estar fuera de nuestro propósito.
En sus inicios hizo teatro, lo que también le serviría para convertirse en algo parecido a un showman en sus tiempos de televisión y radio o en sus presentaciones públicas, sobre todo en las de los últimos años, ya no sometido al rígido personaje del cantautor rebelde. Tenía don de gentes, humor, ironía, era ocurrente, también jugaba bien al fútbol.
En cuanto a su relación con lo literario, obviaremos las letras de sus primeros discos, facilonas, lo que era consustancial al género, y llegaríamos al Carbonell periodista, función que incrementó la soltura de pluma que fue una de sus mayores virtudes y uno de sus mayores peligros. Por ahí nos asomamos a su poesía, género que cualquier letra-herido es el primero en practicar. Joaquín lo hizo pero hasta 1983, justo un año después de abandonar la «canción protesta» o «canción aragonesa», como después se le denominaría, no aparecieron sus primeros poemas publicados. Fue en el número 7 de la revista zaragozana En blanco y negro, correspondiente a octubre de dicho año. Dos de estos tres poemas inaugurales llegaron a su primer libro, Misas separadas (1987). Hasta desembocar en él, otras revistas acogerían sus composiciones poéticas: Et Cétera (Tarragona) nº 6-7 (1984-1985), DRU-ETICA -Druida poética- (1985), una de las publicaciones propiciadas por la incesante actividad poética de Ángel Guinda, y Ero-temas (1986). Contenían tres, diez y tres poemas, respectivamente.
Misas separadas
Misas separadas[1] (1987), publicada por la Institución Fernando el Católico, llega cuando su autor cumple cuarenta años y anda bastante curtido para no incurrir en ingenuidades o trascendentalismos de juventud. Él fue precisamente uno de los más resueltos anti-trascendentalistas que me fue dado conocer, lo que en su poesía se manifiesta lo mismo en sus juegos lingüísticos –como el del título– que en sus devaneos vanguardistas y en la letra de sus últimos discos. Este poemario iba a abrir la colección de El pollo urbano, título de la revista fundada por Dionisio Sánchez que llegó a ser –y continúa– un fenómeno social. Fue este dinamizador ciudadano quien prologó brevemente este libro, mientras que el entonces futbolista y hoy «catedrático» pelotonero Jorge Valdano firmaba el epílogo, uno de sus primeros textos publicados, que yo sepa.
El autor declara en la solapa no ser un «gran consumidor de poesía», que escribe aquello que le gustaría encontrar en otros poetas. Sin embargo, una buena parte de sus versos vienen propiciados por un amor frustrado, por no usar la desgastada fórmula «desengaño amoroso». Él utiliza el término «desamor» y lo sitúa junto a luz, el alcohol, la soledad o la duda, como los inspiradores del libro. La luz, la soledad y la duda son instancias a las que ha de abocarse todo verdadero poeta y Joaquín no era muy bebedor, así que nos queda el desamor como centro del poemario, si bien, no es eso lo que nos ha de importar del libro, sino su lengua, originalidad y capacidad de innovación, extremos que Misas separadas acoge y que lo convierten en una obra mucho más interesante de lo que su recepción podría hacer pensar. En alguna ocasión me he referido a la incapacidad o la casi inexistencia de una verdadera crítica poética en Aragón y hasta en España, por lo que el asunto no merece mayor comentario.
Sí habrá que constatar que en Carbonell destaca la expresión justa, ajena a tópicos, florituras y jeribeques, los mentados hallazgos lingüísticos y la facilidad para la creación de imágenes de una justeza que se suma a su singularidad. Poemas como «Estamos ya muy lejos» y «Oración recelosa», el primero narrativo y el segundo apelativo, contienen de forma exacta ese malestar de una relación amorosa que no se desearía abandonar pero que muestra ya sus quebraduras y que se enerva en imágenes destellantes: «si no fuese tu mano tan extraña /a mis células vivas / de perro mesetario» o «tus calientes pitones de peonza / incrustados de ladrillo amianto», audaz muestra de sustantivo adjetival. Sigue «Metaforia doméstica», un poema erótico muy bien pergeñado y con excelente título para continuar esta secuencia personal en «Inútil verborrea», un intermedio reflexivo inserto entre la comezón pasional, con un verso tan hondo y vibrante como: «Todos los verbos se anidan de flaqueza». El poeta vuelve a demostrar su brillantez verbal en los últimos versos de «Tránsito rítmico»:
Solo caldeo
tu intimidad de musgo caribeño
y culebreo el caño ensombrecido y hueco.
