Cinemagrafías: Luz que agoniza


Por Manuel Lorenzo
Texto de Martín Ballonga

   Es lo suficientemente sereno -y joven- como para sentirse relajadamente normal. Observa las cosas desde esa distancia que permite hacer de lo inmediato algo extraordinario. Y viceversa.

  Tiene una mirada ácida, jamás ingenua. Sospecha la vida como un pensamiento que prolonga la curiosidad de los demás. Son esos instantes en los que la realidad se desdobla y contiene el pasado y el presente de una manera casi loca, acaso por una aleación inverosímil. No puede ver el encanto de pasear y charlar al mismo tiempo. Cuando piensa en la luz del cielo de un atardecer cualquiera, esa luz que agoniza, desea vegetar como las plantas. Su ideal es una excursión a pie andada a solas, porque la libertad forma parte de su esencia. Uno ha de ser capaz de detenerse y seguir, continuar por una senda u otra, según lo dirija la voluntad. Y también porque uno tiene que marcar su propio ritmo.

  Este hombre lo suficientemente sereno -y joven-, decía, se aísla entre las ensoñaciones de un atardecer en el más absoluto de los silencios. Y se empapa de pasión y serenidad contemplando ese cielo que, poco a poco, como la vieja hila el copo, va oscureciéndose, acaso para descubrir el fin del mundo. O la luz del fin del mundo. En su íntimo laberinto, como no podía ser de otra manera, observa una forma de realidad que le abre una geografía deslumbrante y única. Una realidad que añade a lo cotidiano el vuelo invisible de la belleza.

  El cielo oscurecerá, sí, pero siempre habrá luz. La de una farola de tres cabezas. Isabelina. Fernandina. Luz que agoniza. Si algo tiene de especial la luz es que, en un momento, puede aparecer y desaparecer. O hacerse más tenue. Quizá por eso, o por otros motivos, quién sabe, siempre le ha fascinado la habilidad para volverla eterna en un cuadro o en una fotografía. El joven de la mirada serena recuerda haber quedado maravillado al ver ‘La anunciación’ de Fra Angélico o ‘El nacimiento de Venus’ de Botticelli. ¿Cómo es posible pintar la luz? ¿En qué consiste realmente?

  El joven de la mirada serena está contenido en la misma gota de ámbar, la que fija un tiempo quieto que no deja de moverse y dar luz para no llegar a ninguna parte. Vivir es pasar de un espacio a otro sin golpearse. Y no desear ya nada. Solo esperar. Hasta que ya no haya nada que esperar.

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