Operamía. «El páramo» y «Un girasol en el césped». Octubre 16

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Por Miguel Ángel YUSTA.

      Gustave Le Bon (1841-1931) psicólogo social y escritor francés, con quien se podrá estar más o menos de acuerdo sobre el conjunto de su obra, dejó escrita una frase que tiene alto contenido social y que transcribo: “El progreso democrático real no es bajar a la élite al nivel de la masa, sino en elevar el nivel de la masa al de la élite”

   Viene esto a cuento de la frecuente crítica que se produce hacia los aficionados a la ópera, a quien se tacha de elitistas sin fundamento alguno y a quienes una gran parte de la sociedad, muy posiblemente por el desconocimiento que desde la escuela domina ciertas materias como la necesaria formación musical, contempla como unos potentados exclusivistas que van a lucirse al teatro.

   Si bien pudo haber una época lejana en que tal fenómeno se producía, hace muchos decenios que, en los países culturalmente avanzados y en cuyas enseñanzas se cuidan las artes, la ópera es accesible al aficionado y este, formado y conocedor desde niño, acude con frecuencia a su contemplación y disfrute.

   En nuestra ciudad hubo afición y representaciones dignas hasta  finales de los años setenta del pasado siglo. Aquí llenaron el teatro figuras como Caballé, Kraus, Domingo, Carreras, Aragall, Obraztsova, Pons y muchos otros y con una escala de precios que permitía asistir a quien lo desease. Doy fe.

   En el Teatro Real y en el Liceo, sitios que frecuento, hay localidades, con precios medios muy asumibles. No me digan pues que ese pueda ser motivo de que nadie que guste del espectáculo deba renunciar al mismo. Cotejen la escala de precios de conciertos de figuras  de la música pop en gigantescos recintos (o de una entrada de fútbol y toros) y saquen las consecuencias. No, no es cuestión tanto de precio como de interés, formación y promoción.

   Nos hacíamos ecoeco, hace pocas fechas, de la supresión de la escasa muestra lírica que se representaba en el Teatro Principal, con unos argumentos más que discutibles. Por otra parte, nuestro magnífico Auditorio es templo para la música sinfónica, no para montajes operísticos y, de hecho, su importante actividad sinfónica ha incrementado la afición en la ciudad.  En su día, y desde estas páginas lo denunciamos, se perdió la ocasión de, con un mínimo coste, dotar de foso orquestal al auditorio de la Expo, hoy costoso en mantenimiento e infrautilizado.  No se hizo. No interesó. ¿Por qué? Pregunten a los responsables de entonces…

   La música es cultura. La música clásica y la ópera lo son en grado sumo. Si no formamos a nuestros jóvenes y no fomentamos ese necesario conocimiento, no tendremos nunca un público conocedor y amante de uno de los espectáculos más bellos y completos que existen.

   Tomen nota quienes deban hacerlo y piensen en la responsabilidad que se deriva de que esta ciudad, de entre las principales de España por número de habitantes, sea un páramo en esta faceta fundamental de la cultura.

 

Un girasol en el césped

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     Se celebra estos días uno de los actos clave en la conmemoración zaragozana del XX aniversario de la muerte de la soprano Pilar Lorengar. “Una aragonesa en Berlín” es el título de la exposición que se puede contemplar en el museo Pablo Serrano. Hay que felicitar al Gobierno de Aragón y la Asociación Aragonesa de la Ópera “Miguel Fleta” por tan excelente evento e invitar a visitarlo muy detenidamente para conocer y reconocer la importante vida y trayectoria de nuestra ilustre paisana, figura imprescindible de la lírica mundial en la segunda mitad del pasado siglo.

    Pilar nació en el barrio de San Pablo, la parroquia de El Gancho o Alta, (llamada así en contraposición con la de la Magdalena, o Baja) en 1928. Quien desee ampliar sus conocimientos sobre la biografía e interpretaciones de Pilar, tiene muy extensa información en la Red y diversas publicaciones, ya que estas líneas no tienen el objeto de abarcar su inmensa e intensa trayectoria vital y musical.

    Pero sí queremos traer un breve y cercano apunte de los primeros años de nuestra aragonesa universal, que muchos años más tarde, en 1991 y ya enferma, se despediría de la Virgen del Pilar,  cantándole en una fría mañana y en la intimidad del coreto el Ave María de Gounod. San Pablo era, en aquella época de la jovencísima Pilar (Lorenza García) un barrio populoso, donde todos se conocían, con comercios muy concurridos y con algunas familias aragonesas que venían a reunirse o se iban a Venezuela, buscando más oportunidades.  Allí, en la calle de Las Armas, trabajaba junto a ella el joven aprendiz de oficial de sastrería Martín Navarro Orte, padre de nuestra querida amiga la poeta Marta Navarro, quien me relata que tuvo una gran amistad juvenil con la futura cantante, que ya apuntaba excepcionales cualidades. Entonces practicaba sus clases de canto y había  actuado en varios actos locales y programas musicales de Radio Zaragoza  y pronto marcharía de nuestra ciudad hacia su triunfal carrera, no sin dificultades, sacrificios y trabajo, como todo cantante que quiera destacar en el difícil mundo de la ópera. Y , en aquellos años, con muchas más barreras que traspasar.

    Con Martín y otros jóvenes del barrio (Laurita Latorre, que sería cantante de zarzuela, entre ellos) salían a pasear y a tomar alguna cosa en los bares cercanos al Mercado Central. Poco y barato, pues eran tiempos muy duros aquellos cuarenta de la posguerra.

    Eran vecinos y también solían ir al cine juntos y tomar zumos, lo que en esa época era ser más o menos novios. Novios inocentes. Mi padre decía -relata Marta- que ella era como “un girasol en mitad del césped”, sobresalía por su personalidad, su voz, su disciplina. La adoraba.

    Mediante estas líneas queremos dedicar este intimista apunte de aquellos años zaragozanos a la memoria de Pilar Lorengar, y animar a los zaragozanos a estudiar y conocer su obra y su trayectoria, ejemplo de superación, trabajo y dedicación a una vocación que la llevó a estar en la cima del arte musical más hermoso.

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