Me derrito como un collar de estrellas mantequillas
entre tus metáforas más soles.
Estos y muchos otros ejemplos que podrían aportarse muestran que las condiciones de Joaquín Carbonell para la expresión lírica no eran nada comunes. Pese a no ser un intelectual ni alguien especialmente formado en el campo de la poesía, disfrutaba de una intuición verbal en la que conjugaba una fácil espontaneidad con la originalidad exigible a todo poeta auténtico.
Otras veces, ya fuera del asunto amoroso, nos encontramos con poemas audaces de forma y contenido, que se acercan a las imágenes surrealistas. Así sucede en «De bruces» en el que podemos encontrar neologismos como «endianados», desplazamientos adjetivales (hipálages): «saliva resuelta», «pistolas enrabiadas», junto a antítesis inexplicables y alusiones aparentemente gratuitas que conforman un marco de significación tan intenso como ambiguo. Otros versos aluden a su cotidianeidad, al malestar propiciado tanto por la soledad, como por su coincidencia con el paradigma sartriano: «l’enfer c’est les autres». Pero, junto a la mueca del hartazgo, no deja de aparecer el consuelo del humor: «Hasta los grillos convocaban elecciones anticipadas / por lo que el hombre no pudo atravesar el césped / sin depositar su voto en la maleta», «Entendedlo bien / estamos tan carentes de afecto / como una plancha a vapor de contrabando».
Las últimas páginas de este breve poemario –35 composiciones, algunas sin llegar a los diez versos– albergan escepticismo, melancolía y un pesimismo en gran parte deparado por un pasado nada connivente, como sucede con muchos de los espíritus de su generación. Joaquín nunca escribió sobre su niñez, que no fue un tiempo de rosas. Vemos así un poema tan triste e irónico como «Epístola que llega tarde». También «A estas horas», previsible pero muy indicativo de alguno de los estados de ánimo que originan estos textos y el poema más largo del libro, «Me voy», un apunte autobiográfico de los años juveniles, en los que, tras huir de Alloza, trabajó de camarero en la costa, tan importantes para su educación sentimental y para el cultivo del distanciamiento que exigen los sentimentalismos excesivos.
Varios de los últimos poemas breves del libro se aproximan al aforismo, género peligroso en el que la genialidad está a un paso de la parida. Joaquín lo suele resolver con el humor con el que ajusta los cuatro versos del poema final: «Ya he plantado un hijo / escrito un árbol / tenido un libro / ¿Y ahora qué?».
Laderas de ternero
Si su primer libro iba dedicado «a nadie», la destinataria de Laderas de ternero[2] (1994) fue Virginia, como el autor acostumbraba a nombrar a su segunda mujer, realmente llamada Marisa. Publicada con el número 24 en la colección «La gruta de las palabras» de Prensas Universitarias de Zaragoza, se trata de una poesía más impresionista y elaborada en la que el yo poético está más solapado y la sintaxis es más intrépida y rompedora, hasta el punto de que en ciertos momentos algún poema puede resultar críptico.
