Por Mariano Berges
Profesor de Filosofía
En la actualidad, si uno quiere ejercer de persona contemporánea (obligación antropológica), estando medianamente informado, y participar mínimamente del debate público, corre el riesgo de terminar exhausto al final de cada día.
Los asuntos son muchos y variados, los enfoques son también diversos, las perspectivas y los intereses son muy distintos, inclusos opuestos. Y lo más confuso todavía es que entre lo que los políticos piensan y lo que dicen hay una gran diferencia, pues la apariencia cotiza más que el ser y los medios retratan al personaje público más que su propia entidad personal, que, por si acaso, permanece oculta. La política, en estos momentos, es más propaganda que comunicación fidedigna de los objetivos a conseguir.
Si intentamos hacer un listado de asuntos calientes de la actualidad, veremos que se extiende excesivamente, aún sin citar los conflictos más lejanos a nuestra curiosidad occidental (léase África, por ejemplo). Pero no acaba ahí la cosa, porque la política de alianzas e intereses cambia cada muy poco tiempo y cuando aparecen especímenes singulares e influyentes (Trump), que gobiernan a golpe de tuits caprichosos y lo privado se impone sobre lo público, entonces las neurosis de nuestras percepciones y pensamientos pueden estallar.
De ahí el título de este artículo. Refugiarse en la cotidianeidad, al menos por un tiempo, puede ser una solución oxigenante y salvífica. En estos momentos, yo al menos, necesito respirar y desentrañar todos los hilos de esta maraña que nos envuelve y amenaza con asfixiarnos. Los interrogantes se imponen sobre las respuestas y las dudas sobre las seguridades. Nuestras opiniones son como cañas movidas por los vientos de cada día y su base de confort dura lo que dura el efecto de la última noticia.
Se me ocurre pensar que, si prestamos un poco más de atención a nuestra cotidianeidad, podremos apreciarla mejor y disfrutar del bienestar que nos ofrece. La RAE define la cotidianidad como “la característica que distingue lo que es rutinario o común de todos los días”. Si acampamos en la cotidianeidad, observaremos que es un ámbito donde no pasa nada especial ni extraordinario. Se trata de miles de gestos, de acciones imperceptibles, ritualidades, saludos, funciones y tareas de cada día… que constituyen lo cotidiano. Aunque no hay que confundir lo cotidiano con lo rutinario, que es trivial e insignificante. Lo rutinario está incluido en lo cotidiano, que es mucho más amplio y rico.
Pues bien, esta es mi tentación en estos momentos. Pero sé que no habrá transcurrido mucho tiempo en que la contemporaneidad y el compromiso existencial y antropológico me exigirán volver a las andadas e intentar desentrañar los signos de los tiempos para clarificar e intentar influir, más bien poco, lo sé, en el entorno de mi existencia.
Hace pocos días, en Roma hubo una concentración de cincuenta mil personas de casi todos los credos e ideologías, con una sola reivindicación: Europa es nuestra patria. La única bandera visible era la de Europa y todas las intervenciones giraban sobre la misma idea: Europa como realidad a confirmar frente a los imperialismos actuales y la ausencia de lógica en el mundo actual. Ejemplo a seguir. Otro caso que yo siempre recuerdo es la derrota del mayor ejército del mundo (EEUU) en un pequeño país asiático (Vietnam) en la década de los años sesenta del siglo pasado. La clave de ese resultado final no fueron las armas ni las tácticas militares, sino los múltiples actos, manifestaciones y declaraciones a favor de Vietnam en todo el mundo y durante mucho tiempo. La opinión cuenta y los pequeños gestos suman.
Al final, siempre se impone la síntesis. Siempre he pensado, supongo que por influencia de Hegel y Marx, que la historia avanza a base de síntesis. Los elementos aparentemente contradictorios (tesis y antítesis) se autoalimentan y se enriquecen en la oposición entre si, dando lugar a una situación nueva, alumbrada por elementos anteriores que se complementan y dan lugar a algo nuevo que denominamos síntesis, que, a su vez, se convierte en la tesis del movimiento siguiente. En el fondo es la energía que fluye y con la que hay que estar conectados para no dejar de ser contemporáneos. Y la contemporaneidad exige de nuestro compromiso, pequeño o grande. Pues ahí estamos, desde la cotidianeidad a la contemporaneidad.
Publicado en “El Periódico de Aragón”