La Foz de Escalete, universo propio


Por Eugenio Mateo

      Una vetusta estación, una pujante industria maderera, un rio ensimismado en el paisaje, un pueblo dormido. Sobre todos, el tajo omnipresente desde el confín de los milenios.

    Hablamos de Escalete, de su foz, de su universo limitado entre el valle y el abismo. Son Sierras del Prepirineo, no menos altivas, no menos misteriosas, no menos recónditas. A pesar de convertirse en itinerario para cientos de andarines, no en vano es una de las rutas que terminan en el los Mallos de Riglos, la GR-95, cruzar el portalón de sus muros imposibles predispone a abandonar el confort de un horizonte marcado por el Gállego y adentrarse en el mundo perdido, aunque de tan conocido, imprevisible y distinto.

Hoy es primavera. 

   En los primeros escarpes, los más ariscos, asciende una cordada. Cuesta reconocerlos, pero allí están, confundidos en las vías que quieren escalar. El cielo es de plomo. La calima resalta los brotes incontenibles de las ramas; asoman flores tempranas en las paredes rojizas de la roca y en el borde de la senda obstinada en llevarte a monte abierto. En cualquier caso, dejarse llevar de los pasos no evita detenerse para imaginar el vuelo por el vacío con un picado suicida sobre la cárcava profunda donde se desliza el arroyuelo. Hay que detenerse para escuchar cómo suena el silencio.

    Conforme se asciende suavemente por la pista, el marco preciso de la gran abertura, la raja madre de las rajas, la garganta profunda, se va aplacando, negociando con gleras que roturaron las crestas vencidas por la erosión y las que fueron desafiadas por una vegetación exuberante e invasora. 

     Un bosque mixto ensancha el horizonte. Todo se renueva bajo el cielo de plomo, y sobre un charco del camino se refleja temblorosa la sombra de un viejo roble. Hay mucha agua junto al pastizal abandonado de la pardina de Escalete. Hay en el ambiente un rumor de corriente subterránea.

    En estas tierras vaciadas por el tiempo resisten como pueden los fantasmas de las pardinas. La de Escalete fue abandonada en los años 50. La ruina acabará por derruirla del todo, es cuestión de tiempo y de rigores. Mientras, allí está, viendo caminantes y cazadores, con planta de casona en un paraíso bipolar. Vestigio de modos de vida extinguidos sin habernos ejercitado para los que vienen.

El blog del autor: https://eugeniomateo.blogspot.com

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