Viaje por los pueblos deshabitados de Aragón (II)


Por Jesús Sainz

   Corría el año 2008 cuando Jesús Sainz, afamado científico aragonés por entonces trabajando  como tal en una importante empresa  radicada en Islandia, gran amigo y cofundador del Pollo  Urbano, y Sánchez, director del Pollo Urbano decidieron embarcarse en una aventura …

… que aunque estaba planeada para culminar con la realización de  un extenso documental sobre “Los pueblos deshabitados de Aragón”,  las circunstancias de todo tipo y , como siempre, las fundamentalmente  económicas, determinaron la  actual extensión videográfica  del reportaje aunque no  así el libre y desembarazado   texto original que,  junto con las fotografías que acompañan a estos dos reportajes escribió  y captó con su maestría sin par el gran compañero de viaje  Jesús Sainz Maza.

Viaje por los pueblos deshabitados de Aragón (II)

Por Jesús Sáinz

 

    Tomamos un descanso y empezamos a preparar el almuerzo. Digo empezamos, pero debería decir mejor empieza. Ya que Dionisio es el que va a ser el «chef» y cocinero en este almuerzo y en todos los siguientes durante el viaje. El menú: huevos de caserío vasco. Auténticos. Como me ha explicado con detalle, no son como los del supermercado. Los huevos de caserío, de gallinas alimentadas con trigo, parece ser que se caracterizan porque la clara no se expande cuando se vierten en la sartén. La sartén es pequeña y con abundante aceite y se calienta colocada encima de una pequeña bombona de butano. El «chef» vierte sobre la sartén un aceite semisólido por el frío y, cuando ya se ha vuelto líquido y empieza a chisporrotear, casca y vierte con cuidado el huevo. En unos minutos tiene un aspecto delicioso y listo para comer. También prepara unas longanizas aragonesas, que abiertas por la mitad se fríen en la misma sartén. Acompañados de guindillas, olivas verdes, pan de Jaca, una bota con vino de su casa de Soria y queso de Idiazabal es un auténtico festín que nos da las energías necesarias para un largo día de trabajo.

Larrosa

    Seguimos el camino en dirección a la iglesia del antiguo monasterio de la Virgen de Iguázel, un precioso edificio románico que se halla al final del valle cerca del antiguo camino de Santiago. Esta iglesia se empezó a construir entre los años 1040 y 1050 por orden de Galindo. Su existencia aparece documentada ya en el año 1068. En la portada un texto dice: «Esta es la puerta del Señor por donde entran los fieles en la casa del Señor, que es iglesia fundada en honor de Santa María. En ella se han hecho obras por mandato de Sancho conde junto con su esposa de nombre Urraca. Ha sido terminada en la era de 1110 (año 1072) reinando el rey Sancho Ramírez en Aragón, el cual ofreció por su alma en honor de anta María la villa llamada Larrosa para que le dé el Señor la vida eterna amén. El lapidario de estas letras se llama Aznar. El maestro de estas pinturas se llama Galindo Garcés.» Allí tomamos unas imágenes del bien conservado edificio. También tomamos imágenes del río y de las presas construidas para contener el agua. Como fondo, podemos contemplar las montañas nevadas de los Pirineos. Cruzamos uno de los diques de contención del agua, que fluye por el río Ijuez, y nos dirigimos a Larrosa por una pista de tierra. Al cabo de aproximadamente un kilómetro llegamos al desvío, desde el cual se ve un camino descendente que conduce hacia el pueblo. El camino es inaccesible con vehículos debido a una zanja profunda que lo corta. El aspecto de la zanja delata que ha sido ha cavada recientemente. Con toda probabilidad para dificultar el acceso al pueblo y proporcionarle así algo de protección mediante el asilamiento. Cargamos cámaras, trípodes y otros utensilios y, después de sortear la zanja, descendemos el camino.

 

    Caminamos unos diez minutos bordeando vallas de piedra medio derruidas que señalan los antiguos y angostos caminos que los antiguos habitantes de Larrosa debieron utilizar. El pueblo está situado en una ladera orientada hacia el valle. El sol le da un aspecto que disminuye la tristeza de las ruinas. El paisaje es magnífico. Es un mirador a las montañas que lo rodean cubiertas de verde arbolado. El declive donde se asienta esta abancalado y las casas guardan una respetuosa distancia entre ellas. A causa de la repoblación forestal del valle, los árboles compiten hoy con los restos de las viviendas.

