Por Agustín Gavín Blasco
Nuestros amigos nos llevaron a cenar una pizza a un barco restaurante atracado sobre el Danubio. Nunca habíamos visto una pizza cuya base fueran espaguetis entrelazados pero estaba muy buena, la habían improvisado cuando escaseaba la levadura para hacer pan.
Por Agustín Gavín Blasco
Corresponsal internacional del Pollo Urbano
Presidente de Arapaz
No era la primera vez que íbamos a Belgrado y no sería la última.
Comprobamos el drama del bloqueo internacional a Serbia y Montenegro, ya se sabe, los malos. Los bloqueos económicos tienen varias consecuencias a mediano plazo. La población empieza a sufrir la carencia de productos de primera necesidad, los hospitales carecen de medicamentos, a los niños se les empieza a hinchar el vientre y dejan de vacunarlos, los estraperlistas y las mafias hacen su agosto.
A esto hay que sumar que los sátrapas aprovechan los medios de comunicación, sobre todo la televisión, para responsabilizar al enemigo de turno. En ese primer viaje el enemigo de Milosevic y de Yugoslavia era Alemania. Habían manipulado el bloqueo económico, para intentar convencer a través de las noticias en horas de máxima audiencia, que de alguna manera la situación era parecida a la de la Segunda Guerra Mundial.
Las tiendas estaban cerradas o desabastecidas, había gente que pasaba hambre real, se habían producido intoxicaciones por comer pienso para animales del zoo, hubo un suicidio colectivo de ancianos en un lugar equivalente a un hogar del jubilado, nos explicaron que lo habían hecho para dejar más ración de comida en sus hogares a sus nietos. No había transacciones financieras, los bancos estaban cerrados, la prostitución por estado de necesidad aparecía en algunas calles del centro.
Los precios en los concesionarios de coches eran ridículos. No vimos ni gatos ni perros, deberían de quedar pocos. Tuvimos que llamarle la atención a un compañero porque pensaba que había ligado en la cafetería del hotel invitando a una chica de la limpieza a un café con leche con un croissant que, por cierto, tardó un buen rato en ablandarse a pequeños trozos en la taza. El croissant llevaría algunas semanas en la barra y la chica simplemente tenía hambre. No era la primera vez ni sería la última que dormíamos completamente vestidos en los hoteles por cuestión de higiene.
La mejor comida que hicimos fue de casualidad. Vimos un joven sentado en un banco leyendo un libro en cirílico. A su lado tenía algo parecido a una estufa de leña con una parrilla encima y allí tostaba un panecillo abierto, el fuego convierte el pan duro en tostado. En un bol tenía una especie de salsa mahonesa y en una fuente de plástico berros recién cogidos de una acequia cercana como nos explicó en perfecto inglés. Montaba el bocadillo y luego arrancaba una hoja del libro y nos lo ofrecía. Después de pagar y darle algunos dinares de más, saboreamos el invento.
Ya en el hotel, uno de mis compañeros, que se había guardado el envoltorio, le pregunto al camarero qué era lo que decía la hoja del libro. Era de las obras escogidas de Stalin de editorial progreso de Moscú y eso que Stalin y Tito no se llevaban bien.
En ese viaje habíamos llevado un todo terreno conduciendo desde España para que nuestros compañeros pudieran trabajar, ya que habíamos abierto un campo de refugiados en Trebinje, en zona serbo-bosnia.
P ero al intentar regresar a casa el bloqueo había dejado a los aviones sin keroseno, si es que quedaba algo sería para emergencias o aviones de combate. Fuimos de Podgorica a Belgrado por si allí quedaba algo de combustible para volver a España. Tuvimos que coger un tren. Fue como si hubiésemos ido en el metro, Montenegro es muy montañoso. Los montenegrinos dicen que si lo plancharan sería el país más grande del mundo.
Tampoco había keroseno en Belgrado y después de dos días de experimentar el bloqueo de la comunidad internacional, encontramos billetes hacia Budapest. La estación de Belgrado fue utilizada en algunas películas sobre la Segunda Guerra Mundial, fue bombardeada en varias ocasiones en aquella época, tanto por los alemanes como por los aliados y lo que vivimos al pasar con el tren en la frontera con Hungría también nos sonaba de alguna película de aquella época.
Establecimos conversación con un israelita de origen argentino, venía de negocios, también se había quedado sin avión, él iba a Moscú. Nos habló de una diagonal en el mapa que iba desde Oriente medio hasta Rusia pasando por Israel, Líbano, Turquía, Grecia, Bulgaria, Moldavia y Rusia. Nos dijo que era un recorrido habitual de tráfico de armas, drogas, medicamentos y trata de blancas. Nos quedó la duda a cual de esos negocios se dedicaba.
