Reflexiones diletantes sobre Lecciones de abismo (2025) de Julio José Ordovás


Por Sara Muñoz Rando

   No son ruidosos los galardones que acompañan a este escritor, no porque no los merezca, sino porque a él no le apetece sacar el altavoz e ir balando “el afiladooooor” (con muchas “oes”) allá donde va.

    Algunos de los hinchas lo seguimos y adoramos públicamente, aunque él nos mande a tomar por culo en su mente. En uno de sus paseos nocturnos dicen que reventó un templo de no sé qué, que le empezaron a hacer. Ay, Julio José, Julio José… ¿Si sabes cómo se pone, pa’ qué lo invitas? Cálamo llena. Petadísima.

     La literatura es literatura porque se lee, la literatura no sirve de nada estanca en los estantes estocada por mucho bigote tenga quien la haya escrito. La literatura tiene que ser tocada. La literatura va más allá de la transmisión de tal o cual Pascual, la literatura está viva en la hoja roja de Julio José Ordovás donde pinta realidades en forma de texto que no son capaces de mostrar los colores ni las imágenes físicas. Los tapices de los palacios reales difieren de los grabados que uno hace en casa, así como el servicio panegírico diario se disocia de la investigación de agente encubierto al servicio de la literatura.

      Tuve la sensación de que el libro no había terminado y eso me reconforta como lectora que busca la línea entre la línea difuminada, en esa casi borrada. En que leí la última página tuve la sensación de que era un libro que daba pie a muchos otros libros y muchas otras lecturas. Estas lecciones se acumulan como cromos por buscar. ¿Los encontraremos? Abre los sobres, saca la lupa.

   Lo persiguen los onanísticos aplausos de victoria comepollista de los que tanto disfrutan algunos de sus compañeros de gremio (no los panaderos), sin embargo, él eres más rápido. Él no cae, él fluye, él se camufla en letra, esquiva en prosa, larrybirdea en texto y se marca un tanto en el último párrafo para dejarte loco con su punto y coma.

   Me hace ilusión contarle a Julio que, de forma fortuita, me topé con el capítulo “39” de pie en el 39 bajando del Barrio Obrero hacia El Río Fiel. Cuando vas en el 39 entiendes cómo la literatura va más allá del papel, cómo realidad y ficción se funden en un símbolo tangible, en definitiva, cuando vas en el 39 entiendes cómo escribe Julio José. El 39 es un lugar en el que, si afinas, sintonizas muchas voces distintas. Todas con un nexo, colectivo, que te lleva donde sea que vayas. Julio es nuestro 39: nos hace cruzar su río y sentir que, siendo su leyente, el tiempo no está del todo perdido.

  ¿Puede ser que si J.J. no hubiera destrozado su propio proto-templo hoy fuera un escritor de mierda como todos esos que en su primera época daba gusto leerlos y luego ya los puedes juzgar por su portada y ni siquiera olerlos? No creo, porque él habla de lo que se siente identificado, de lo que le mueve el piso, de lo que ve sin ser visto. ¿Puede ser que Ordovás no aceptase su estrella en el paseo de la fama para poder seguir disfrutando del placer del amateurismo? Quizás fuera por mirarse en el paseo la letra aragonesa, además de en la externa, en la misma propia que con sus palabras tela (teje, sí, pero no rima y me la pela). Porque uno podrá pasear por el Sena, pero no me preguntes qué prefiero, si en la otra opción encuentro el Ebro.

   Este es un buen libro para regalar porque en él habitan otros tantos que lo hace biblioteca en sí mismo y es un mal libro para prestar por esa misma razón: no van a devolvértelo. El oxímoron se hace visible como nueva lección de desarrollo en este aprendizaje abisal patrocinado por Julio José. Mientras pienso en todas las cosas que leer me hace pensar, pienso también en que en la mirada reside el secreto. No en la mirada que solo lo ve, sino en esa mirada que también habla, en l’uello que charra.

   Así que todo parte de la voz que ve, de la voz que observa, habla y que en tinta plasma. La voz atenta, constante y en estado de alerta del investigador pseudopaparazzi que acecha y te pilla sin pisparte, cuando crees que ya no hay nadie cerca expectante. En vez de cámara registradora, porta libreta de roja letra en su cazadora. ¿Será tinta, será sangre? Hombre de pocas palabras orales, hombre de múltiples voces escritas. Escucho los cantos de Buendolor cuando cada una de las voces que aquí hay me hablan.

  Cada quien es libre de tomar las lecciones que prefiera de la obra de Julio ¿Verne? También, pero en este caso añadimos una Jota y un apellido más, que le aportan esa doble identidad que se diluye y camufla entre los claroscuros de la ciudad que nos presenta Julio José Ordovás. 

   Muchas voces oigo, pero ¿a cuál escucho?

https://www.youtube.com/watch?v=0DghPO1kCNM

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