Colchón de púas: ‘No era nada lo del ojo y lo llevaba en la mano’


Por Javier Barreiro

       La frase se suele pronunciar cuando alguien quita importancia a algo que verdaderamente lo tiene y alude a la pronunciada por el torero Desperdicios, cuando, tras ser repetidamente corneado…

…por la res, buscó por la arena el ojo que le había vaciado y, diciendo “No es nada; no es nada”, fue a limpiarse la herida con papel de estraza.

     No soy nada aficionado a la sangrienta fiesta nacional pero la cogida sufrida por el torero Juan José Padilla en la plaza zaragozana hace unos años, me hizo recordar este dicho que muchos pronuncian pero cuyo origen pocos conocen.

    Manuel Domínguez Campos, que así se llamaba el diestro, había nacido en Gelves (Sevilla), en 1815. Aunque estudió latines y filosofía con un tío cura, su gran afición le llevó en 1830 a matricularse en la escuela de tauromaquia de Sevilla, aquella que promovió Fernando VII tras cerrar las universidades de verdad. Dirigían la escuela Cándido y Pedro Romero, que, viendo a Manuel trastear, exclamó: “Este muchacho no tiene desperdicio”, lo que le valió el apodo, que él rechazaba y, de hecho, en sus últimos tiempos, era conocido como “el señor Manuel” o “el maestro”. Al cerrarse, al poco, la escuela, Manuel entró como banderillero en la cuadrilla de Juan León y tomó la alternativa, pero los caracteres violentos de ambos chocaron y Juan le juró odio eterno. Desperdicios decidió improvisar una cuadrilla y marchar a América pero, llegado a Montevideo, estalló la guerra civil y tomó las armas con los partidarios de su amigo Orive. Tras torear muy poco y sufrir muchas peripecias, llegó a la Argentina, donde las corridas estaban prohibidas, con lo que trabajó en estancias como capataz de negros, luchó contra los indios, fue hecho prisionero y vivió de la caza y del comercio fronterizo.

    Tras increíbles peripecias que darían para una auténtica novela de terror y aventura, hasta 1852 no regresó a España, donde visitó al famoso Cúchares, que no quiso atenderle por su conflicto con León. No obstante, toreó en Sevilla y se hizo con un público partidario ya que practicaba el toreo de la antigua escuela de Ronda: clásico, parado, con aplomo, recibiendo al matar de cerca con los pies clavados en la arena.

     El episodio del ojo tuvo lugar en la plaza del Puerto de Santa María en 1857. El primer toro, de nombre Barrabás, correspondió a Desperdicios y así lo cuenta la crónica de la época: “…después de dos pases naturales y de escupírsele el toro en ambos, el diestro dio un volapié algo trasero y el bicho revolviéndose de pronto, cogió al diestro, dándole una cornada en el costado derecho, le recogió con otra en el izquierdo y le volvió a recoger, echándole fuera un ojo”. Fue junto a la barrera y Barrabás le enganchó un asta en la mandíbula y, así ensartado, lo paseó por un tercio de la plaza. No se pensaba que pudiera salvarse pero no sólo logró la curación sino que a los noventa días volvió a los ruedos, donde no amenguó su valor aunque la falta del ojo le propició más de alguna cogida. En su última época era el único que quedaba de la escuela clásica. Su última actuación tuvo lugar en Málaga en 1876 cuando ya contaba más de sesenta años.

      Manuel Domínguez, “de cuyo arrojo y temeridad cuenta y no acaba la fama”, según se escribió a su muerte, falleció en Sevilla a la 1 de la madrugada del martes 6 de abril de 1886.

El blog del autor: https://javierbarreiro.wordpress.com/

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