Un rapsoda llamado Luis Felipe Alegre


Por Carlos Calvo

   Acumula una cierta elegancia de tímido sin fisuras. Una distancia de hombre callado. Cuenta y canta historias. Comparte emociones en sonetos o en versos libres mientras fija sus ojos en el infinito.

     Una ingenua timidez, real o pretendida, contrasta con la solidez de su voz y su discurso. Hablo del rapsoda Luis Felipe Alegre. Con el sentido del que provee a sus palabras a las que exprime, retuerce y dota por fin de su significado de siempre. Lo mejor de este zaragozano de la cosecha del 56 no es lo que exhibe ni lo que esconde. Su mejor parte son las cosas que ni él mismo sabe que posee. Es muy buena persona. Quizá demasiado, y así le han ido las cosas como le han ido. Ahora, el departamento de cultura del gobierno aragonés le ha premiado en el sector del libro por sus cuarenta y cinco años de difusión de la poesía a través de espectáculos, recitales y charlas en diversos escenarios, tanto nacionales como internacionales. Este actor y director teatral, especializado en la recitación de versos, funda en 1973 la compañía El Silbo Vulnerado, un conjunto de actores y músicos que trabajan la poesía en escena. Su apoyo y promoción a poetas noveles y consagrados ha sido constante. Recientemente ha publicado el libro ‘Juglaresca’. Con él hablo.

¿Cómo cambia la perspectiva cuando se logra un premio?

    Lo ignoro (por ahora).

¿El niño Luis Felipe mentía o actuaba?

    Las dos cosas. Desde muy pequeño, jugaba al fútbol de portero. Cuando el juego estaba parado, arengaba al equipo gritándole versos. El último partido que jugué perdimos 12 a  0, en casa. Aquel día recité más que nunca: “Las trompas guerreras resuenan: / de voces los aires se llenan…”. “Si no se pierde todo, no se ha perdido nada”. “No ponerse a llorar, que no es la hora…”. O sea, el tema que me propones es “mentir o actuar”, ¿no? Pues en ese territorio hay un espacio más difuso que es la verdad que tú tienes en la cabeza, que acepta o rechaza la verdad objetivada por los otros. Las varias conjugaciones de pensamiento, sentimiento y voluntad, ¿no? ¿Qué sentido tenía alentar a mis delanteros con esos versos (y eran esos, que lo recuerdo muy bien) cuando el partido estaba perdido sin remedio? ¿Simple contagio de la épica dariana o de la hernandiana? El tema del mentir y actuar tiene muchísima tela para cortar.

Steiner ha reivindicado siempre la memoria. Llega a decir que podría vivir sin leer, de todos los textos que sabe. ¿Tú también tienes memorizados a algunos de tus clásicos? ¿Ya memorizabas versos de pequeño? ¿Recuerdas los primeros poemas que te cautivaron?

     Sí, lo que tienes en la memoria te pertenece. Pero hoy rige una especie de obsolescencia programada de la memoria. Para el niño, memorizar puede ser un juego. Yo, después de las coplas de Manrique, de niño me aprendía todos los versos que se me ponían a tiro.  Ya en 4º de bachillerato tengo de profesora a la pintora Julia Dorado y nos lee en clase poemas de ‘Viento del pueblo’. A  partir de entonces, ya ves, empecé a ser selectivo.

¿Crees que puede ser la timidez la que ha desencadenado tu deseo de escenario?

     En gran medida, sí.

 ¿Fue importante en tu carrera el conocimiento de rapsodas como Pilar Delgado o Pío Fernández Cueto?

    Sí, de ellos y de otros. Quizá no fue vital, pero sí importante. Mira, yo me aprendía todas las poesías de los discos, sin fijarme en el autor. El siguiente paso era buscar a los autores en sus libros. Finalmente, ver a todos los que subían a un escenario a cantar o recitar poesía. El repertorio juvenil bebió de los discos: Los Juglares, Alberto Cortés, Cedrón, Ismael, Paco Ibáñez, Serrat, o Aguaviva. Cuando cumplo los veinte años, ya tenía en repertorio todos los poemas que ellos cantaban, pero completados con las estrofas que siempre faltan aprendidas de libros. En cuanto a los rapsodas… la mayor amistad fue con Pilar Delgado, claro. Pero si ampliamos el término a los intérpretes, tuve, en el periodo 71 al 73, tres experiencias que me influyeron extraordinariamente. Primero, el espectáculo ‘A los hombres del futuro’, de Bertold Brecht, que vino al Principal con Javier Escrivá de recitador. Por cierto, era para mayores de dieciocho y cuando intenté entrar me pidieron el carnet, que no tenía, y tuve que vender la entrada. Cuando Toño Bagüés se enteró me coló por atrás y vi la obra desde lo alto de la tramoya. Creo que ese día decidí dejar la música y empezar con el teatro. La segunda influencia de esa etapa fueron Los Juglares (Aschero y Ruibal), un dúo que cantaba sin microfonía. No eran muy conocidos, pero algunas canciones de Sergio Aschero se difundían por otras voces, como ‘Vientos del pueblo’, que  llegó a superventas con Los Lobos. Por último, fue decisiva la fugaz aparición en España del Cuarteto Cedrón, que me abrió los ojos a la gran poesía argentina, desde González Tuñón a Juan Gelman, que de inmediato incorporé al repertorio. 

