Por Lolita Piedrahita
El palacio de Sástago acoge desde el pasado 6 de octubre una exposición sobre la imagen y la identidad de Zaragoza y del resto de la provincia a través de tres siglos de arte.
La muestra, organizada y producida por la Diputación de Zaragoza, puede verse hasta el 31 de diciembre y reúne pinturas, acuarelas, aguafuertes y esculturas de creadores como Francisco de Goya, Ignacio Zuloaga, Juan Gálvez y Fernando Brambila, Lucas Escolá o Francisco Marín Bagüés.
Bajo el título “Imagen de Zaragoza, espejo de España”, en total se exponen 89 obras que van desde el siglo XVIII hasta la década de los 50 y entre las que también hay fotografías y libros. Todas pertenecen a la colección de arte de la Diputación de Zaragoza, a los fondos del archivo y de la biblioteca de la propia DPZ y a la Institución Fernando el Católico.
Visitando esta exposición los zaragozanos van a poder conocer mejor el imaginario de su provincia, es decir, los símbolos, los conceptos y las imágenes que han ido conformando la identidad de esta tierra y que muestran cómo nos hemos ido viendo a nosotros mismos en las diferentes épocas históricas”, ha destacado en la presentación de la exposición la diputada delegada de Cultura de la Diputación de Zaragoza, Charo Lázaro, quien ha recordado que la identidad de cualquier territorio siempre se nutre de ilusiones, desencantos, acontecimientos, personajes… “Muchos de los elementos más característicos de la identidad zaragozana están en esta exposición: desde los Sitios, Goya y el Ebro hasta los paisajes, las instituciones del viejo reino, la fiesta y, por supuesto, el papel de la mujer”, ha explicado Lázaro.
Ámbitos, fechas y horarios
La exposición “Imagen de Zaragoza, espejo de España” la forman 34 pinturas al óleo, 4 acuarelas, 18 aguafuertes, 8 fotografías en tirada de la época, 5 esculturas y 20 libros y revistas. La muestra está dividida en ocho ámbitos: “El mito de la historia. Los Sitios de Zaragoza”, “La nostalgia del pasado. Tipos populares”, “La imagen de la ciudad y del pueblo. Espacio urbano y paisaje”, “La pérdida de las libertades aragonesas”, “El agua: el padre Ebro y el Canal Imperial de Aragón”, “La mujer en el imaginario de Aragón”, “Redescubrimiento de Goya y la generación del 28” y “Pan y toros: la fiesta”.
La muestra estará abierta al público hasta 31 de diciembre de martes a sábado de 11.00 a 14.00 y de 18.00 a 21.00 y los domingos y festivos, de 11.00 a 14.00 (los lunes el palacio de Sástago permanecerá cerrado).
El mito de la historia. Los Sitios de Zaragoza
En el patio del palacio de Sástago, “El mito de la historia. Los Sitios de Zaragoza” repasa cómo, en el marco de una atroz guerra europea contra la invasión napoleónica, cuyos horrores Goya denunciaría, la población civil de una ciudad sin apenas defensas, Zaragoza, plantó cara durante meses al hasta entonces avasallador ejército francés que, como testimoniaron Gálvez y Brambila, acabó por arrasar la capital del Ebro. Su inesperado heroísmo despertó una extraordinaria admiración dentro y fuera de España, y personalidades de la literatura universal, como lord Byron, Víctor Hugo o León Tolstoi, evocaron en sus obras la epopeya.
Tal y como ha explicado el coordinador de proyectos y difusión cultural de la Diputación de Zaragoza, Ricardo Centellas, “es algo inherente a la historia de Zaragoza capital, de Aragón y de España y a partir de la pintura de historia hemos querido mostrar las tareas de guerra y desmitificar Los Sitios”.