Más íntimo y personal, el punto de vista de los poemas alterna las tres personas verbales y el infinitivo y tanto la construcción como el ritmo se perfilan con mucha mayor pericia que en el libro anterior, cuya única superioridad sobre éste puede ser la frescura. Vuelven a aparecer los neologismos «diuturnos» (18), «meliloto» (20), «cornivega» (28), «me nubo», «raudan» (30), «nuban» (31)… La adjetivación rompedora y sorprendente: «Manos cabizbajas» (18), «emigración acuática» (18), «salino de luceros» (19), «amor azanahoriado» (20), «jardín arcoluna» (22), «cacharrería multisona» (24), «avinagriento» (29), «blinde hipotecado» (29), «el año de mañana» (30), «almibada» (33)… Y, por supuesto, sobre todo en los últimos poemas del libro, la sintaxis libérrima, unida a la apuesta de ampliar los campos semánticos de cada término, lo que propicia imágenes de gran atractivo y originalidad: «Lunes me adhiero por si acaso», «Colúmpiate en mi dardo mensajero / si tumultas, / princesa» (23), «parpadeo cuello» (35), «mientras rezumas el bimbo albaricoque, / estupor frecuencias / en cada minipimer / que se atreve a brillarte directo a la mirada» (29)… Finalmente, su consustancial humor: «discurso anodino y meliloto» (20), «borraja pechugona» (33), también instalado en muchos de sus títulos que vienen a ser una puesta en cuestión del propio texto que encabezan.
Todos estos elementos se presentan todavía con mayor frecuencia e intensidad en la segunda y tercera parte del poemario, en las que el autor parece en estado de inspiración auténtica, de modo que las imágenes sorpresivas y la audacia de la construcción se solapan en un ritmo sincopado y progresivo, que no nos permite el descanso. No hay transición ni espacios muertos en sus poemas, que constituyen una esfera en la que riesgo, lenguaje, imagen e innovación forman un todo perfectamente integrado. Poemas como «Excursión al lago de un barreño», «Me transcurre el arpegio», «Elena toma bombón», «Parnaso veraniego», «Laderas de ternero», «Volver al fuego», «Hola de la ola», «Lengua de plata» o «Bodegón de frutos» son una buena muestra de estas aseveraciones y se encuentran entre lo más granado de la obra literaria de Joaquín Carbonell.
Juguetón y vanguardista, hondo y superficial, amigo de superponer lo culto y lo coloquial, humorista nato –recordemos sus desternillantes libros misceláneos escritos en colaboración con Roberto Miranda– pero, a la vez, inscrito en una suerte de melancolía y distanciamiento que se explica por su biografía profunda, su sempiterna ironía es el resultado de estas dos últimas pulsiones. Y, sobre todo ello, alguien es escritor si sabe utilizar la lengua. Así, su lírica revela lo dotado que estaba Joaquín en este terreno. Es claro que Carbonell tenía oído poético pero también una rara pericia en las oraciones largas y un innato sentido del ritmo, asuntos que, naturalmente, aparecen también en su obra musical. Por otro lado, la poesía le permite o le fuerza a escapar de su tendencia a la superficialidad patente en sus novelas, quizá proveniente de esa soltura multifacética propia de sus actividades diarias.
Esa facilidad o desparpajo, que podía vedarle obras de mayor ambición y aliento, le proporcionaba, en cambio, cierta falta de temor o respeto, con lo que era capaz de crear esas imágenes y estructuras verbales atrevidas y seductoras que pueblan su poesía. Facilidad que tenía también para distinguir el grano de la paja, con lo que su expresión era siempre directa y desprovista de segundas intenciones. Con el humor con que se defendía y la ironía con la que se explicaba, no puede sorprender que Brassens estuviese en la cima de sus ídolos. Tenía facilidad para buscarse otros. No es una boutade afirmar que uno de los fundamentales fue El Pastor de Andorra, del que, junto a José Miguel Iranzo, filmó un documental extraordinario. Pero en su poesía encontramos ecos de poetas como Oliverio Girondo, Miguel Labordeta o Nicanor Parra. Cuando me ocupaba de la revista El Bosque, Joaquín viajó a Chile y le pedí que intentara entrevistar al gran poeta inventor de los antipoemas, cosa nada fácil. Sí lo fue para él, que me proporcionó un texto nada convencional y excelente[3].