Fuiste alumno de Rosendo Tello. ¿Cómo lo recuerdas?

     Una suerte maravillosa. Yo tenía muchas carencias, porque me dejaba llevar por mi inclinación a la acción, a la poesía social. Tello me frenó y dirigió mi atención hacia el combate poético interior. Acaso para poder  llevarle la contraria, leí a Elliot, a Juan Ramón, a Borges… Los compañeros de aquel curso todavía me recuerdan las discusiones que teníamos en clase, que para ellos eran muy divertidas, sobre Juan Ramón y Blas de Otero. Cuando yo decía alguna barbaridad de Juan Ramón, Rosendo se dirigía a la clase: “¿Pero habéis oído lo que dice ese destalentado?”. Acostumbrado a estar bien calladito en clase, me encontré haciendo prácticas de oratoria nada menos que con Rosendo Tello.

¿Cómo y por qué surgió El Silbo Vulnerado?

    Fue naciendo poco a poco. En el 71 yo hacía recitales en Radio Juventud amparado por una asociación que se llamaba Ideas. En los festivales de folk, algunos músicos me acompañaban a veces. Cuando entré en la Escuela de Teatro, se me unieron algunos compañeros. En el 73 ya operábamos como grupo con el nombre de El Silbo Vulnerado, que era, claro, una reivindicación de Miguel Hernández. A finales de esa década, con Carmen Orte y Goyo Maestro, se estabiliza el grupo.

Decía Fernando Fernán Gómez que hacer cada día la misma obra acabó produciéndole una pereza insuperable hacia el teatro. ¿No has sentido nunca algo similar?

   Sí, pero muy ocasionalmente.

‘Rapsoda’. ¿Es la definición con la que más te identificas como hombre de escena?

    Genéricamente, soy actor de escenario. En 1974 me profesionalicé como rapsoda. Pero con El Silbo he intentado una recreación moderna de la antigua juglaresca, con voces que cantan y recitan, con músicos y con alguien que sube y baja la luz. A partir de ese esquema hay infinitas posibilidades creativas. Cuando en 1982 le pedimos a Héctor Grillo que nos dirigiera un montaje sobre Sender  -un guion de Javier Barreiro que yo no sabía por dónde cogerlo- descubrimos que nuestra identidad juglaresca estaba por desarrollar. Allí empezaron las fusiones que nos han caracterizado. 

¿Qué le recomendarías a un joven que quisiera convertirse en rapsoda? ¿Qué errores no debería cometer?

   El repertorio es fundamental: clásico, moderno y actual. Partir de los autores que más te interesan (Quevedo, Machado o Panero, por poner unos ejemplos) y luego ir ensanchando. Otra línea que no se debe descuidar es la poesía cercana, los poetas de tu entorno. La formación teatral no es imprescindible para el rapsoda, pero le va a ser útil. En todo caso, debe cultivar la euritmia, si no quiere quedarse en rapsoda radiofónico. Un error, acaso inevitable, es pensar que se está inventando algo nuevo.

Una de las razones por las que nuestros ancestros evolucionaron fue su capacidad para contar mitos y mentiras. ¿Nos conforman las ficciones?

   Está demostrado.

 ¿Es una manera de supervivencia trabajar en bares o en salas alternativas?

   También, pero para mí es, ante todo, una supervivencia intelectual, alejada de lo comercial. Además, el reto de trabajar en lugares no convencionales obliga a buscar formas parateatrales. Y eso es muy útil.

    Tienes una manera de recitar, de hacer, un tono, que te hacen inconfundible. ¿Todo esto tiene que ver con la originalidad?

   No creo. A ver, “original” tiene relación con “origen”. O con “novedad”. Yo no he buscado ser “novedoso”, pero en momentos ha sido así. Eso es porque si tú nunca has visto, por ejemplo, teatro de sombras, cuando lo ves por primera vez te resulta novedoso y puedes llegar a pensar que estás viendo a sus inventores. Desde que conocí a García Calvo, he intentado estudiar las características de la recitación en el ámbito hispano. Desde ese estudio puedo asegurarte que mi recitación no es original. Sigo las pautas marcadas por los maestros (Tomás Navarro Tomás, el primero) y resuelvo conscientemente la escanción al tiempo que “coreografío” los movimientos comunicacionales.

 ¿Te ves más en el papel de actor principal o secundario?

    En una obra de teatro, secundario preferentemente.

¿Qué gana un actor con la edad?

   Decía un gran actor argentino, Walter Santa Ana, con el que aprendía a recitar a Borges, que llega un momento en que el actor puede “cantar su propia canción”.

