Por José Antonio Díaz Díaz
Si mantenemos el clima de confrontación social, no será necesaria una invasión rusa. En cuatro o seis años, conservadores y extrema derecha gobernarán juntos, pero sin los límites que hoy observamos en Italia, Hungría, Eslovenia, Suecia o Finlandia.
Por José Antonio Díaz Díaz
Corresponsal del Pollo Urbano en Santa Cruz de Tenerife. Islas Canarias.
El (des)orden mundial no puede explicarse únicamente desde un enfoque psicologista o por el peso de los liderazgos individuales —aunque estos sean relevantes—, sino que exige un análisis estructural de las transformaciones económicas y sus consecuencias políticas. Los valores, aunque aparezcan explícitos en el discurso público y simulen ser causas, solo legitiman intereses, actúan como facilitadores ideológicos —el azúcar que endulza la narrativa—, aquello que el ciudadano quiere escuchar. Un ejemplo, es el uso de la palabra libertad desde la Revolución Francesa hasta hoy: una retórica que encubre una agenda de desregulación radical, ahogando la libertad misma. Esta deriva refleja que sectores del capitalismo global ya no ven al Estado como aliado, ni siquiera como instrumento de poder, sino como obstáculo. En consecuencia, toca su privatización. En su escenario ideal, las naciones estarían gobernadas por macro grupos de intereses empresariales, que darían lugar a un régimen mundial de corporaciones transnacionales dominadas por élites económicas, principalmente estadounidenses.
- Ilustración 1 Una sátira holandesa sobre la opresión española: Margarita de Parma y el duque de Alva dan una vuelta de tuerca al león holandés, con la aprobación del Papa y del rey de España (1567).
Ello nos lleva al meollo de la cuestión: el marco económico como eje explicativo. La economía como núcleo de la política, es decir, el cambio social solo puede explicarse en sus causas desde la economía. Apelar a la política o la moral como causas primeras o últimas es neblina ideológica, falsa conciencia. Los discursos actuales son justificaciones de la prolongación sin freno de las teorías de la desregulación iniciadas en los sesenta y setenta en EE. UU. y Reino Unido, que culminaron en los noventa en una globalización generadora de la mayor injusticia social individualizada de la historia y que paradójicamente ha explotado en la cara a sus promotores.
Esa evolución de la economía ha exigido el ropaje ideológico adecuado. Los liberales mutaron en neoliberales, estos en iliberales y el próximo paso será, —salvo que lo impidamos—, el libertarismo pues se requiere justificar la transformación —mejor dicho, desaparición— del Estado para reemplazarlo por entidades empresariales, El capitalismo financiero deviene en capitalismo tecnológico. La tecnología sustituye a la clase política.
Este escenario «tecnofeudalista» , en términos de Varoufakis, requiere el colapso del proyecto europeo, núcleo del neoliberalismo económico y político de las últimas cuatro décadas y su sostén más importante.
Si desapareciera o se debilitara de forma significativa la Unión Europea, decaería el cuerpo doctrinario que la sustenta y el modelo de gobierno multilateral. Desaparecerían iniciativas como la lucha contra el cambio climático o la justicia universal, por citar dos ejemplos.
Ni soberanía nacional, ni coordinación transnacional, ni organizaciones internacionales, solo intereses corporativos.
Europa está en un dilema y USA y RUSIA lo saben. O una Europa Federal con más política común, o fracaso del proyecto de la Unión Europea y vuelta a unos estados nacionales en forma de repúblicas bananeras que actuaran como meros instrumentos del poder de las grandes corporaciones transnacionales. Una burla de la historia: los colonizadores colonizados.
Aceptar este último escenario implica volver a la peor versión del estado conocido: un (des)orden mundial de estados nacionales. Los más, marionetas, de los menos, que serán los núcleos de los imperialismos asimétricos de carácter regional, donde la resolución de conflictos queda en mano de las transacciones que se puedan imponer y en su defecto, la guerra.