Cien años más tarde, en 1908, se conmemoró la gesta de los Sitios. Hubo quien aspiró a poner el acento en la gloria de los “defensores de la religión y de la patria” frente a un ejército extranjero laico y feroz. Pero, finalmente, se impuso la idea de estrechar lazos y restañar heridas con el país vecino gracias a una magna Exposición Hispano-Francesa, escaparate de los últimos logros industriales, tecnológicos y culturales. Sus pabellones se edificaron en la antigua huerta de Santa Engracia, hoy la plaza de los Sitios, y algunos de ellos todavía prestan servicio a la ciudad como el Museo de Zaragoza. Para mostrar este acontecimiento la exposición muestra por primera vez ocho fotografías de Lucas Escolá que reflejan, tal y como ha detallado Centellas, “la construcción de los edificios de la exposición de 1908”. “A través de ellas podemos ver como España y Zaragoza quieren cerrar esas viejas heridas con el imperio naepoleónico y se celebra conjuntamente este acto como una fiesta comercial para mostrar los progresos de ambas naciones”, ha destacado el coordinador de proyectos y difusión cultural de la Diputación de Zaragoza.
La nostalgia del pasado: tipos populares
En la sala de Arcos las obras muestran cómo el progreso de la industria y de las comunicaciones aceleró la desaparición de las viejas costumbres y de los tipos populares. El tren unía toda Europa en el siglo XIX y hacía desaparecer el color local. Los viajeros románticos, sensibles a ese proceso irreversible, salieron a aldeas y villas de toda España a rescatar sus monumentos medievales, pero también los usos y prácticas de sus vecinos. Se encontró en las tradiciones y el folclore la forma de representar un sentimiento de pertenencia a una patria común, de dar a conocer una identidad colectiva con raíces históricas.
En la provincia de Zaragoza, como en otras partes, este fenómeno arraigó en la literatura, el excursionismo, la celebración de festivales y exposiciones regionales o la creación de revistas, museos locales y sociedades de estudios históricos y etnográficos. El arte fijó su mirada en el medio rural, donde subsistían quehaceres (labores agrícolas), hábitos (competiciones de pulsos), rutinas (descansar al calor de la chimenea sentado en la cadiera), personajes (el alcalde, el alguacil), ritos y atuendos seculares, que fue plasmado con un pintoresquismo amable y colorido alejado, por lo común, de cualquier crítica social.
La imagen de la ciudad y del pueblo: espacio urbano y paisaje
También en la sala de Arcos el visitante comprobará a través de diferentes óleos la distancia que separaba el campo de la ciudad, como, fuera de la gran y pujante urbe señorean ásperos paisajes idealizados por el arte: desabridas y sedientas lomas que cubren horizontes moteadas por adustos matorrales o muelas y páramos interminables, castigados por el azote del cierzo o del sol. En esos paisajes, vírgenes o alterados por la mano del hombre, que ha domesticado el cereal, vides y olivos, encuentran acomodo pequeñas poblaciones que sobreviven a duras penas al correr de los tiempos. En ellas, nuevos edenes para algunos, es posible admirar retazos de historia todavía en pie, callejuelas con sabor a pasado, casas solariegas, fortalezas en ruinas, modestas ermitas o altivas catedrales de otros siglos, que nos recuerdan quiénes fuimos y quiénes somos.
La pérdida de las libertades aragonesas
Siguiendo el recorrido por la exposición, el vinilo “Los últimos momentos de Lanuza” muestra cómo, a finales del siglo XVI, el rey Felipe II impuso la posibilidad de nombrar un virrey no aragonés para gobernar Aragón. Y decapitó, sin juicio previo, al joven Justicia, Juan de Lanuza, levantado en armas con el fin de defender la integridad de los Fueros tras las alteraciones. Erosionó así las leyes e instituciones que habían regido el reino de Aragón desde la Edad Media, unas leyes que el 29 de junio de 1707 quedaron definitivamente abolidas al promulgarse los Decretos de Nueva Planta por orden de Felipe V, primer monarca de la casa Borbón en España, partidario de una administración única y centralizada.
Sin embargo, la memoria de una conciencia identitaria aragonesa no desapareció nunca. Ya en el siglo XIX se estudiaron y valoraron las antiguas leyes forales, con disposiciones únicas, como la prohibición de la tortura o el derecho de manifestación, que salvaguardaba al reo de los abusos de las autoridades. Y se defendió públicamente que el viejo reino se constituyera como entidad política estable. Ese aragonesismo creciente, diverso y plural se intensificó a comienzos del siglo XX, pero acabó cercenado de raíz por el estallido de la Guerra Civil.