 

       La historia de la repoblación forestal en España ha sido muy controvertida. Podríamos resumirla así. A finales del siglo XIX, las desamortizaciones originaron la venta de cientos de miles de hectáreas de bosque de la nobleza y el clero. El resultado fue que se talaron los árboles para vender la madera. Esta deforestación generó una aceleración de la erosión e inundaciones. El gobierno tomó entonces medidas para realizar el primer plan de reforestación. Posteriormente, en los años 1940-1975, se repoblaron más de dos millones y medio de hectáreas para paliar la erosión y al mismo tiempo para dar trabajo a muchos españoles en una época de dificultades económicas. Desgraciadamente se cometieron numerosos errores al repoblar con especies no idóneas en muchos lugares. Principalmente pinos. La gente de pueblo llamaba a los ingenieros «planta pinos.» Las políticas actuales son más específicas con las especies a plantar. En los años de posguerra la política de expropiación de tierras para reforestar aceleró el proceso de emigración en las áreas pirenaicas. La política de construcción de pantanos también agudizó la despoblación al expropiar tierras para plantar árboles y así retrasar la colmatación de los pantanos. Es decir, evitar la erosión y que las tierras arrastradas llenaran los pantanos. En algunos casos los árboles se plantaron dentro de los pueblos mismos dificultando así su posible repoblación, dificultad añadida al hecho de ya no había tierras para cultivar puesto que se habían plantado árboles en ellas.

    Esta política de reforestación es evidente en Larrosa. Mires a donde mires se ven árboles. Incluso dentro del pueblo. A pesar de eso, lo restos que han sobrevivido al tiempo nos revelan fragmentariamente una forma de vivir hoy desaparecida. Una casa, de la que solo queda un muro, destaca entre la maleza. La hiedra que la cubre le da un aspecto imponente. El edificio mejor conservado es la iglesia, que destaca sobre los demás. De origen medieval, es de una sola nave y tiene el típico ábside semicircular del románico. En el interior hay unas tumbas que datan de los siglos XVII y XVIII. Las vistas son magníficas. La altura nos permite observar el valle allá al fondo. Las montañas circundantes le dan al entorno un aura de grandiosidad. La belleza del lugar y el sol brillante que aviva los colores impiden que la tristeza que destilan las ruinas se convierta en el sentimiento predominante.

    La mañana se nos está echando encima y queda mucho por ver y rodar. Así que decidimos emprender la vuelta. Ahora el camino es cuesta arriba y el sol pega con fuerza. Las ropas de abrigo para combatir el frío de la mañana ahora son un estorbo. Los diez minutos de vuelta se hacen mucho más pesados. Pasamos de nuevo al lado de los antiguos caminos bordeados por derruidas vallas de piedra. Mientras hacemos el esfuerzo, trato de imaginarme cómo fue la vida de los habitantes de este pueblo tan aislado entre valles. De dónde y cómo obtendrían los medios para subsistir. Cómo serían sus relaciones y cómo se comunicarían con los pueblos circundantes. Cuando llegamos al coche ha pasado el mediodía y nos tenemos que dirigir a Villanovilla en el camino de vuelta hacia Castiello de Jaca.

Villanovilla

    Este pueblo está situado en un desvío a la izquierda en el camino que, de Larrosa, pasando por Acín, va hacia Bescós de la Garcipollera. En realidad, es un pueblo que nunca estuvo totalmente despoblado Hoy está prácticamente restaurado en su totalidad. Incluso uno tiene la sensación de que más que restaurado ha sido construido de nuevo. Todos los edificios tienen un aspecto limpio y hasta lujoso. No tiene nada que ver con los pueblos que hemos visto en la mañana.

    Las tierras de cultivo y los montes de Villanovilla fueron expropiados en los años 1960 para la construcción del pantano de Yesa, pero los vecinos evitaron la expropiación del pueblo, lo que ha facilitado que no se despoblara. Ahora hay casa rural y restaurante, pero no vemos otro ser humano que un turista que ha venido haciendo «auto stop». A pesar de la falta de gente, se nota, por el lujo y lo cuidadas que están muchas casas, que al menos algún fin de semana al año sus dueños aparecerán por allí. Buscando en Internet aparecen anuncios vendiendo chalets adosados, apartamentos vacacionales y otras ofertas turísticas. El pueblo está situado en un enclave magnifico para observar el paisaje circundante, pero no comunica las mismas emociones que Larrosa. Es de alabar que siga existiendo gracias a la inversión económica de sus propietarios, pero uno tiene la sensación de que es un pueblo nuevo donde la historia se ha diluido tras las nuevas construcciones. Es tarde y, después de obtener los planos necesarios, nos ponemos en marcha hacia Sabiñánigo para realizar la segunda parte de la jornada. Nos dirigimos a la zona llamada del Sobrepuerto, situada entre Sobrarbe y el Alto Gallego. El destino es Basarán.

