Viaje por los pueblos deshabitados de Aragón (I) 


Por Jesús Sáinz

   Corría el año 2008 cuando Jesús Sainz, afamado científico aragonés por entonces trabajando  como tal en una importante empresa  radicada en Islandia, gran amigo y cofundador del Pollo  Urbano, y Sánchez, director del Pollo Urbano decidieron embarcarse en una aventura  que aunque estaba planeada para culminar con la realización de  un extenso documental sobre “Los pueblos deshabitados de Aragón”,  las circunstancias de todo tipo y , …

…como siempre, las fundamentalmente  económicas, determinaron la  actual extensión videográfica  del reportaje aunque no  así el libre y desembarazado   texto original que,  junto con las fotografías que acompañan a estos dos reportajes escribió  y captó con su maestría sin par el gran compañero de viaje  Jesús Sáinz Maza.

    Ha pasado el tiempo pero como los buenos vinos, este extraordinario reportaje  (publicado originariamente en los números 88 y 92 del Pollo  Urbano), ha adquirido una maduración tan excelente que nos ha llevado a embotellarlo (publicarlo) de nuevo aunque esta vez con la aspiración primigenia para  que, definitivamente, se convierta en un discolibro que puedan disfrutar las nuevas generaciones de aragoneses y que no arraigue en el olvido de las pasadas para  que, entre todos, evitemos en la medida de lo posible que  las  viviendas y edificios notables como iglesias y castillos de los pueblos  que aún quedan en nuestra comunidad no sigan sufriendo una ruina progresiva… que haga irreversible ésta inmensas pérdida patrimonial.

   Para facilitar su mejor comprensión, los dos iniciales reportajes se han subdividido en cuatro que publicaremos sucesivamente en esta sección pollera  así como las referencias al primer documental publicado en PolloTube, para disfrute de todos los interesados. Y como no, desde estas línea dedicar un gran recuerdo a nuestro compañero en la sombra, Rafael Esteban, y al vehículo que hizo posible la aventura, el viejo Land Rover 88, así como a todas las personas que nos ayudaron en el trayecto y al Departamento de Medio Ambiente de la DGA y a su Consejero Alfredo Boné, quién  desde el principio nos consoló con “el contenido liberador” necesario para arrancar la correría

 

Viaje por los pueblos deshabitados de Aragón

20 de febrero de 2008

    Era un mediodía lluvioso cuando Dionisio Sánchez y yo salimos en dirección a Osia. Íbamos a pernoctar en ese pueblo pre-pirenaico y al día siguiente iniciar un viaje de cuatro días por el norte de Huesca. Este viaje nos serviría para documentar pueblos aragoneses deshabitados. Aunque, como comprobaría más tarde, algunos de los pueblos que visitaríamos no entran estrictamente en esta categoría.

    El viaje lo hacíamos a bordo de un viejo Land Rover Santana, ruidoso, duro y con larga experiencia y adecuado para las pistas de la montaña. El coche remolcaba 800 kilos de leña de carrasca destinadas a mitigar el frío de los inviernos de Osia. Paramos en Huesca y compramos comida más alguna que otra cosa necesaria para el viaje. Hicimos otra parada en Murillo de Gállego para comer, pero, desafortunadamente, el restaurante estaba de obras, así que seguimos hasta Santa María de la Peña. Allí pudimos reponer energías con un bocadillo de tortilla de chorizo al estilo clásico y un vaso de vino en un pequeño bar al borde de la carretera. Al llegar a Osia, lo primero que hicimos fue encender el fuego del hogar para templar el frío invernal de la casa de piedra. Después, descargamos la leña, lo que nos hizo entrar en calor. Una vez terminadas estas tareas nos sentamos para planear algunos detalles del periplo que empezaba al día siguiente.

    El viaje había sido planeado en diciembre pasado. Fue entonces cuando Dionisio me ofreció participar en él y escribir un texto que recogiera las impresiones de dicha experiencia. Lo acepté con entusiasmo ya que me ofrecía una oportunidad única para conocer pueblos y lugares de una tierra de la que, por razones de mi profesión, científico, me he visto alejado durante décadas. El viaje recorrería pueblos de las cuatro comarcas pirenaicas: Jacetanía, Alto Gállego, Sobrarbe y Ribagorza. Es decir, todo el norte oscense. La tierra de mis ancestros.