 ¿Cómo valoras el paso del tiempo?

    Machadianamente.

 ¿Aceptarías cualquier encargo por dinero?

   Me gustaría decir que no.

 ¿Has caído en la tentación de realizar algún ajuste de cuentas?

   Siempre se piensa, pero no se hace.

 ¿Qué hacías el día que Tejero asaltó el Congreso?

    Con Ángel Guinda, anunciando por las calles con un megáfono su ‘Vida ávida’. Esa noche íbamos a presentarlo en el Oasis con un elenco nutrido.

   ¿Qué te ha parecido la destitución de Rafael Campos en el Principal?

    De la política cultural del ayuntamiento prefiero no hablar.

 ¿Te molesta la injerencia de los políticos en el campo cultural?

    Tanto como su indiferencia.

 ¿Nuestro sistema político favorece la mediocridad?

    No sé qué cosa sea la mediocridad.

    “Salvo el poder, todo es ilusión”, clamó Lenin. Y cien años después de su revolución constatamos que la ilusión por el poder es imprescindible para avanzar, pero una vez alcanzado ahoga la ilusión y frena sus alegrías. ¿Qué nos ha pasado?

    Soy soldado de tropa. No entiendo lo que pasa en las alturas.

 Ha dicho recientemente Mario Gas que “el divorcio entre la economía y la cultura lleva a la barbarie. ¿Estás de acuerdo?

    Pues mira, el otro Steiner (Rudolf, no Georges Steiner que me citabas antes) decía que economía y cultura debían ser independientes para poder corregirse. (Jajaja) Se dicen muchas cosas ¿no?

 ¿No te parece que en la actualidad existe mucha amnesia y prepotencia porque todo se juzga y se homologa a partir de una concepción miope de la cultura?

    Sí, desde luego.

 Dice Gregorio Morán que en la cultura no hay agujeros. Hay épocas mejores y otras deleznables, pero siempre están pobladas de mesnadas de escritores, artistas, trepadores, gentes que se consideran la representación esmerada de su tiempo. El espacio siempre está lleno de basura, o de talento, porque la tradición académica de los pueblos antiguos exige beneficios en forma de pagos, funcionariados, academias… ¿Cómo ves el actual panorama cultural en Aragón?

    Hombre, me acaban de dar un premio del Gobierno de Aragón. Intentemos ser correctos un ratico.

 ¿Para qué sirve la poesía? ¿La gente lee poesía?

    Es el encuentro con uno mismo. Primordial en la adolescencia y en el preámbulo de la vejez, cuando se buscan respuestas. Siempre se ha leído poco.

¿Están los escritores aragoneses a la altura de sus lectores?

   Supongo que sí.

 ¿Vale el todo vale, pero no todo vale lo mismo en la literatura que se hace en esta tierra nuestra?

   Hay de todo, eh!

 ¿Estás satisfecho de tu libro ‘Juglaresca’?

   Sí. Además de ser un recuento de las actividades celebradas en el parque Delicias, es un muestrario de temas que quedan apuntados para desarrollar.

 ¿Cómo ha recibido el libro la crítica?

    La crítica no suele valorar el libro tipo álbum, salvo que sea de alguien conocido en el medio. Es comprensible. Algún comentario positivo ha habido, además del tuyo.

 ¿Qué importancia tiene la crítica en la conformación del tejido cultural?

    Ahora mismo, más bien poca.

¿No crees que en literatura lo amable es enemigo de lo bueno y que la obra fácil es innecesaria?

   No. Por definición, no.

 ¿Se está viviendo un deterioro generalizado de la lengua?

   Sin ninguna duda. Hay gilipollas que han olvidado que slam es un concurso y que un tuper es una fiambrera.

 ¿Qué cambiarías de lo vivido?

     No me tomaría muchas últimas copas de las noches o… ¡ay, si no me hubiera bebido la última tantas veces!

¿Hay que echarle cara a la vida o poner la otra mejilla?

    Las dos cosas, ¿no?

 ¿Crees que la historia no ayuda a explicar el presente, pero sí a entenderlo mejor?

    Es esencial. He pasado los últimos años montando en Buenos Aires mi ‘Historia de la tortilla española’… Si no entendemos el siglo diecinueve…

 ¿Qué defecto no soportas de los demás?

   La prepotencia.

 ¿A quién te gustaría decirle cuatro cosas a la cara?

    ¡No me tientes, no me tientes!…

¿Por qué te confunden tan a menudo con Luis Alegre? Cuéntanos alguna anécdota.

   Somos aragoneses y nos llamamos igual. Cuando me pide amistad en Facebook algún desconocido, tengo que mirar su perfil para ver si es a mí o al otro al quien quiere amigarse.

 ¿Sabes quién es Luis Felipe Alegre?

    No. Pero me reconozco en los demás. (Ñai! Me parece que eso es un verso de Rosendo Tello).

¿Qué reprocha Luis Felipe a Luis Felipe?

Que siga fumando. Es malo para su salud y él lo sabe.

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