 

Basarán

    Además de Basarán, la zona del sobrepuerto incluye otros pueblos como Ainielle Escarpín, Otal, Broto, Cortiellas, Sasa y Ziellas. Uno de estos pueblos, Ainielle, se hizo famoso gracias a la novela «La lluvia amarilla» de Julio Llamazares, un escritor y periodista que nació en un pueblo de León inundado por el embalse de Porma. La novela fue publicada en 1988 y, además de ser finalista al Premio Nacional de Literatura, tuvo un éxito inesperado de público. Está escrita como el monólogo del último habitante de un pueblo abandonado. La «lluvia amarilla», de hojas otoñales, simboliza el paso del tiempo y la presencia de la muerte. En el monólogo se recuerda a los habitantes desaparecidos y se describe la continua soledad del personaje que solo espera a la muerte y con ella la del pueblo. Llamazares decidió llamar a este pueblo novelado Ainielle después de una visita a los valles del Pirineo aragonés. En un principio había pensado en un pueblo soriano. Quizás la provincia con más pueblos deshabitados en España, después de Huesca. 

 

     Nos dirigimos primero hacia el Ayuntamiento de Biescas. Allí pensamos obtener la llave que nos permitirá abrir el candado que cierra la barrera hacia Susín, que es el segundo pueblo para visitar después de Basarán. Tenemos un permiso para circular por los montes patrimoniales del Gobierno de Aragón y para circular por los caminos forestales de acceso a ellos que nos ha concedido amablemente el Director Provincial de Medio Ambiente D. Inocencio Altuna Fumanal. Una vez dentro del ayuntamiento nos dicen que la barrera está rota pero que nos iban a proporcionar una «autorización para circular por pista con vehiculo a motor.» La cartulina roja que nos entregan es una protección hasta el día siguiente contra las posibles multas.

    Para echar un trago, y preparar un poco lo que queda de trabajo, entramos en un bar al lado del ayuntamiento. Allí, con prisas, tomamos una tapa y un vino tinto, o cerveza, según nuestros gustos. Pocos minutos después, tras haber consultado los mapas, estamos de nuevo en la carretera en dirección hacia Basarán.

    Bajamos desde Biescas hacia el sur hasta llegar al desvío que, a la izquierda, nos lleva en unos pocos kilómetros hasta el pueblo de Oliván. Allí paramos a preguntar sobre el estado de la pista a un habitante del lugar. Un señor mayor que nos informa con precisión sobre las pistas que conducen a Basarán y a Susín (último pueblo a visitar en la jornada). Seguimos adelante por el valle rodeados de árboles frondosos. Al cabo de unos cuantos kilómetros la pista se vuelve más difícil. Empiezan a aparecer manchas de nieve que cada vez son más abundantes. Al poco tiempo, es necesario bloquear los diferenciales del coche para evitar que patine en la nieve y el barro cada vez más abundantes. Avanzamos más lentamente y ya son las tres y pico de la tarde. Los parches de nieve ahora son tramos de hasta cien metros completamente cubiertos de nieve espesa. La luz empieza a declinar y tememos que, si tardamos mucho, no sea suficiente para filmar el último pueblo. Finalmente, no sin superar las creciente dificultades de la carretera llegamos a Basarán. Como si no tuviéramos suficientes dificultades, ha empezado a llover. Sacamos el enorme paraguas de colores almacenado entre otros muchos utensilios en el Land Rover. Cubriendo lo más importante, la cámara, avanzamos por el barro, la lluvia y la maleza hasta encontrar un punto donde filmar las ruinas de lo que fue un pueblo habitado. Basarán. Lo poco que queda del pueblo está completamente derruido. La hiedra y la maleza delimitan la poca arquitectura que se mantiene en pié. Sin embargo, la belleza del entorno consigue penetrar la neblina causada por la lluvia. El momento tiene su encanto y me hace desear que la cámara sea capaz de captarlo. El paisaje es majestuoso. Altas cumbres nevadas. La vista se expande a lo lejos y las nubes se rompen en algunos lugares del cielo dando complejidad a la imagen. Empezamos a filmar muros de piedra sin tejado. Duras y bien talladas piedras de tamaño uniforme revelan la habilidad de sus constructores. Sólo quedan algunos muros solitarios. La iglesia hace tiempo que fue desmontada, piedra a piedra, y transportada a la estación de esquí de El Formigal. Sus materiales se utilizaron para la construcción de una iglesia, unos dicen que transformada, otros que complementada por la de Basarán. Al fin y al cabo, otra iglesia de la que sirvió de cobijo y de consuelo a los habitantes de este lugar muerto.

