Por Sara Muñoz Rando
La muerte es gorda, rolliza y oronda.
Nada de flaca, carpanta o esquelética.
La muy puerca se planta en tu cara con su quíntuple molla desparramando su rebosante grasa asimétrica rodeada de pedidos de Aliexpress, Primark y Venca.
La muerte es de poliéster reciclado de Arizona, no un saco de huesos áridos raídos que zozobran.
El deceso ha pasado de moda.
La parca es de boomers.
Yacer es un tópico latino.
Ahora la muerte hace ayuno intermitente mientras ve Netflix a la vez que desliza vídeos de TikTok y te pregunta: “¿Quieres seguir viendo?”.
Entre tanto, te ofrece un bol de Cheetos Pandilla en el que pone en blandas letras rosas, azules y amarillas tonos pastel: “Hoy puede ser tu mejor día”.
La muerte tiene obesidad mórbida y no nos hemos dado cuenta todavía. Sus codos y rodillas se desdibujan abrazados por las smash burguers que la encarnan y hacen más mórbida cada día.
Su guadaña funciona vía bluethooth, se llama Añeja y es de madera de boj ecológica testificada, aprobada y certificada por la UNESCO.
“Añeja, mata”, le dice la muerte, y va y lo hace, exactamente como quiere.
Alexa o Siri la llaman ciertos vivos inertes.