Equilibrio, orientación, movimiento y ambición


Por Manuel Medrano
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    Desde la Prehistoria, hasta hoy, se observan claramente y en múltiples ocasiones las disposiciones y creencias en religiones de todo el mundo para conseguir mantener el equilibrio, la orientación y, en muchos casos, el movimiento continuo.Templos en los que la luz solar ilumina y señala, en determinadas fechas (aquí los solsticios se llevan la palma), lugares de especial significación, divinidades varias representadas o adoradas de forma que haya equilibrio entre sus significados y atribuciones contrapuestas, sus “potencias”, para que el mundo permanezca estable, la necesidad de que haya movimiento continuo y que el universo no se pare, porque entonces se corrompe, etc. Además, y como tema secundario pero nunca olvidado, la importancia de lo acústico (reverberaciones, tambores, campanas, etc.), del humo (que atrae a los espíritus y agrada a los dioses), de los brillos (que gustan a los espíritus y a los dioses), además de la fascinación general que produce el rito en los creyentes respectivos.

     Bien, aplicando esto a temas más laicos y actuales, equilibrio, orientación y movimiento son tres características muy importantes en la acción política y el ejercicio de la ambición institucional y empresarial. Sin embargo, no siempre se cuidan y mantienen adecuadamente. Es habitual ver cómo un líder o aspirante a serlo, insiste machaconamente, hasta el exceso, en su imagen rutilante, genial, fundamental para todo, indispensable. La orientación está clara: triunfar, brillar, destacar, despertar una admiración incondicional. Aunque sea engañando al público. Que los ecos, la repetición de sus maravillosos logros, lleguen hasta los Cielos. Aunque no supongan especial beneficio para casi nadie. El movimiento, aquí, es desde luego continuo. Porque el que para, muere, y antes se prefiere la exposición pública excesiva a la discontinuidad en medios de comunicación, redes y el boca a boca.

     Donde falla muchas veces esta estrategia, es en el equilibrio. Porque para brillar más, hay que oscurecer a propios y ajenos. Y moverse como una apisonadora, sin valorar que las circunstancias, como el mismo universo, como nuestro mundo, cambian. Así que se produce, incluso busca, el desequilibrio, la estigmatización del contrario, incluso su condena al olvido (si es posible) o su demonización total.

    Quizá es momento de que se valore nuevamente lo que durante miles de años funcionó: una orientación sólida, clara y sostenida; un equilibrio que permite prosperar teniendo en cuenta la importancia de que existan los que no piensan de un modo determinado o uniforme; y un movimiento sostenido, pero sólidamente justificado, comprensible, de valor trascendental y no meramente instrumental. Al margen de los efectos acústicos, las nieblas o humos y los brillos fascinadores. Ambición sí, pero madura y productiva, con equilibrio, y movimiento con significado y en continuo replanteamiento.

     Y, sobre todo, huir de los desequilibrados desequilibrantes, que venden denso humo y hacen mucho ruido, evitando que prosperen y dominen, porque a ti te van a perjudicar, seguro.

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