Por Jesús Soria Caro
Se cumplen 50 años del estreno en España de Pat Garret y Billy The Kid, obra en la que estaba incluida en su banda sonora “Knocking on Heaven´s Door”.
Esta es la historia de una canción en la que, para su gestación, confluyen tres tipos: Billy el niño, un bandido, un forajido que murió cuando también lo hacía una forma de vida en el oeste americano, Bob Dylan, un trovador, un poeta que supo asimilar la música country y el folk para llevarla a los caminos sonoros del rock, crecer como artista y hacer de sus letras una denuncia contra la injusticia del racismo, compromiso antibélico. Pero, sobre todo, es la historia de Sam Peckinpah, un director de cine que fue libre, que a pesar de lo que se ha dicho sobre su filmografía, esta recogía con naturalismo un duelo a muerte, supo rodar a cámara lenta el nihilismo de un tiroteo, parecía que tanto el moribundo como quien había apretado el gatillo quedaban sumidos en el estupor existencial del vacío, en la conciencia de la falta de sentido de la violencia. La vida de estos tres hombres se entrecruza, esta es la leyenda de “Knocking on Heaven´s Door”, la canción que reúne a estos tres personajes tan míticos.
Billy the Kid es el forajido más legendario, únicamente vivió 21 años, siempre involucrado en robos, fugas, duelos a muerte, tuvo una vida azarosa que lo convirtió en un mito. Nació en 1859, en la época de los colonos. Manuel López Roy (2021: 228-244) cuenta que sus padres Patrick MC Carty y Catherine Devie, eran irlandeses. Sus primeros pasos de niño los dio en Low east side, en Manhattam, un barrio poblado por la inmigración europea, quienes, al llegar, se hacinaban en pisos compartidos. Su padre trabajaba repartiendo cerveza que transportaba en un carro de caballos, aunque gran parte de la jornada la pasaba bebiéndosela. Cuando tenía tres años su progenitor lo llevó a Kansas, allí murió muy pronto en un duelo de pistoleros y su madre se casó en segundas nupcias. Tras la muerte de su progenitora, su padrastro lo abandonó y con 15 años se vio en la calle. No tenía donde comer ni donde vivir, comenzó a robar, tuvo varias estancias en prisiones, en una de ellas escapó por la chimenea, lo que fue motivo de chascarrillos en la prensa local. Se mudó a Arizona y trabajó allí como peón en un rancho, seguía robando caballos, tenía cara de niño, de ahí su apelativo, pero su historial delictivo iba acrecentándose y ya era innumerable. En un salón de uno de los pueblos a los que huía discutió con un herrero local, le disparó, según se cuenta en defensa propia, este fue su primer homicidio, así constaba en la declaración judicial del propio implicado. Escapó y en Nuevo Méjico se unió a una banda de forajidos. Logró redimir su vida junto a Henry Tunstal, su mentor, que le había dado estabilidad y le había empleado como vaquero, pero este fue asesinado por su antigua banda, a la que había pertenecido nuestro pistolero antes de llevar esta vida ordenada junto a este empresario y ganadero. Él buscó venganza, al enterarse de ese asesinato, junto al Sheriff reunió a quienes habían trabajado para él, los llamó The regulators. Este y otros grupos de civiles se tiroteaban en las calles de esas ciudades sin ley, teniendo que venir en alguna ocasión la caballería para poner orden. El autor de Ben Hur, Lewis Wallace, gobernador y máxima autoridad de la ley, fue uno de los que instauró el orden en ese salvaje oeste en el que Billy y otros de su ralea participaban de tiroteos, fugas, aventuras y coqueteos con la muerte y con la leyenda. A Billy no se le perdonaban los delitos, pero al confesar los crímenes de otros le conmutaron la condena. Lewis, el citado célebre novelista, negoció su libertad a cambio de que declarara quien había sido el asesino de Huston Chapman, un hombre de ley que había defendido a un comerciante de Lincoln al que este había matado. Podría haber reconducido entonces su vida, pero no fue así, de nuevo cayó en nuevas emboscadas, tiroteos, fugas de la ley. A Garret lo había conocido en la etapa en la que ambos se habían dedicado tanto al juego en Fort Summer como a otras actividades delictivas. Conocía la forma de pensar de su excompañero, lo que facilitaría su captura y ajusticiamiento.
