Por Roberto Martín Miravegas
En el nº 19 del Pollo Urbano correspondiente a octubre del año 2.000 el gran periodista, antropólogo y profesor Willian Fatachi nos dio la primicia de un descubrimiento que marcaría para siempre a la comunidad…
….aragonesa: los primeros pobladores de Aragol eran negros.
Esta era la sensacional cabecera del gran artista Miguel Ángel Arrudi que la ocupó durante varios números hasta que se decidió que la hicieran artistas diferentes.
«La clave del origen de los negros de Aragol (Parte I)»
Por William Fatachi.
(Miembro del International Aragon Science Antrphology Institute)
Uno de los mayores acicates que presenta la investigación antropológica es poner al descubierto las raices científicas de los mitos sobre los que se asientan las creencias de cualquier sociedad. En el caso de la sociedad aragonesa, en cualquier escuela de pueblo, nuestros niños estudian los «orígenes» negroides de nuestra comunidad en un atadijo de incorporaciones joteras, («te ví tol bujero negro»), apreciaciones de escaso valor linguístico, (monegro: mono negro) e incluso de rechazo, («ties la caeza como el hollín d’Andorra). Pero siempre, sin ningún rigor histórico ya que los intelectuales y científicos de la postguerra y aún de hoy, están más preocupados por desempolvar accidentes históricos, (Costa, El Pastor de Andorra, Pignatelli, etc), que por desentrañar el nervio genético de nuestro devenir, lo cual, a todas luces, nos aportaría más luz que el cifrar con exactitud a qué hora se tomó el café D. Ramón antes de ojear su microscopio y anotar nombre y apellidos una nueva celula motórica. La ciencia en Aragol ha estado en manos de cuervos y culebras que han prestado muchísima más atención al personaje que a la esencia, repito, del devenir. ¿Cómo es posible que siendo el común de los aragoneses de apariencia blanca la conducta sea singularmente negroide?
El sentido tribal que aún hoy se observa en la mayoría de nuestros pueblos a los que todavía no han llegado las minifábricas de cableado u otras de parecida significación y ,en todo caso, todas ellas relacionadas con el occidentalizante sector del automóvil, soporta cualquier comparación con el que podemos observar en cualquier aldea de Tanzania. Muy poca diferencia podemos apreciar entre el comportamiento de un pastor «wakikki», propietario del escaso ganado que posee la comunidad, con el que nos mostraría un hábil «mediero» de cualquier villa semidesierta. Las comidas, casi siempre empleando los dedos; la bebida, siempre contenida en objetos que hay que alzar; las canciones, casi siempre interpretadas a voz en grito y con acompañamiento rítmico simple y monocorde; la familia, siempre girando alrededor de la hembra…Es decir, son comportamientos tan extraordinariamente similares que aparentemente uno no se explica como podemos ser blancos y actuar como unos negros.
Y nuestras investigaciones dieron un paso extraordinario cuando descubrimos a «Chusé tol negrata». Efectivamente habíamos decubierto un eslabón. Pero, sabemos desde hace, al menos, 30 años, que los aragoleses nacemos de macho y hembra. Esta característica científica hoy en día ya no cuestionada ni por los ortodoxos de la jota, nos dejaba huérfanos en el descubrimiento. Así, los más talibanes de Aragol se aprestaban a explicar que el «descubierto Chusé» sería un híbrido de «alguna negra» con un pastor pirenáico, sabedores ellos «por ciencia infusa» de la soledad del oficio. Bien, ante esas argumentaciones dignas, a todas luces, del siglo pasado, no de éste, sino del anterior, es decir del XVIII, nosotros, los científicos modernos quedamos a merced de cualquier boca de ganso. Ni podíamos inferir hipótesis generalistas, (ya que serían rápidamente desechadas por el talibán), ni podíamos ir más allá de lo descubierto. Estábamos pues, en una encrucijada violentísima. «Chusé» podía convertirse incluso en una «gracia» de la naturaleza. Por eso, era imprescindible encontrar una hembra.
Y no fue fácil seguir buscando y pateando la zona de influencia dónde se halló a «Chusé». Pero los días se sucedían a las noches, (por suerte, en Aragol, esa cadencia no depende del talibán de turno sino , como en el resto del mundo Occidental, de Dios), y ya éramos incapaces de encontrar el menor rastro.
Pero por fin, un día, un 23 de Abril, ¡Dios mío!, se nos apareció la Virgen.
(Continuará)