She Sells Sea Shells…


Por Esmeralda Royo

 Ictiosaurios, Plesiosaurios o Pterodáctilos eran esos grandes reptiles, fascinantes y aterradores, que nadaron o volaron antes de que aparecieran los primeros homínidos.  Lo que muchos no sabíamos es quién descubrió para la ciencia a estos colosos. Fue una mujer…

…que vivió en el siglo XIX: Mary Anning. Nació en Lyme Regis, en medio de la Costa Jurásica inglesa (Patrimonio Histórico de la Humanidad por los fósiles encontrados) y lo tenía todo para ser ignorada: mujer, pobre, autodidacta y “disidente”, es decir protestante pero no anglicana, la religión oficial y mayoritaria en Inglaterra.

      Era conocida en el pueblo como “la niña especial” desde que a los 15 meses sobrevivió a la caída de un rayo durante un espectáculo ecuestre ambulante que fulminó a los que estaban a su alrededor.  Esa niña especial se convertiría en la primera palentóloga de la historia.

    Lyme Regis era una localidad que se llenaba de turistas a finales del siglo XVIII cuando la clase alta británica, temerosa por conservar la cabeza, dejó de viajar a Francia tras la revolución.  Sus acantilados y espigones aparecen en novelas de Jane Austen y se pueden ver en la película La Mujer del Teniente Francés.

    Su padre, ebanista de profesión, sacaba un sobresueldo vendiendo a los turistas fósiles, conchas y otros objetos que hallaban en los acantilados. Mary siempre le acompañaba en este trabajo sin importar poner sus vidas en peligro.  Las valiosas reliquias aparecián tras una tormenta y tenían que encontrar el momento exacto en el que el cielo dejaba de tronar y antes de que la marea arrastrara los hallazgos al mar. Los desprendimientos de tierra, la voracidad de las olas y las caídas desde los acantilados eran frecuentes.  De hecho cuando Mary tiene 10 años, su padre falleció  tras sufrir las consecuencias de una caída fatal.

    La situación familiar era tan precaria que vivián de la caridad y ella, junto a su hermano Joseph, siguió con el peligroso trabajo porque eran los únicos peniques que entraban en casa. Tras una noche infernal en la que parecía que nunca saldría el sol, los dos hermanos se lanzaron a la playa y Joseph hizo un hallazgo espectacular: el cráneo de un ictiosaurio (pez lagarto).  Unos meses más tarde, Mary,   que entonces tenía 12 años, descubrió lo que el pueblo denominó “el monstruo” es decir, el resto del esqueleto. 

    Uno de los compradores de fósiles que acudía habitualmente a Lyme Regis era Thomas Birch, un coleccionista que al ver las penurias de la familia, organizó una subasta para entregarles las ganancias. Esto permitió un cierto desahogo para poder dedicarse con más tranquilidad a la búsqueda pero no significó en modo alguno que la comunidad científica reconociera a quien ponia en peligro su vida para descubrir las reliquias. 

    Mary limpió y preparó el ictiosaurio para su exposición, además de acompañarlo con una detallada descripción.  El prestigioso cirujano Everard Home se hizo con el ejemplar por 23 libras y no sólo ignoró el minucioso trabajo realizado por Anning sino que lo atribuyó, en todos los artículos que escribió para mayor gloria de sí mismo, al personal del museo en el que se iba a exponer. Este ejemplar (el ictiosaurio, no Everard Home), se encuentra actualmente en el Museo de Historia Natural de Londres.

    En 1823 hizo su segundo gran descubrimiento: el esqueleto completo, enorme y bien conservado de un plesiosaurio y llama la atención de William Buckland, uno de los pocos científicos que colaboró con ella y dío al trabajo de la palentóloga el valor que tenía.

     Cuando rescata otro coloso, el pterodáctilo (un reptil volador que vivió hace más de 250 millones de años), ya es conocida por todos los expertos, que siguen ignorando a la mujer que continua sorteando tormentas y vendiendo sus piezas en un pequeño puesto en la playa de Lyme Regis. No es de extrañar que, harta de que la ningunearan, se atreviera a escribir una carta al Magazine of Natural History para refutar una información acerca del descubrimiento de “una especie nueva”, el Hybodus o tiburón prehistórico. La carta de Mary no dejaba lugar a dudas: “…No, señores, yo misma descubrí ese mismo tiburón hace años, por lo tanto no hay ninguna novedad…”.  Le respondieron llamándola “intrusa”.  Cómo se atrevía esta mujer, que por su condición social debería dedicarse al servicio doméstico, a trabajar en una fábrica o a las labores del campo, a contradecir a los científicos. 

   Abre “Almacén de Fósiles Anning”, una pequeña tienda y es la primera en analizar los coprolitos (heces de los animales prehistóricos), lo que permitió conocer la dieta, comportamiento y enfermedades de estas criaturas del pasado.  Las cosas seguían igual: Ella encontraba especímenes, investigaba y describía las características del hallazgo y los palentólogos varones publicaban la noticia y daban conferencias  sin mencionar su nombre.

     A pesar de todo esto, el acontecimiento que la sume en una profunda depresión no es la indiferencia de los que deberían haber sido sus colegas, sino la muerte del inseparable amigo, el compañero que le acompañaba en sus búsquedas y acabó enterrado tras un desprendimiento fatal de tierras que a punto estuvo de costarle a ella misma la vida: su perro Tray. 

    Al final de su vida consiguió que, gracias a científicos amigos, le fuera otorgada una asignación anual de la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia.

    Nunca dejó de trabajar, incluso ya enferma del cáncer que la mataría a los 48 años.  Al ver cómo caminaba cada vez más penosamente y su mirada se perdía en ocasiones, se corrió el rumor de que “la niña especial” era alcoholica.  Ignoraban que lo que le ocurría era efecto del laúdano que tomaba para soportar los dolores.

    “She Sells Sea Shells on te Sea Shore” (Ella vende conchas marinas en la orilla del mar) es un trabalenguas inspirado en Mary Anning  que los niños ingleses aprenden en los colegios.

    La Royal Society la reconoció en 2010 como una de las diez científicas británicas más influyentes de la historia. 

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