La historia de Billy quedó recogida en film de Peckinpah Pat Garret y BIlly The Kid en la que se relata una historia de viejas alianzas y traiciones. Billy el niño, el famoso forajido fue compañero de Garret que se había pasado al otro lado, al de la ley, lo habían nombrado sheriff, sirviendo a los intereses tanto del Gobernador Lewis Wallace y a los de los ganaderos. Pocos días después de su nombramiento, Garrett consiguió frustrar el robo planeado por Billy y lo llevó a prisión. Sin embargo, este logró huir tras matar a cuatro hombres. Garrett lo persiguió sin descanso durante semanas. El nuevo trabajo de quien estaba fuera de la ley, y ahora la representaba, consistía en perseguir y capturar a quienes vulneraban la ley. Así sucedió con Billy, quien fuera su compañero suyo de fechorías, lo buscó para matarlo, ansiando así exterminar la sombra, lo más oscuro de sí mismo, como afirmaba Jung; ya que cuando la buscamos la proyección del mal en el otro es porque también anida en nosotros. Al matar a BIlly The kid, estaba matando su pasado, su oscuridad, sobre ese mundo de violencia se intentaba crear una civilización con sus leyes. Pat fue eliminando a sus viejos camaradas, lo que supuso también tratar de borrar lo vivido conjuntamente. El nuevo representante de la ley fue muriendo poco a poco con la desaparición de cada uno de ellos, hasta que mató definitivamente a su otro yo, el del pasado criminal, como así sucedió cuando ajustició a Billy, una muerte que fue representada con la poderosa metáfora visual del célebre plano de Pat disparando al espejo. Esta escena es también una propuesta a vernos en el reflejo antes de disparar en el espejo a ese otro yo oscuro que también somos. Todos hemos traicionado, matado al otro, lo hemos culpado, proyectando en él nuestra sombra. Pero querer borrarlo es querer eliminar el reflejo de lo que también somos y solo vemos en el otro, no en nosotros. Lo que me gusta de su cine es que no juzga a estos personajes, todos podemos ser el traidor y contener en el anverso la otra cara luminosa de la conciencia, lo que implica no hacerlo del todo desde el odio. Así se ve en el film cuando el nuevo representante de la justicia rechaza el adelanto de la recompensa que le ofrece un terrateniente, lo hace porque es consciente de que, a pesar del dinero que va a obtener, lo que ha hecho es un acto despreciable. Es además esta película la historia de la muerte de la libertad, encarnada en quien asume sus propias leyes, no las que le imponen, así es una suerte de visión desde el western de un tema que había estado presente en el romanticismo, en el sin ley, en aquel que no quiere pertenecer a la sociedad, como así pasa con Ethan Edwards en Centauros del desierto.
Sam Peckinpah nacido el 21 de febrero de 1925 en Fresno (California), era hijo de un abogado de una familia acomodada. Fue educado en un entorno rural, su infancia fue un paraíso perdido al que intentó regresar durante toda su vida. Estuvo en la II Guerra mundial en el cuerpo de la marina, a su regreso rechazó la idea de su padre de ser abogado, empezando a trabajar en el cine desde abajo, como lo había hecho John Ford y otros de los grandes. Desempeñó diversos trabajos en la industria cinematográfica, apareciendo incluso como actor en La invasión de los ladrones de cuerpos. Se estrenó como director en el cine en 1961 con Compañeros mortales, en cuyo reparto estaban Maureen O´Hara y Brian Keith, su estilo era muy televisivo, un año más tarde podría rodar su primer gran western Duelo en la Alta Sierra, una metonimia fílmica que recoge las virtudes y temas de todo su cine posterior: la lealtad, la traición, la redención y un final fatal de destrucción y muerte, la poesía y la épica del fracaso. Durante el rodaje de Mayor Dundee, su visión anárquica le llevó a enfrentarse a los estudios y productores de Hollywood, convirtiéndose en un director maldito y rechazado. Eran los tiempos de la “dictadura de Hollywood”, ya que las reglas las imponían los productores, las caprichosas estrellas del séptimo arte o incluso patrocinadores, que imponían unos montajes de las películas imposibles, que las convertían en auténticos monstruos, engendros en los que el director no se reconocía en absoluto.
Sin embargo, cuatro años después la Warner le encargó la dirección de la que sería su gran obra maestra, que cambiaría el cine de acción y que supondría una forma de narrar en las películas con escenas de muerte rodadas a cámara lenta y con una innovadora técnica de montaje. Como escribiría Gonzalo Suárez, Grupo salvaje es mucho más que un violento western, que a Peckinpah le valió el apodo de «Bloody Sam. Suárez, que lo conoció y fue su amigo, hace esta excelente prosopopeya del director en Minerva 5:
Héroe y villano, más masoquista que sádico, alcohólico y lúcido, lírico y violento, actor afectado y personaje auténtico, con el infierno en las venas y el cielo en la mirada, era un generoso exabrupto en la hipócrita falacia de la jungla hollywoodiense donde se debatía, con impotencia y rabia, entre ejecutivos petimetres y prepotentes administradores de sueños ajenos. «Me mataron muchas veces y no he muerto ninguna», se jactaba. Pero vivía malherido. Y no de bala ni cuchillada. No retrataba lo que veía, veía lo que sentía. «Tergiversaba», me dijo Howard Hawks, sin disimular la reticencia que las veleidades de mi amigo Sam le suscitaban. Para los adeptos al western clásico, Peckinpah era un impostor. Utilizaba el western como marco de un autorretrato en cuya turbulenta mirada se reflejaba el paisaje, a la manera de Van Gogh ante el campo de trigo, transfiriendo la emoción de la anécdota a la pincelada. Ése fue el código secreto que nos convirtió en repentinos cómplices.