No aceptarlo, requiere pensar en términos de futuro, e ir validando progresivamente las soluciones que exigen una federación de naciones basada en un marco normativo de inspiración liberal en la política y socialdemócrata en la economía. Es decir, un cuerpo constitucional alineado con la Declaración Universal de Derechos Humanos como fuente del derecho y la Agenda 2030 en cuanto manual operativo, que requiere para su desarrollo de una organización supraestatal que optimice esfuerzos. A medio plazo, una Europa Federal capaz de impulsar un orden multilateral, por definición, antagónico al modelo multipolar inestable y oportunista que promueven EE. UU. y Rusia. Esa Europa Federal solo será posible si se asienta en cuatro pilares.
Autonomía estratégica: Defender sus intereses sin subordinación a EE. UU., Rusia u otros, replanteando las relaciones bajo el derecho internacional, la apuesta por la negociación, la diplomacia preventiva y la asunción del principio de igualdad entre los actores políticos.
Seguridad independiente: La OTAN, bajo hegemonía estadounidense, opera más como estructura condicionante de la política de seguridad y defensa de la Unión, que como garantía de esta. Rusia no es una amenaza militar convencional, sino un actor disruptivo, salvo que se apueste por la posibilidad de una guerra nuclear y en ese escenario simplemente no hay opciones. Europa necesita una defensa mutualizada, con cooperación vecinal en su periferia este y sur, conforme a diagnósticos compartidos y actualizados que contemplen todas las amenazas a la seguridad, no solo las estrictamente bélicas o militares.
Multilateralismo: Occidente es un concepto en declive. La UE debe asumir que el orden actual es multilateral para evitar escaladas bélicas y el auge de la extrema derecha interna, alimentada por conflictos externos. Piense en el uso que hace la extrema derecha de las migraciones y el terrorismo.
Políticas comunes: Sin ellas, la UE se reduce a intereses nacionales contradictorios —como muestran sus divisiones sobre Ucrania, China u Oriente Medio—. El mayor riesgo es esta actuación de titulares de rearme y alarmismo, que posiblemente pretenda esconder la falta de previsión de la clase política europea, que no quiso ver el giro de EE. UU. hacia el Pacífico, visible desde los noventa, la expansión interesada de la OTAN pese a las advertencias rusas y el abandono del liberalismo político como inspiración política en USA, si es que alguna vez existió.
Las amenazas internas junto con las acciones de actores externos conforman una situación ideal para que la extrema derecha crezca electoralmente. Los peligros para Europa son, sobre todo, domésticos: pobreza, desigualdad, cambio climático, estancamiento en ciencia y tecnología, dependencia energética, crimen organizado y corrupción, el caldo de cultivo donde la extrema derecha crece y se expande La solución es clara: federación o fracaso, con el riesgo de conflictos bélicos intraeuropeos. Otra cuestión es su implementación.
En este contexto, aquí y ahora ¿Existe una convergencia estratégica entre EE. UU. y Rusia para debilitar a la UE? Hay una alineación tácita de intereses, pero no de colaboración explícita, situación inadmisible —al menos por ahora— para sus opiniones públicas, especialmente sus elites y burocracias.
Rusia busca fracturar la UE para levantar sanciones, neutralizar el apoyo a Ucrania y recuperar influencia en el espacio postsoviético.
EE. UU. prefiere una UE débil pero estable: necesita contrapesos ante China y una OTAN financiada por Europa, de ahí su plan económico: aranceles, mayor gasto militar en sistemas de armas estadounidenses y la presión para eliminar regulaciones que afecten a sus empresas especialmente las tecnológicas que dan sostén a la desinformación. Pero el plan económico forma parte de un plan político de más amplio alcance que retroalimenta al primero: evitar por todos los medios el efecto espejo de una democracia liberal con justicia social (en ello coincide con Rusia y con algunos estados miembros de la Unión como Hungría).
Ambos emplean la guerra híbrida: presión económica, desinformación, apoyo a euroescépticos y extrema derecha y ciberataques que se traducen en polarización política, auge del populismo, erosión de lo público y procesos crecientes de fobias culturales, supremacismo y negacionismo.
