Por Andreu Jerez
Abogado, militante pacifista, exabogado defensor de militantes de la RAF (Fracción del Ejército Rojo), cofundador de Los Verdes alemanes..
…y del diario berlinés de izquierda TAZ, diputado federal durante dos décadas… Hans-Christian Ströbele es un fragmento vivo de la historia de Alemania.
Nacido en 1939, sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial y se politizó en la República Federal de la Guerra Fría, en la que conoció la caza de brujas y también la prisión por “apoyo a organización criminal”. Encara el tramo final de su vida angustiado por la guerra de Ucrania y cabreado por la carrera militarista en que la que su país y el mundo se han embarcado.
Señor Ströbele, en el actual contexto político y social, ¿hasta qué punto se sigue sintiendo representado por su partido, Los Verdes?
Es mi partido, lo cofundé hace 40 años. Y sí, sigo sintiéndome representado por él, incluso cuando no estoy de acuerdo con algunas de sus decisiones y con algunas medidas del actual Gobierno. Pero estoy acostumbrado a eso. Estuve más de 20 años en el Bundestag [parlamento federal alemán] y ahí también voté repetidamente contra mi propia fracción parlamentaria, sobre todo en cuestiones relacionadas con la guerra y la paz.
¿Qué queda del partido que cofundó en la década de los 80?
Los Verdes son el proyecto político más exitoso desde la Segunda Guerra Mundial en Alemania. En aquel entonces nos formamos como una coalición de diferentes movimientos sociales, especialmente del movimiento ecologista, del antinuclear, del movimiento feminista y pacifista. El objetivo no era fundar un partido, sino una coalición para estar representados en el parlamento, para llevar los temas de la calle al parlamento. El movimiento pacifista, por ejemplo, llegó a movilizar en manifestaciones hasta medio millón de personas. Era muy importante.
Al principio se rieron de nosotros y nos insultaron. Se nos excluía incluso de las comisiones. 40 años después, no sólo somos un partido de Gobierno, sino que además somos el factor más importante del actual Gobierno. Nuestros temas – especialmente el ecologismo y el movimiento antinuclear – forman ya parte del mainstream, están presentes en todos los partidos democráticos alemanes. Si toma los programas electorales de la CDU, del SPD o del FDP, en todos encontrará las demandas ecológicas y el tema climático bien arriba. Son temas centrales. Lamentablemente, esos partidos no actúan después en consecuencia.
Pero cuando analiza las decisiones de los actuales líderes de su partido, del ministro de Economía, Robert Habeck, y de la ministra de Exteriores, Annalena Baerbock, ¿también se sigue sintiendo identificado?
Sí, por supuesto. Yo, por ejemplo, fui un activista del movimiento pacifista. Siempre tuve la convicción de que conseguir la paz sin armas era el lema correcto, y no conseguir la paz con cada vez más armas pesadas. Por eso me he expresado últimamente de manera muy crítica sobre la guerra en Ucrania. Pienso que las negociaciones son lo más importante y que tenemos que hacer todo lo posible para evitar una escalada militar y una guerra de desgaste. Debemos encontrar vías para que esta aguerra de agresión de Putin pueda acabar. Y ahí hay diferencias con mi partido. Algunas de sus promesas, como por ejemplo que Ucrania tiene que ganar esta guerra, me parecen una ilusión. Yo digo que Ucrania debe ofrecer resistencia. Eso me parece bien y lo apoyo, pero debemos evitar una escalada que nos lleve a una guerra mayor en Europa contra Rusia, o de los países de Europa del Este y Alemania contra Rusia.
Si nos encontramos ante una posible Tercera Guerra Mundial, ¿por qué el movimiento pacifista alemán, tan fuerte en el pasado, tiene hoy tan poca fuerza?
