Goya y el lince que le enseñó a volar


Por Vincenzo Corvi

    El lince de Goya (Fundación del Garabato, 2021) es un libro escrito a cuatro manos. Malena Manrique, historiadora del arte, y José Joaquín Beeme, artista visual, afrontan la lectura crítica del Capricho 43, cuyo título, “El sueño de la razón produce monstruos”, sería un diversivo literario.

   La reflexión de Malena parte de la intuición de José Joaquín, para quien “la escena tiene un testigo bien despierto”, el lince ibérico. A través de su alegórica mirada, ensalzada en la sugestiva evocación literaria del comienzo del libro, se aborda la interpretación de este “congreso muy puesto en razón, muy Lumières, que se quiebra apenas descienden las primeras sombras. Un razonable aquelarre”, en palabras de Beeme.

     En las páginas siguientes, recogidas bajo el epígrafe “Sueño de bestias”, la historiadora se remonta al proceso creativo del famoso grabado, analizando los dos dibujos preparatorios del mismo conservados en el Museo del Prado. El primero de ellos contiene la imagen germinal, una escena onírica en la que una strix, o bruja metamorfoseada en murciélago con pechos femeninos, pellizca la levita del durmiente con las uñas de sus extremidades aladas. “Atenazado el cuerpo, invadida quizá la conciencia por este miedo cerval, se disocia y se desdobla. Desata otras conciencias, como si estallará en múltiples yoes en un esfuerzo desesperado por sustraerse a la presencia monstruosa”. De ahí el caos de formas humanas y animales, incluidos tres autorretratos fluctuantes del pintor, que pululan en torno a la figura humana recostada.

      Sería inútil buscar simbolismos en estas representaciones, por la ambivalencia de  significados en el caso de los animales y porque, desde un punto de vista antropológico, nacen de un fondo común a la humanidad primitiva, chamánica y visionaria: “en este despliegue mental de imágenes los animales asumen un papel de primer orden, relacionado con el que tuvieron evolutivamente hablando, en nuestra adquisición de autoconciencia”. Desde Orígenes y la Patrística griega, pasando por la historia de las religiones, la etnología, la ecología, hasta la psicología arquetípica de James Hillman, El lince de Goya repasa el concepto de alma como Arca de animales, aplicándolo como clave interpretativa a estos enigmáticos dibujos preparatorios, a l grabado Disparate de bestia, así como a algunos esbozos de los álbumes de Burdeos.

    Esta fascinante incursión en la mente de Goya, propiciada por el lince en cuya mirada nos espejamos, concluye con un delicioso apéndice iconográfico, “Goya felix”, que muestra todos los felinos e híbridos de su producción gráfica y pictórica. Constituye la prueba evidente de cómo trabajaba la fantasía teratomórfica del pintor, borrando todo límite entre humano y animal, desdibujando esa dicotomía racional versus irracional que ha lastrado interpretativamente este “sueño de la razón”. Muchos son los estudios dedicados a rastrear las fuentes literarias y visuales de tan extraordinarias creaciones, pero, como decía Edith Helman en su Trasmundo de Goya, si bien es importante “conocer el mundo externo en donde los dibujos y grabados goyescos se manifiestan, resulta imprescindible tratar de penetrar el arcano interior en el cual estas mismas obras brotan y se realizan”. 

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