Estando medio dormidos, cuando el tren se detuvo en la frontera entre Yugoslavia y Hungría, en un control de pasaportes escuchamos un alarido que no parecía humano. Esa escena nos sonaba a película también. Una familia entera era separada por la policía húngara, lo vimos cuando bajamos a echar un cigarrillo. Un matrimonio mayor se quedó con tres niños y la que parecía su madre. Al padre y a otro matrimonio mayor les dejaron subir al tren al tiempo que volvía a arrancar. Cuando partíamos, bajo una lluvia fina pero helada se quedó medía familia llorando abrazada. Nos dio por pensar que sólo sería hasta el final de la guerra, aun faltarían cuatro años.
El israelita nos dijo que ese era el problema de las familias mixtas y que la culpa era de los cambios demográficos que había ordenado Tito en el pasado, todo esto dicho con acento argentino parecía como más convincente. Pero era la mierda de la guerra. En Budapest, después de muchas explicaciones nos vendieron billetes para Barcelona
La actuación de la OTAN había llevado a la ruina a lo que quedaba de Yugoslavia, pero no tardando mucho, los mismos que habían cocinado el bombardeo después de las no-conversaciones de paz en Rambouillet, iban a comenzar la reconstrucción de lo que habían roto y no sería raro que en los consejos de administración de las empresas algunas personas fueran las mismas, hoy rompemos y mañana arreglamos.
Más de ciento cincuenta bombas de los F16 no acertaron en los blancos. A su regreso a la base de la OTAN en Aviano, cerca de Venecia, por el camino las soltaban en el Adriático. Allí estarán todavía al lado de ánforas romanas y restos de hundimientos de barcos desde hace veinte años. Una de ellas, cayó antes de lo previsto en Albania y mató a un rebaño de ovejas con pastor y perro incluidos. Se hizo un boquete en la montaña que era de visita obligada en aquella época, los famosos daños colaterales o fuego amigo, eufemismos que quedaron para el futuro.
En Kosovo fueron mucho más numerosos estos daños por errores de las bombas quirúrgicas. Daba la sensación que se experimentaba algo y todo apunta a que se utilizó uranio empobrecido altamente cancerígeno porque, de hecho, siguen proliferando casos de enfermedades.
Las famosas bombas por la paz fueron una forma de ahorrarse problemas los especuladores belicistas. Si hubiese habido muertos en una hipotética intervención de infantería como fuerzas de interposición, ¿qué dirigente europeo hubiese estado dispuesto a ir a buscar ataúdes a los aeropuertos con sus correspondientes homenajes? No, no era políticamente correcto y menos electoralmente. Era más práctico utilizar aviones cargados de muerte.
Podía haber sido peor, después de setenta y ocho días de bombardeos, Milosevic se iba a rendir pero a Rusia le dio tiempo de enviar soldados a Kosovo. El general Clark el mando más alto de la OTAN casi la lía en el aeropuerto de Pristina, los carros de combate mandados por los ingleses se toparon con más de doscientos soldados rusos que habían llegado antes desde Belgrado y habían acampado en las proximidades del aeropuerto. El mando militar supremo de la OTAN, el general Wesley Clark, ordenó mandar helicópteros de combate para neutralizarlos y el general inglés Mike Jackson, que mandaba las tropas terrestres se negó con la famosa frase: “Yo no voy a empezar la tercera guerra mundial por usted”.
Jackson fue protegido por la cúspide política, pero simultáneamente se empezó a construir la base de OTAN-EEUU en Kosovo, Camp Bondsteel, a cuarenta kilómetros de la capital Pristina, para controlar Balcanes y, sobre todo, Oriente Medio. El General Clark, ya sin insignias ni chorreras, fue autorizado a invertir grandes sumas de dinero en el mismo Kosovo, una especie de botín de guerra. Rusia no tardaría mucho en activar dos bases en el Mediterráneo, en Siria. Había que equilibrar el asunto y empezar a recalentar conflictos bélicos en esa región. Se cumplen veinte años del bombardeo de Kosovo y ocho del comienzo de la guerra en Siria.
La bandera norteamericana ondeaba junto a la Kosovar en los edificios oficiales. Una de las primeras decisiones del nuevo presidente Obama fue forzar, saltándose las resoluciones de la ONU, a muchos países a conceder la independencia a Kosovo. Algunos, entre ellos España, aun no la han reconocido y las fronteras en ese rincón de Europa continúan frágiles como en toda su historia. Churchill ya dijo que “los Balcanes producen más historia que la que pueden consumir”. Ahí acertó.