El movimiento sigue existiendo, claro está, pero ahora vemos como un pueblo europeo es atacado y bombardeado sin miramientos ni motivo alguno, y como se cometen graves violaciones de los Derechos Humanos. Eso está presente a diario en todos los canales de televisión, en la radio y en los diarios. También por eso las voces que apuestan por un pacifismo consecuente no están tan presentes, tampoco en la calle. Pero espero que eso vuelva a cambiar.
Siempre leo con mucha atención los mensajes que publica en su activa cuenta de Twitter, y también las respuestas. En ocasiones le acusan de ser un Putinversteher (comprensivo con Putin). ¿Tiene la sensación de que en Alemania se ha estrechado la libertad de expresión?
Sí, tiene usted razón, ese tipo de posiciones se ha extendido, lo que considero no sólo estúpido y erróneo, sino también antidemocrático. Es antidemocrático insultar o denunciar a alguien con quien no se está de acuerdo. Pero si usted mira mis tweets, también se percatará de que son muy exitosos. Hoy, por ejemplo, he escrito uno en el que digo que si las ciudades quieren ahorrar energía ante la falta de suministro, entonces deberían apagar los anuncios luminosos, que no tienen sentido y además son perjudiciales. Hasta ahora tengo más de 8.000 ‘me gusta’. Con el coche propongo lo mismo: dejar de usarlo.
Lo acaba de comentar usted. Ha escrito en Twitter: “Todos hablan de ducharse, pero si hay que ahorrar energía, entonces las publicidades luminosas deberían apagarse en todas las ciudades. Nadie las necesita”. Entiendo que es una crítica al ministro de Economía, el verde Robert Habeck, responsable de la cuestión energética…
En la actualidad, la Coalición Semáforo [gobierno tripartito alemán de socialdemócratas, verdes y liberales] intenta eliminar los problemas sociales. Lamentablemente, lo hace con medidas para toda la población, como si fuera con una regadera que ha de llegar a toda la población, no sólo a los más necesitado, sino también a los ricos, a las personas que tienen suficiente como yo. Eso no puede ser. Se tienen que discutir nuevas medidas que se concentren en las personas que realmente sufren o que no pueden seguir pagando su vivienda.
Robert Habeck detectó muy pronto el problema energético, pero tiene poco tiempo para actuar porque Putin puede cerrar pronto el grifo del gas. Será una situación muy difícil. Ahí habrá que mirar a quién se atiende primero. Creo que habría que atender primero a la población y a sus necesidades fundamentales, y después a la industria, especialmente la gran industria. No es que haya que destruir todo, pero sí hay que considerar elementos sociales para que esta terrible guerra no tenga además como consecuencia que la gente se vea arrastrada a la pobreza y la desesperación en Alemania.
Usted ya calificó en el pasado – ya antes de la invasión rusa de Ucrania – a Putin de dictador. He leído que cuando el Bundestag lo recibió en 2001, usted fue el único diputado que permaneció sentado como gesto de protesta. ¿Ha sido Occidente demasiado acrítico con Putin durante demasiado tiempo?
No quiero disculpar a Putin: sólo él carga con la responsabilidad. Pero Putin ya propuso en el Bundestag una mayor cooperación en cuestiones como la distensión, las garantías de paz y también propuso negociaciones. Aquello cayó en saco roto. Yo eso lo critico a pesar de que ya entonces considerara a Putin una mala persona. Ya sabía lo que había hecho en Chechenia, por ejemplo. Por eso permanecí sentado, aunque no estoy seguro de que fuera el único diputado. Con todo, Putin ofreció un discurso en el Bundestag en el que dijo que había que sentarse e intentar encontrar un orden de seguridad y de paz compartido. Y creo que ese habría sido el camino correcto.
¿Qué opina de las voces que critican que Occidente haya financiado durante décadas la guerra que Rusia despliega ahora en Ucrania a través de las importaciones de fuentes de energías fósiles?