    Las prisas nos acucian y la incertidumbre del clima nos impulsa a volver hacia el último pueblo que planeamos filmar en este día.

Susín.

    De vuelta por el mismo camino escudriñamos con impaciencia todos los desvíos del camino hasta que llegamos a uno que corresponde con la descripción que nos han proporcionado. El camino es ascendiente, y aunque ha parado de llover, está bastante embarrado. Seguimos un trecho de pocos kilómetros hasta que se divisa el pueblo en lo que parece ser una gran era, plana, limpia de maleza y cubierta de hierba. Filmamos una vista panorámica y seguimos adelante. Llegamos a uno cien de metros del pueblo y vemos un cartel que indica donde aparcar. Al fondo hay una barrera cerrada con cadenas y candado.

      Tenemos que cargar con el equipo al hombro y seguir andando los metros que nos separan del pueblo, que afortunadamente son pocos. En un alto instalamos el trípode y la cámara y cuando estamos filmando vemos una figura que se acerca hacia nosotros desde una de las pocas casas del pueblo. Al poco rato vemos que es una mujer menuda, de aspecto decidido y amable que nos pregunta si somos de la televisión. No somos quienes ella está esperando. Entablamos conversación y nos da su nombre. Angelines Villacampa. Nos explica que ha sido maestra pero que ahora se dedica a mantener el pueblo. Ella es descendiente de sus antiguos habitantes y mantiene una de las dos casas habitadas de Susín. Vive allí, aunque sea intermitentemente. Nos cuenta como desde hace un año el horno de su casa se ha derruido y las dificultades, económicas, entre otras, que tiene para reconstruirlo. Amablemente, nos guía por el pueblo y nos instruye sobre lo que tiene más relevancia. El pueblo está en un lugar fascinante. Amplio de espacios, con un par de casas señoriales, aunque dañadas por los años, tiene una vista que domina todo el paisaje al oeste y al norte. Al fondo se ve la carretera que conduce desde Biescas a Sabiñánigo. La cercanía a la carretera presagia el acecho de los constructores de adosados.

 

   Angelines nos cuenta su resistencia a vender sus propiedades porque para ella lo más importante es mantener la historia de sus ancestros tallada en las piedras y en la estructura del pueblo. Esperemos que la fuerza le acompañe. Nos señala la Ermita de de Nuestra Señora de la Eras. Es una modesta construcción a unos cientos de metros. El pueblo se compone de dos casas y una serie de edificios adicionales, como la herrería casi en ruinas, las bordas y las eras. El lugar es como una cumbre sobre el pueblo de Oliván y el río Gállego. Las casas son señoriales y tienen múltiples detalles de interés incluyendo un escudo tallado en piedra sobre la puerta de la casa de Angelines. La iglesia es impresionante e imponente en su belleza, sencillez y antigüedad, Según Angelines tiene más de mil años. Nos indica las piedras talladas del ábside que tienen signos precristianos y sillares visigóticos. También un crismón desdibujado por los siglos. En el interior hay algunas pinturas como un antiguo signo similar a la cruz gamada. Otras de sus pinturas, que fueron trasladadas al Museo Diocesano de Jaca hace tiempo, incluían las de un discípulo del maestro de Tahull. El texto «Domus Oraciones» preside un arco interior.

 

    La tarde ha llegado sin que nos diéramos cuenta y la luz ya no es la adecuada para filmar. Decidimos emprender el camino de regreso a Osia para disfrutar de un merecido descanso. Llevamos a Angelines a Sabiñánigo donde vive parte de su tiempo con su hijo. Por el camino nos explica los diferentes coches que ha destrozado en sus viajes a Susín. Su trabajo desbrozando la maleza del pueblo. La colaboración de numerosos voluntarios para mantener el pueblo. Es gratificante el encontrar espíritus generosos como el de ella que son capaces de dedicar sus energías a mantener la memoria de sus orígenes. La dejamos en su destino, nos despedimos efusivamente y emprendemos el camino de vuelta a Osia. Paramos a cenar en las afueras de Sabiñánigo donde podemos leer el Heraldo de Aragón y aproximadamente a las diez nos dirigimos a Osia en busca de la cama. Estamos cansados del largo día y necesitamos dormir. Ha sido un día apasionante donde hemos podido observar lugares de Aragón que no existían en mi imaginación antes de conocerlos. Mañana nos espera otra jornada que me imagino será diferente. Como hoy lo han sido cada uno de los pueblos que hemos visitado.

(Continuará)

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