Otros factores críticos convergentes: China e Italia. China no impulsa abiertamente la fragmentación europea, pero explota sus divisiones mediante acuerdos bilaterales. Ha debilitado el frente antirruso comprando energía barata a Moscú y manteniendo una posición de neutralidad en la invasión de Ucrania, mientras avanza en sectores estratégicos en Grecia, Serbia, Hungría e Italia, —las dos últimas gobernadas por la extrema derecha— y potenciales pivotes de los euroescépticos en la tarea de neutralizar cualquier intento de profundizar en las políticas comunes, aunque la posición geográfica en relación con Rusia pesa más en este momento que la ideología y los intereses de partido, lo que se manifiesta en la conformación de los grupos de la extrema derecha en el Euro parlamento.
Algunas ideas a modo de conclusiones: la crisis es económica, no de valores, pero se explica y se utiliza como si fuera una crisis moral, cultural y religiosa.
Se pretende inocular la idea de una Europa nihilista que requiere de una vuelta a los fundamentos, a las tradiciones, utilizando a los migrantes como chivos expiatorios para explicar y justificar la pretendida crisis de valores. Los migrantes no son el enemigo, la familia no está en peligro, y las opiniones no se persiguen. Aunque incitar al odio sí, es un delito. El objetivo, generar incertidumbre y miedo.
La verdadera causa de las crisis que nos atenazan está en la economía gestionada bajo el paraguas del neoliberalismo cuyos frutos cabe reseñar en problemas de vivienda, infraestructuras, salud, educación, desempleo, inseguridad climática y deuda entre otros.
Revertir esta situación exige tiempo, más de una legislatura, pactos a medio y largo plazo, coordinar esfuerzos y compensar asimetrías entre territorios y entre países y sobre todo un compromiso que se antoja por ahora imposible: política liberal y economía socialdemócrata.
Por otra parte, el uso que se hace de la disciplina fiscal resulta paradójico y oportunista. ¿Cuándo y en qué circunstancias se aplica? Para financiar, ¿qué políticas? Recurrir a la deuda para financiar una política, es trasladar el pago de esta al futuro. En definitiva, más tarde o más temprano afectará al conjunto de las políticas. ¿Debe hacerse? Si. cuando las circunstancias lo demanden y con grandes dosis de pedagogía.
Resulta legítimo, diría más, necesario, pensar que el revuelo sobre defensa y rearme busca crear una situación de alarma existencial para justificar el pago del peaje que exige USA —comprando sus armas y pagando el servicio de seguridad que presta la OTAN— y de paso inyectar una considerable cantidad de dinero a las empresas europeas de armamento.
El otro mantra de la extrema derecha, la idea de que los Estados Unidos de Europa anularían las identidades nacionales, queda en evidencia, si observamos el comportamiento cultural de las regiones y naciones que conforman Europa. Otra cuestión es que tales proclamas se usan para denigrar la orientación sexual, otras religiones, o justificar usos , costumbres y tradiciones supremacistas o negacionistas o contrarias a la dignidad de los seres humanos o de respeto a la biodiversidad.
Por ahora, una llamada a la prudencia, pues en tiempos de tempestad, no debemos hacer mudanza. Hay que bajar la tensión. Los conservadores tienen gran responsabilidad en su retórica belicista, el resto del espacio político en sus críticas a los primeros y todos aquellos que gustamos de la pluma también. La crítica es necesaria, pero no requiere de descalificación personal, ni de cosificación, ni de transformar a los adversarios políticos en enemigos y traidores.
La suma de recortes sociales y la polarización política solo alimenta el caldo de cultivo de la intolerancia. Que esta devenga en posiciones pro-Trump o pro-Putin es lo de menos; lo grave es que avanzamos hacia el peor desastre político: el totalitarismo.
Si mantenemos la confrontación, en unos años gobernarán neoliberales, iliberales y libertarios, pero sin los límites que por ahora impone la propia Unión Europea. Entonces, ya no habrá vuelta atrás. Ya no será necesaria esa guerra que unos y otros anuncian, la tendríamos en cada casa.