Por Raimundo M. Soriano
La mañana se presentaba fría. Las nubes cubrían al sol que no le dejaban una rendija por donde asomar para celebrar un lauto día de primavera. El gitano Antón había quedado a tomar un café en el bar Ambay en pleno barrio de La Magdalena.
Antes tenía que desperezar a los galgos del sueño y de la nostalgia; darles un poco de comida y agua por si era necesaria su intervención. Nada de esto sucedió porque el sol apareció y las calles recobraron su alegría y bullicio.
El gitano Antón decidió, como todas las mañanas, pasear a sus galgos para que estiraran las piernas y robustecieran el olfato por las esquinas ante las meadas de otros perros y marcaran el territorio propio. Aunque mejor sería decir el galgo porque eran una pareja de macho y hembra, de la misma madre y del mismo padre. Estos galgos eran apacibles, sensibles y caminaban erguidos y ajenos a la vorágine de los humanos por llegar los primeros a no sé dónde: al trabajo, a la compra diaria, a perseguir fantasmas o a dejarse ver para decir que están vivos.
Los canes estiraban las patas para estar preparados por si el gitano Antón los necesitaba para ganarse unos Euros en carreras un tanto ilegales, que servían para el sostenimiento de una familia numerosa de hijos, nietos y una biznieta que aún estaba alojada en la barriga de Alba, la nieta mayor y precoz madre, para mantener la estirpe de unos gitanos; no se sabe muy bien si procedentes de Rumanía o la antigua Yugoslavia, pero que habían echado raíces en Zaragoza antes en el barrio del Gancho y ahora en La Magdalena.
La rutina era parte de un buen trabajo. Acostumbrar a los galgos a un método significaba que no perdían la atención y así el fin podría justificar los medios. Otra cuestión era cómo se usaba la legalidad, que el gitano Antón justificaba como una tendencia para mantener viva la familia. No había caído en la menudencia de la droga, porque había visto y sentido la pérdida de hijos de vecinos y familiares consanguíneos.
El gitano Antón se dirigía con su bastón de mando y asido de las correas, un tanto desgastadas, de la pareja de galgos por la calle Palomar a la esquina del Coso, donde le esperaba su amigo payo, Cosme, para tomar un café en el bar de enfrente: el Ambay.
– Gitano Antón: “Buenoos díaas, Cosme. Que Dios te bendiga por disfrutar de una nueva jornada porque con el paso del tiempo cada vez nos queda menoos”.
– Cosme: “No me jodas, Antón, que nos conocemos desde hace mucho y Dios influye poco… Mira cómo tiene a esta sociedad cada vez más idiotizada y más aborregada”.
– Gitano Antón: ”Dios es buenoo… los hombres maloos”.
– Cosme: “Dejemos la fiesta en paz”.
– Gitano Antón: “Eso digo yo… dejemos la fiesta en paz y vamos a tomarnos el carajillo…”
Al café, de vez en cuando, se les añadía el Marroquí, dueño de una de las fruterías que hay en el Coso: un buen hombre, parsimonioso, hacedor de situaciones triviales que las mujeres mayores se lo toman como oprobio y dispuesto a brindar una sonrisa franca. El gitano Antón ya había hecho amistad antes de que su mujer le comprara la fruta y las verduras, cuando descansaba sentado en el banco de enfrente, fumándose un pitillo y acariciando las cabezas triangulares de los galgos tras el paseo matutino. El Marroquí le ofrecía agua a los tusos en plena canícula del verano y frutas, un tanto pasadas, por si los animales tenían dificultades para evacuar sus necesidades.
El gitano Antón y Cosme cruzan la calle y ven al Marroquí en la puerta de la tienda. Le hacen una señal y éste acude. Los tres se sientan en sillas de plástico de propaganda de cerveza. Los galgos se posan en los pies del gitano y se ponen a descansar. El dueño del Ambay, un chino espabilado, lleva las consumiciones a la mesa de al lado.
– Marroquí: “Usté … sabe mucho de galgos”.
– Gitano: “Noo… que va… es que he tenido unos cuantos… y estos perros siempre se comportan igual…”
– Marroquí: (Mirando a los galgos) “Parecen muy tranquilos… muy…
– Gitano: “Son muy sensibles a too: al caló… al frio… a la lluvia y a los estornudos fuertes… se asustan y se arrebullan.
– Marroquí: ¿Y siempre están juntos?”
– Gitano: “Menos por las noches, cada uno duerme en su sitio. Como son hermanos no se deben cruzar, porque es muy probable que los cachorros salgan tontos o medio tontos y a mí me interesa un galgo fuerte y que gane carreras”.
– Marroquí: “Venga vamos a tomar la consumición, que este chino parece que se ha olvidado de nosotros. Usté gitano Antón ¿qué quiere? Y este señor que no habla…
– Gitano: “Éste no molesta a la mujer ni en la cama”.
Los tres se echan una risotada.
– Cosme: “Para mí un cortado descafeinado que ya llevo tres…”
– Marroquí: “¡Coño!, como dicen en España: si no se le ha comido la lengua el gato”.
– Gitano: “Habla por los codos cuando quiere. Y a mí un carajillo de coñac Soberano”.
– Marroquí: “Pero el chino… ¿Sabrá hacer un carajillo?”
– Gitano: “Sí, sí… se lo enseñé yo y cada día lo hace mejor. Mira estaba un día en la barra y le dije que me pusiera un carajillo de coñac y me dice el chino y eso que es. No tenía ni puta idea… Entre en la barra: cogí una boteella de coñac, lo eché en un vaso y lo importante… le pegué fuego para reduci el alcoohol y me salió cojonudo. El chino aprendió tan rápido… que hoy casi hace mejor el carajillo que yo”.
En ese momento sale el chino con una bandeja a servir a una mesa. El Marroquí levanta la mano y hace una señal. El chino una vez que ha dejado las consumiciones en la mesa, se dirige a ellos.
– Marroquí: “Un carajillo de Soberano, un cortao descafeinado y un té con menta”.
El chino no dice nada. Se lo apunta en la cabeza y se marcha al bar. El gitano Antón saca un paquete de Ducados y ofrece una ronda. Cosme coge uno y él otro. El Marroquí lo rechaza.
– Marroquí: “No fumo malas hierbas”.
Los tres se ríen a gusto.
– Gitano: ¿Alá no dice nada del fumaque?”
– Marroquí: “Alá es generoso y Mahoma, su profeta, nos lo dice muy claro en el Corán: En esta tierra estamos de paso y donde hay que disfrutar es en el más allá”.
– Cosme: “Yo no creo en esas cosas. Por no creer no creo ni en Jesucristo”.
– Marroquí: “Mal hecho, señor. El tiempo en la tierra es muy poco… y luego nos quedan siglos y siglos para hacer las cosas que aquí no nos dejan hacer…”
– Cosme: “En la tierra los que mandan, ya saben lo que tienen que hacer…”
– Gitano: “Jodernoos… como siempre lo han hecho”.
– Marroquí: “Venga que se nos enfría el té”
El gitano Antón y Cosme le dan una fuerte calada al cigarrillo, mientras los galgos dormitan a la sombra de la mesa.