Por Pablo Claramunt
CAPITULO II: Salduba
Prematura muerte de Túbal- Viaje de los Iberos–Instalación de éstos en Auripa.
¡Yo volveré! Murmuraba Túbal al perder de vista a Auripa, continuando su viaje aguas arriba del río Ebro; y la antes bella ciudad, según los restos que de ella existieran, quedó habitada por las inocentes golondrinas, (tan bienhechoras de las tiernas plantas), que colgaban sus nidos en las desvencijadas cornisas y de la diversidad de pájaros que revoloteaban alrededor de los derruidos edificios.
Pero Túbal no pudo satisfacer sus anhelantes deseos; sorprendióle la muerte en su triunfal carrera y bajó á la tumba arrastrando en pos de sí la suerte de la desgraciada Auripa.
No tardó mucho tiempo en extenderse entre los íberos, que en aquellos remotos tiempos ocupaban desde las vertientes del Cáucaso hasta las inmensas llanuras de Asiria, la fama de la tierra que descubriera Túbal en su expedición, y acosados todos por el deseo de admirar y explotar á la vez las grandes riquezas que de aquel país hasta entonces desconocido las contaran, pronto se concertaron buen número de ellos y acordaron dirigirse hacia la desconocida Península.
Audaces y guerreros por temperamento, proclamaron á un jefe que le denominaron Ibero, prepararon sus bajeles con rapidez pasmosa, y embarcados con sus familias, lanzáronse por los mares en busca de la tierra que tan ricos tesoros como hermoso panorama ofrecía, siguiendo el mismo camino emprendido por Túbal.
Llenos de febril entusiasmo y acosados todos por un mismo y constante deseo, dirigían sus naves con rumbo á la Península ibérica, é impelidos por viento favorable pronto divisaron los horizontes de aquel terreno que tan pingüe alojamiento les ofreciera.
Inmenso grito de júbilo resonó en todas las embarcaciones al llegar á las costas de España en el mar Mediterráneo; é Ibero, jefe de la expedición, á pesar de asombrarse de que nadie saliera á las playas á la llegada de los extranjeros, lo que le demostraba lo poco poblado que estaba el país, iba dejando en tierra á los que rendidos por la fatiga de tan largo viaje así lo solicitaban; es decir, hacía lo mismo que hizo Túbal al cruzar los mares con sus bajeles por vez primera y tocar en las costas de nuestra privilegiada tierra.
Navegando con el mismo rumbo que lo hiciera el desgraciado Túbal, pronto se encontraron los nuevos expedicionarios en unas costas (las de Tortosa), en las que desemboca el caudaloso Ebro, que ellos denominaron desde aquel momento Ibero; y guiados por su jefe, del que tomaron el nombre para bautizar al río que empezaban á surcar contra la corriente ó el curso de las aguas, admiraron asombrados los inmensos é incultos llanos, las escarpadas rocas, las floridas praderas, los ásperos peñascos, los amenos valles y pintorescas sierras, que ante su extasiada vista se presentaban, hasta llegar á una inmensa llanura que les convidaba á hacer alto en su penosa excursión.
Así lo hicieron, y echando pié á tierra, maravillados de tan bello panorama como el que ante sus ojos se presentaba, empezaron á recorrer la inmensa planicie, descubriendo á pocos pasos restos magníficos, aunque ruinas tristes, de la grandiosa Auripa, según la había denominado Túbal, y convencidos muchos de los iberos de las riquezas de aquel suelo, virgen todavía, pudiera proporcionarles, pronto rodearon á su jefe diciéndole, según varios autores:
«Las ruinas de este pueblo son muchísimo más preciosas que muchas ciudades que hoy se levantan; permitidnos habitarlas y dadnos un patriarca que nos dirija.»
Accedió á sus pretensiones Ibero, jefe de la expedición; dictóles breves pero sabias leyes que les gobernasen, dioles armas y ganados, y encargándoles el cumplimiento exacto de cuanto les ordenaba, alejose de los derrumbados muros de Auripa acompañado de algunos iberos y siguió su impertérrita marcha hasta encontrarse con los descendientes de Túbal, á quienes buscaba con objeto de ofrecerles la paz ó la guerra.
Y desde estos momentos empieza ya la historia de Zaragoza después del diluvio.
Poco tardaron los iberos en alzar sus cabañas recostadas sobre los derruidos paredones, y el sol empezó á iluminar los pajizos techos de aquellas viviendas, tan solo para resguardarse los nuevos habitantes de los rigores del tiempo.
Dedicábanse al pastoreo de sus ganados en las inmensas praderas que tan feraz suelo les brindaba, y á poco ocurrióseles buscar nombre propio al pueblo que empezaban á fundar.
Discurriendo sobre punto tan importante, é ignorando á la vez el nombre de Auripa que le diera Túbal, buscaron no en balde titulo que darle, y fundándose en las ricas y abundantes salinas que á la entonces aldea circulaban diéronle el nombre de Salduba.