El agua: el padre Ebro y el Canal Imperial de Aragón
La provincia de Zaragoza no se puede concebir sin el río Ebro ni los canales y acequias a los que alimenta. Su cauce y el de sus afluentes dibujan arterias que dotan de vida a un vasto y árido territorio, donde el agua se convierte en un bien tan preciado como escaso. Eso plasman los dos óleos, tres libros, un mapa de la cuenca de 1927 y una revista que pueden verse este ámbito de la exposición. A pesar de su indomable carácter, el serpenteante Ebro, “caudaloso, bello y abundante en peces”, según apreció el procónsul romano Catón hace más de dos mil años, sirvió de guía, además, para alcanzar la meseta o el mar, e infinidad de personas y mercancías surcaron sus aguas hasta que a mediados del siglo XIX el ferrocarril inauguró la era de las comunicaciones modernas. También queda reflejado el papel del Canal Imperial, soberbia obra de ingeniería nacida en tiempos de Carlos I.
La mujer en el imaginario zaragozano
El papel de la mujer es otro de los temas de la exposición. A través de dos óleos, dos esculturas y cuatro aguafuertes puede comprobarse cómo, durante años, el papel de la mujer en la sociedad zaragozana quedó encorsetado en el interior del hogar como esposa y madre. Solo en momentos de extrema necesidad pública, como, por ejemplo, durante los Sitios, descollaron las mujeres. A partir del siglo XVIII, sin embargo, hubo pioneras como Andresa Casamayor, Josefa Amar y Borbón, Concepción Gimeno de Flaquer, Amparo Poch o María Moliner, que abrieron y desbrozaron caminos para impulsar un profundo cambio social que la llegada de la mujer a la universidad aceleró, si bien ha conocido acentuados altibajos.
Las manifestaciones artísticas del pasado han sido un espejo que ha reflejado con fidelidad la posición en la sociedad de la mujer zaragozana, siempre presente en roles muy determinados, bien como heroína (Agustina de Aragón, la condesa de Bureta), santa (santa Isabel) o pecadora, sin medias tintas, o bien ejerciendo de musa o modelo, o encarnando alegorías y estereotipos idealizados, es decir, como un objeto bello digno de contemplación.
Redescubrimiento de Goya y la generación del 28
La celebración en 1928 del primer centenario de la muerte de Goya fue un acontecimiento de un gran impacto cultural que traspasó fronteras y que también queda reflejado en la exposición en tres óleos y dos esculturas. En Zaragoza, el impulso dado por los hermanos José y Fernando García Mercadal fue crucial para la celebración. Todo el capital humano aragonés fue consultado: de Luis Buñuel y Florián Rey a Ramón Acín, pasando por el presidente de la Diputación, el ingeniero Antonio Lasierra Purroy, el industrial Basilio Paraíso o el pintor Ignacio Zuloaga. Si bien los actos del centenario en Zaragoza y Madrid fueron decepcionantes, los medios de comunicación, los críticos, los artistas y en general el mundo de la cultura de la Edad de Plata difundieron y recibieron la vida y la obra del de Fuendetodos, que se redescubrió popularmente. Fue la generación del 28.
Pan y toros: la fiesta
El teatro y los toros fueron los dos mayores entretenimientos populares de España hasta el desarrollo industrial tal y como puede comprobarse en las obras que componen este ámbito de la exposición. Prestigiosos estudios designan a Aragón como una de las cunas del toreo a pie y en esta tierra han visto la luz diestros destacados en la historia de la tauromaquia. Uno de los más tempranos fue el cincovillés Martincho, inmortalizado en un aguafuerte por Goya que puede verse en la muestra.
Fechas y horarios
La exposición “Imagen de Zaragoza, espejo de España” estará abierta al público hasta 31 de diciembre de martes a sábado de 11.00 a 14.00 y de 18.00 a 21.00 y los domingos y festivos, de 11.00 a 14.00 (los lunes el palacio de Sástago permanecerá cerrado).