    La noche había caído hacía un par de horas cuando, al calor del hogar, acabamos de discutir algunos detalles sobre lo que haríamos al día siguiente. La cercanía de los lugares a visitar ayudaba a que tomara cuerpo en mi imaginación lo que nos esperaba. Tenía la sensación de que íbamos a encontrar parajes de gran belleza, pero donde el calor de la vida humana había desaparecido hace mucho tiempo. Temía la tristeza de dicha experiencia. Para prepararme, me había documentado los meses anteriores utilizando los medios a mi alcance: Internet. Me di cuenta de que no era fácil encontrar información relativa a muchos de los pueblos deshabitados que planeábamos visitar. Esto me hacía sentirme limitado para el trabajo, pero me consolaba a mi mismo pensando que mis sensaciones y la descripción de lo que viera podían tener un valor documental.

    Según la Gran Enciclopedia Aragonesa, en la historia de Aragón, han sido un hecho recurrente los ciclos de poblamiento y despoblamiento en los lugares pirenaicos. En un artículo sobre los pueblos deshabitados se cita a Ignacio Jordán Claudio de Asso y del Río, quien dice que: «reducidos los Christianos por la invasión de los árabes a habitar los valles del Pirineo, se fueron allí multiplicando por el espacio de quatro siglos, que tardó en extenderse la conguista a la tierra llana; y de aquí procedió la multitud casi increíble de lugares que hubo en las montañas de Jaca«. Así, según el naturalista, jurista e historiador zaragozano de finales del siglo XVIII, los valles pirenaicos florecieron como refugio militar de los cristianos ante el desarrollo de la cultura y política musulmana que los expulsó de las tierras fértiles del llano y de la ribera durante cuatro siglos empezando por el VIII. Cuando la reconquista de tierras ofreció la posibilidad de migrar hacia el llano y la depresión del Ebro, los valles pirenaicos sufrieron un proceso de despoblación. Citando de nuevo a de Asso: «muchos lugares se despoblaron a medida que sus habitadores se fueron trasladando con la conquista a la tierra llana, y abandonaron su país nativo, donde ya no podían vivir sino con suma estrechez, y miseria por la falta de recursos de aquel terreno áspero, e incapaz de sustentarlos cómodamente«. Esta despoblación sucedió entre los siglos XII a XIV. En los dos siglos siguientes hubo un periodo de crecimiento en los valles pirenaicos. Aun así, sus pueblos tenían menos fuegos, es decir habitantes, que los pueblos del llano. Claramente la vida era más difícil en las frías alturas pirenaicas. Cito de nuevo el bien informado artículo de la Enciclopedia: «A mediados del siglo XVI, según las investigaciones de A. San Vicente, había 1.450 entidades de población en Aragón; en la actual prov. de Huesca se contabilizaban 823 poblaciones agrupando 14.260 fuegos (71.300 personas), lo que quiere decir que los pueblos eran muy pequeños (un valor medio de 17,3 fuegos por pueblo).» Los pueblos pirenaicos eran mucho más pequeños que los pueblos del llano ya que estos tenían 69.3 fuegos de media.

    En el siglo XVII la población vuelve a decaer en el norte oscense, así como en el resto de Aragón. Las razones fundamentales son la peste y la expulsión de los moriscos. Tenemos la fortuna de contar con el estudio de Asso que cataloga los pueblos abandonados en Aragón en 1798. Cita 42 pueblos del distrito de Jaca de los que en su tiempo ya no quedaban ni siquiera vestigios. Según el mismo autor, la mayoría de los despoblados ya lo eran en 1495. En los siglos que van desde el XVIII hasta el XIX hay un crecimiento poblacional generalizado que también afecta a la provincia de Huesca donde incluso surgen nuevas poblaciones. En el siglo XX, sin embargo, se da el proceso contrario, la gran despoblación de los valles pirenaicos. Sobre todo, entre los años 1950 a 1980, debido a la emigración en búsqueda de trabajo a los grandes núcleos urbanos españoles o de otros países europeos y americanos como Argentina. De hecho, hay quien mantiene que la segunda gran ciudad de Aragón no es Barcelona sino Buenos Aires, donde viven un gran número de aragoneses y descendientes de ellos. Se estima que de los pueblos aragoneses emigraron hacia la Argentina hasta ocho mil familias, entre 1890 y 1925. El duro panorama económico de la posguerra forzó la emigración de muchas familias hacia las grandes ciudades. Esta emigración se noto particularmente en zonas como los valles pirenaicos de la provincia de Huesca. Según el excelente artículo de la Enciclopedia Aragonesa, la provincia de Huesca tenía en el censo de 1999 menos población que en el de 1857. En el apéndice del artículo datado en el 2003, cita 1064 lugares despoblados en Aragón (http://www.enciclopedia-aragonesa.com/voz.asp?voz_id=20266).