Como es habitual en la poesía aragonesa, los poemarios de Joaquín apenas gozaron de recepción. Únicamente he localizado tres reseñas y la primera de ellas, debida a Ángel Guinda[4] y ya citada, ni siquiera puede considerarse como tal, ya que apareció cuatro años antes de la publicación de Misas separadas, como se explica en la primera nota de esta introducción, cuando el libro, que en su salida al mundo perdió algunos poemas y adicionó otros, todavía acarreaba el bukowskiano título de Todo lo que sé lo aprendí en el váter. Por su parte, Manuel Estevan[5] reseñó en el suplemento «Artes y letras» de Heraldo de Aragón el poemario con su título definitivo:
[…] En este volumen hay poesía, elaborada con un lenguaje cotidiano coloquial, en absoluto rebuscado, a caballo de un surrealismo de fondo en las imágenes, más cercano al disparate que a la irrealidad discursiva propia de los bretonianos […] sensibles metáforas cuyo fondo de soledad puebla una vida sobrecargada de un ropaje (máscara) externo y lucimiento personal. Pero el fondo real sufre la autocrítica del poeta sabiendo reírse de sus propias y naturales contradicciones […] una gran ternura cómica unos amores perdidos junto con la ironía del pasado denuncian, desnudan a un Carbonell mucho más vigoroso y sensitivo que a aquel otro popular y agorafílico al que nos tiene acostumbrados.
Pese a su calidad, Laderas de ternero tan sólo recibió la atención de Antón Castro[6], compañero de redacción del autor en el diario en que apareció la reseña:
[…] libro antiromántico […] el autor se siente cómodo fabricando metáforas en el alambique de las palabras: demuestra virtuosismo, gusto por la paradoja y el neologismo, un eterno surrealismo baturro. Su sentido corrosivo es frontal […] Laderas de ternero es algo más que un manual de malabarismos expresivos. Es un documento de estado (anímico o sensual) de un hombre zumbón y vital que conoce muy bien la alquimia de los sentimientos y la materia con la que se hace la buena poesía.
Otros poemas
Finalmente, para bucear en otros textos líricos que Carbonell editó, hay que recurrir a los publicados en revistas o libros colectivos, excluyendo los que después integró en alguna de sus dos obras poéticas. Son un total de 22 poemas que, unidos a los 35 del primero y 46 del segundo de sus libros, conforman un total de 103 que constituyen la obra completa editada por su autor. Se consignan en esta introducción y a modo de apéndice las publicaciones de las que proceden los versos, repartidas entre 1983 y 1994, más un poema que aportó Pilar Vicente al libro Carbonell, amigo, editado como homenaje a su muerte y con textos de sus gentes más cercanas. A pesar de ser el último texto de esta compilación, corresponde, pues, a una época muy anterior a su publicación.
En general, dichas composiciones aisladas corresponden a su línea provocativa y directa, tan usual en Brassens, aunque su explicable heterogeneidad dé lugar a variedad de tonos y contextos. La tendencia a la enumeración, el humor amargo, la creatividad verbal, un fraseo agresivo y un desfile de imágenes de choque en un contexto cercano al costumbrismo son rasgos comunes también en los libros del poeta de Alloza.
La serie más numerosa es la contenida en la revista DRU-ETICA, que editó La Asociación Cultural El Druida, una de las muchas iniciativas culturales del poeta Ángel Guinda. Son diez poemas que después no pasaron a sus libros. Varios de ellos son adscribibles a una especie de «poesía del malestar», que se corresponde con un periodo de la vida del autor especialmente conflictivo, aunque la vitalidad, el humor y la capacidad de distanciamiento de Joaquín no permitieron que sus efectos se transparentasen demasiado en su vida cotidiana, aunque varios de este tono sí aparecen en Misas separadas. Por el contrario, otros como «El hombre que quiso ser sherpa”, «Esperando a Godoy» o «Expedición al fondo de tus mares», anticipan el tono de las letras de sus últimos discos.
