Reportaje fotográfico: Regreso al Bosque de Carlac

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Por Eugenio Mateo

Las casi tres horas que cuesta realizar la travesía circular de Bausén- Bosque de Carlac-Bausen pueden ser toda una lección de naturalismo durante los siete kilómetros de su trazado.

Habíamos prometido a nuestros amigos Victor y Teresa una jornada inolvidable y creo que el lugar no excedía tal adjetivación. En este mismo blog hay otra entrada sobre el bosque en otoño. Ahora, en esta ocasión, el verde vibrante de las hayas le daban otro aspecto pero la misma magia nos recibió cuando subiendo por la senda desde Bausén en dirección al Pónt de Rei, la frontera con Francia, fuimos dejando atrás los robles, fresnos y servales para recibir el aliento fresco y milenario de esta hayas que cobijan, seguro, faunos y ninfas.

La «bisoñez andarina» no es un gran obstáculo salvo en alguna rampa en las que la falta de práctica pasa factura a las tibias de los neófitos pero la contemplación de esta maravilla natural hizo que a mis compañeros, Victor, Teresa y Sofía, las piernas se olvidaran de quejarse y poco a poco se fueron contagiando de la penumbra y de mi paso y libres de prejuicios nos sentimos parte del misterio que acecha en cada tronco.

El fino olfato de las mujeres detectó un aroma nauseabundo y al poco señalé un ejemplar adulto de un Phalus Impudicus, que con su erección permanente atraía a su prepucio a las moscas de libido equivocada. Una gran sorpresa para el que nunca ha visto esa seta y una gran prueba para los que presumen de medidas. La cuesta, con un desnivel del 33%, hacía intuir la coronación de la cumbre y de pronto todas las brujas y duendes se quedaron atrás, temerosos de la luz que despiadada, refugiados en la impenetrable sombra de las ramas, abría el horizonte bajo la presencia altiva del Collado de Vacanera a través de un senda tapizada de helechos, como un mar verde en reposo sin brisa que lo agite. Estábamos en el Coret de Pan.

Desde aquí, lo que supuso esfuerzo para coronar, se convirtió en desgaste de descender; esta vez eran las rodillas las que tuvieron que aprender que todo lo que sube, baja y tampoco hubo quejas, solamente algún lamento para llamar mi atención, guía inclemente y sordo a los impedimentos de los neo conversos a las alturas. Una fuerte bajada y las primeras bordas de Bausen hacen intuir el final de un paseo que calma el espíritu y colma la curiosidad del senderista.

Ojalá, la próxima vez, atisbe por fin al hada de tules transparentes y muslos de plata. Es un deseo insatisfecho que guardo desde que descubrí donde vive, en un rincón oscuro de un viejo corpachón de madera que ha visto desfilar tantos atardeceres.

 

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