    Como vemos la despoblación de los valles pirenaicos no es únicamente un hecho de nuestra historia reciente, sino que se ha dado en varias ocasiones a lo largo de los siglos. Cierto que la mayoría de nosotros conocemos mejor y hemos sentido más el impacto de la última migración, la de los años 1950-1980. Pero también es cierto que la dureza de la vida en dichos lugares ha hecho que sus habitantes también hayan emigrado en épocas anteriores en busca de una vida más fácil. Dicha despoblación rural todavía no ha terminado. Hoy, leyendo la prensa diaria he encontrado un artículo de Juan Ortega en ADN titulado «Despoblación». Según dicho artículo, las últimas cifras del Padrón revelan que 42% de los pueblos de Aragón perdieron habitantes en el 2006 pese a que la población total está en crecimiento.

    Son más de las diez de la noche y la oscuridad se ha cerrado sobre Osia. El cielo está despejado y promete no llover al día siguiente. La prensa ha anunciado un eclipse de luna. Me voy a la cama pensando el viaje del día siguiente. Espero ver pueblos deshabitados recientemente y quizás pasar también por lugares que fueron habitados, pero donde el paso de los siglos ha eliminado todo vestigio humano.

25 de febrero 2008

    Las siete de la mañana. El despertador del móvil ha sonado, pero ya estaba despierto. No he dormido bien. No sé porqué. Me encuentro fresco, aunque algo cansado. Salgo de la casa para sentir el frío de la mañana. Es de noche todavía, pero está empezando a clarear. El pueblo se halla cubierto por una neblina que da a las casas un aspecto fantasmagórico. Tomo unas fotos como es mi costumbre cada vez que voy a Osia. Con los años me he dado cuenta de que las fotos siempre son de los mismos lugares, pero cuando las comparo son todas diferentes. Cada una de ellas refleja unos colores y unos momentos diferentes, como si los lugares tuvieran su propia vida.

    Una ducha y sin tomar té o café, cargamos el Land-Rover de las herramientas para el rodaje. Antes de las ocho de la mañana salimos hacia nuestro primer objetivo de rodaje: El valle de la Garcipollera. Al cabo de una media hora de viaje por una carretera serpenteante, llegamos a Jaca. Paramos junto a una plaza que ha sufrido los efectos de una remodelación de diseño reciente. La estética de los añadidos es incomprensible y parece que tienen la intención de ocultar los edificios antiguos y llenos de historia que forman la plaza. Allí mismo hay una panadería donde compramos unas barras para el almuerzo. Seguimos unos pocos kilómetros hacia el norte hasta llegar a Castiello de Jaca. Sin parar giramos hacia la derecha en dirección a nuestro primer destino.


Bescós de la Garcipollera

    A unos cuatro kilómetros al este de Castiello, se halla situado éste pueblo donde hoy no vive nadie en sus antiguos edificios. Se halla en la vega del Valle del Ijuez y respaldado al sur por la Sierra de Baraguás. Hoy, los antiguos habitantes han sido reemplazados por una granja de experimentación animal. Vemos vacas, ovejas y perros y personas trabajando. Los edificios nuevos tienen un aspecto entre moderno e industrial. No es lo que uno espera en un lugar deshabitado porque éste ya no lo es. Aquí se ve el trabajo en movimiento y un intento de recuperar del olvido y proveer de productividad económica a un enclave que fue deshabitado. Máquinas, animales, personas e instalaciones industriales trasmiten una vida que contrasta con los edificios en ruinas junto a los recién edificados.

 

  Decidimos filmar antes del almuerzo, cosa poco habitual. El pueblo conserva un pequeño grupo de sus casas originarias en ruinas. Entre ellas se halla la iglesia. Es de origen románico, aunque fue reconstruida en los siglos XVII y XVIII. Filmamos balcones entre los que se abre paso la vegetación. Forjas colgando de los edificios en ángulos insospechados, montones de escombros, vigas de madera por doquier y muros solitarios con tejados inexistentes configuran la imagen del pueblo. Las zarzas y la hiedra se apoderan de lo que fueron calles y casas habitadas. En lugar de personas, el paisaje y las montañas cercanas se asoman entre las ventanas. Los restos no son muy numerosos y terminamos pronto de filmar. El pueblo ya no tiene nada que ver con el mundo descrito por José Antonio Biosca en su libro «El fotógrafo descansado» sobre la Huesca de los años siguientes a la guerra civil y que fue publicado en 1991.

 (Continuará)

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