Los diez poemas incluidos del ciclo «A viva voz», que programara Ildefonso Manuel Gil en la Institución Fernando el Católico entre 1985 y 1991 y por el que pasamos casi todos los poetas zaragozanos, podrían haber aparecido en cualquiera de los dos libros del autor. De hecho, lo hizo con cinco de ellos y los no incluidos que aquí se reproducen participan de las mismas características ya analizadas. Es curioso que «Todo lo que sé lo aprendí en el váter», luego eliminado en las ediciones privada y pública de Laderas de ternero, sea aquí el que encabeza la serie.
La poesía de sus canciones
Aunque, como ya se dijo, no reunimos aquí los textos de su obra musical, debe señalarse que muchos, sobre todo en su última época, merecerían una antología. Fundamentalmente, Brassens, Serrat, los hermanos Miguel y José Antonio Labordeta y Sabina en sus discos finales serían sus modelos reconocidos.
Las letras de su primera época pueden tildarse de coyunturales ya que, como ocurrió con sus amigos de La Bullonera, su propósito no es estético sino el de despertador de conciencias. En cambio, los discos postreros que publicara a sus expensas, quizá no recibieron la atención debida aunque gustaban a todo el mundo. Sólo el crítico Matías Uribe se esforzó por reparar esa sinrazón. Merece la pena que, al menos, reseñemos sus títulos: Tabaco y cariño (1998), Sin móvil ni coartada (2004), La tos del trompetista (2005), Clásica y moderna (2008) y El carbón y la rosa (2017).
Debo agradecer a Maricruz Moreno su imprescindible y continua colaboración en todos los aspectos de la edición de este libro, anticipándose a mis peticiones y regalándome su tiempo y sus saberes. También, a Pilar Vicente, que proporcionó numerosos poemas y materiales de la prehistoria poética del autor y que, como Cruz, es vieja amiga de las que siempre lo están demostrando. Y a Aránzazu Orive, que sigue en alerta, por Carbonell siempre.
N O T A S
[1] Buena parte del libro se había compuesto años atrás con el título Todo lo que sé lo aprendí en el váter. Incluso –cosa insólita– Ángel Guinda había publicado una reseña sobre él en el periódico El Día de Aragón (22 mayo 1983). Cuando, cuatro años después, se edita Misas separadas en la Institución Fernando el Católico, el autor inserta antes del primer poema «[…] un recuerdo para Rosendo [Tello], Antonio [Domínguez], Jorge [Valdano], Dionisio [Sánchez], Ángel [Guinda], Ildefonso [Manuel Gil] y Pilar [Vicente], que me animaron a dar luz a estos ¿poemas?». Es probable que Ildefonso Manuel Gil, entonces director de la IFC, fuera quien persuadiese a Joaquín para sustituir el título anterior y eliminar el poema homónimo que encabezaba el libro.
[2]En septiembre de 1990 el autor había realizado una cortísima edición con cubiertas de cartulina verde de 146 páginas y 22,5×18 cms. cuyo colofón reza: «Este poemario consta de diez ejemplares únicos, numerados y firmados ¿por qué no? por el autor aparente. Editado para engatusar amigos, adornar papeleras y alimentar livianas vanidades. Del firmante. Zaragoza, septiembre de 1990». La edición de 1994 contiene los mismos 46 poemas con muy leves modificaciones.
[3]Joaquín Carbonell, «Nicanor Parra. Entrevista», El Bosque nº 12, marzo 1996, pp. 43-50. También disponible en https://javierbarreiro.wordpress.com/2011/12/01/nicanor-parra-una-bibliografia/ [Consulta: 28 febrero 2023]
[4] Ángel Guinda, «Inédito aragonés», El Día de Aragón, 22 mayo 1983.
[5] Manuel Estevan, «Cualquier siglo es bueno», Heraldo de Aragón, 11 febrero 1988.
[6] Antón Castro, «El poeta que se parecía a Brassens», El Periódico de Aragón, 2-II-1995.
Sobre esta edición: V. también: https://javierbarreiro.wordpress.com/2023/07/31/joaquin-carbonell-poesia-completa-cazarabet-conversa-con-javier-barreiro-responsable-de-la-edicion/
El blog del autor: https://javierbarreiro.wordpress.com/