Creo que una crítica generalizada contra el comercio con Rusia es errónea. Con un país tan cercano y tan grande – sobre el que, por cierto, todavía tenemos una responsabilidad por lo ocurrido durante la Segunda Guerra Mundial –, se debe comerciar. Otra cosa es si la dependencia energética – que podría provocar ahora que nos quedemos sin calefacción durante el invierno – fue correcta. Seguramente no lo fue. Pero desde la caída del Muro y la desaparición de la Unión Soviética, la política alemana también podría haber hecho algo para evitar que los países que antes eran zona de influencia soviética se convirtiesen en la avanzadilla de la OTAN. Evidentemente, no se le puede prohibir nada a esos países, pero ¿realmente había que colocar bases con misiles frente a la frontera de Rusia? El argumento de que esos misiles apuntan hacia Irán es obviamente una estupidez. Se tendría que haber actuado de manera más sensible a la hora construir una seguridad compartida con Rusia y que la expansión de la OTAN no se orientase contra Rusia.
Destacadas figuras políticas alemanas como Ursula von der Leyen o Olaf Scholz aseguran una y otra vez que la OTAN es una alianza militar defensiva…
No, simplemente no lo es. Eso no es verdad. La OTAN protagonizó una guerra de 20 años en Afganistán sin base legal alguna. Una guerra que perdió, por cierto. También bombardeó Serbia sin una resolución de la ONU, e intervino Libia y es culpable de que ese país siga sumido en una guerra civil espantosa. Estados Unidos y otros estados de la OTAN protagonizaron también una guerra criminal en Irak que incendió todo Oriente Próximo y que generó lo que vino después, es decir, Estado Islámico. El asalto de Estados Unidos a Irak hizo que el orden en aquella región saltara por los aires. Después vinieron las fuerzas islamistas radicales que incluso fundaron su propio estado. Estados Unidos tiene una responsabilidad directa sobre todo eso.
¿Es historia la estrategia de “autonomía estratégica europea”, es decir, una defensa europea independiente de la OTAN?
En este momento, sí. Ahora mismo se hace todo lo posible para convertir a la OTAN en una alianza más grande, más fuerte, más compacta y, a poder ser, ampliamente armada con cabezas nucleares. Creo que eso es muy peligroso. Ese es un problema que tenemos que solucionar cuando la guerra en Ucrania acabe. Hay quien dice que la Unión Europea debería dotarse de unas fuerzas armadas que pudieran actuar en caso de guerra. En todo caso, tenemos que analizar cuál es en realidad la relación entre la estrategia de seguridad de la Unión Europea y la de la OTAN. ¿Son siempre idénticas? Son muchas las cuestiones que hay que resolver y sobre las que antes yo no era consciente.
Usted es un fragmento vivo de la historia reciente de Alemania. Ha vivido y visto mucho. ¿Tiene todavía razones para mirar con optimismo hacia el futuro dado el actual estado de las cosas?
En este momento, no. Ahora tengo muchos motivos para el temor. Mi principal acción política ahora es concentrarme en advertir a lo que nos arriesgamos con esta guerra. Pero obviamente espero – y por eso hago política – que esto cambie. Siempre le digo a la gente lo que ahora le voy a decir a usted: durante 74 años de mi vida no viví una guerra en Alemania. Eso es casi un milagro. Y ahora eso se ve amenazado por la destrucción. Tenemos que apostar por la mediación, por el diálogo con el otro, como hizo el canciller Willy Brand en su momento. No soy un fan de Brandt. Nunca condenó, por ejemplo, la guerra de Vietnam. Pero su política de apertura en un contexto de frentes endurecidos fue un acierto. Entonces, aquí en Berlín occidental, si interpretabas una pieza de teatro de Bertold Brecht, eras automáticamente un comunista y ya pertenecías al otro lado. Esa es la atmósfera que en parte también hoy se respira. Si hoy no dices que estás dispuesto a darlo todo por Ucrania, independientemente de lo que pase aquí en Alemania, eres automáticamente un Putinversteher, un fan de Putin. Es una auténtica estupidez.
Entrevista publicada por la revista CTXT.
El blog del autor: http://cielobajoberlin.blogspot.com/