El rodaje de Pat Garret y Billy the kid no fue sencillo, Peckinpah alcoholizado discutía con los productores de la Metro que impusieron una versión final rechazada por el director y el equipo. En 1988 se estrenó la versión original, siendo aclamada por el público y la crítica. Así lo narra Steven Jan Shcneider:
El último western verdadero de Sam Peckinpah ha sido restaurado hasta la idea original del director […]se inicia con la escena de la muerte de Pat Garret acribillado a balazos. En ese momento final, recuerda los tiempos en que renunció a ser un proscrito y vistió la insignia de la ley en persecución de su antiguo amigo Billy (Scheneider, 2013: 566).
Bob Dylan es un mito, se inventó un nombre, un pasado, unas vivencias de las que se duda de su veracidad. Cuando componía sus primeras canciones, tras haberse formado en clubs de country, viajó por todo el estado conociendo a los principales músicos de dicho género, tocaba las canciones de otros, pero hizo suya esa música que conectaba con el alma de los colonos, con su soledad, su épica libertad anterior a la ley. Conoció a Woody Guthrie, el mito del folk cuyas canciones tenían un compromiso de defensa de los oprimidos, y contra todo tipo de explotación. Lo visitó en Nueva York en un sanatorio mental, fue varios días a verle, tocó sus canciones ante él, según contó fue quien bendijo su música, proclamando así “el viejo mito” ante el mundo del country que el joven bardo tenía mucho que ofrecer. Dylan, cuando en este género musical no era común escribir sus propias canciones, ya que se versionaba las tradicionales, hasta el punto de que algún compositor hacía pasar como versiones las suyas propias, fue el primero en componer sus propias letras, desafiando, como haría siempre, lo establecido. Johnny Hoffman, el famoso productor, se enamoró de su épica, de cómo hacía de las notas y letras polvo del camino de quien ha pisado esa tierra de desiertos, tradiciones, soledad, derrota, y de cómo evocaba en sus composiciones ese escenario real que tan bien supo retratar Faulkner en sus novelas. Lo propuso ante Columbia, no fue su valedor por su habilidad como guitarrista, que también la tenía, sino porque vivía sus canciones, había sabido hacer algo nuevo que surgiera de toda la tradición del blues, folk y el country y que fusionaba todos estos estilos en uno solo, además sus letras eran potentes, su mensaje llegaba a la gente. En sus primeras actuaciones no se acercaba al micrófono, se le veía empequeñecido, pero había carisma en él, era la voz de la minoría, del sur, su mensaje de defensa de los derechos civiles de la raza negra, hizo de él un cantautor de compromiso. Un ejemplo entre muchos es el tema “The death of Emmett Teal” que escribió basándose en un hecho real, un joven negro adolescente fue asesinado, su delito haberse enamorado de una chica blanca. Los asesinos fueran juzgados quedando impunes. “Hurricane” está basada en la historia real de Huracán Carter, uno boxeador de raza negra condenado por un crimen que no cometió. En su obra no se posicionaba, apelaba al espectador desde la distancia. Era un narrador externo que invitaba reflexionar, no daba respuestas, estas las debía buscar quien escuchaba la canción.
Frecuentaba el Greenwich Village, centro de artistas, hippies, gente progresista que detestaba el belicismo y que estaba cerca del mayo del 68. Dylan era un excelente letrista capaz de captar el espíritu de su tiempo. Su contenido primaba sobre la melodía, si tenía que acelerar el ritmo al cantarla para que encajara en la composición musical lo hacía. Las letras se transformarán en su etapa «eléctrica», pasando así del compromiso social a la indagación en el yo, mostrando su sentir ante las experiencias del hombre moderno, pero nadie como él supo preservar la herencia del folk, la melancolía del country, la rebeldía del rock. Nació como creador del folk, pero llevó a este género a una nueva era, el folk-rock. Dos de sus grandes discos fueron Higway 61, es un disco que contiene un prodigio tanto en la letra como en la melodía, como así lo es “Like a Rolling Stone”, que supuso un giro radical, de alguien que buscaba nuevos caminos fusionando géneros. El segundo de los señalados fue Blonde on Blonde, que, según Robert Dimery (2005: 87) tiene el tono de una charla de borrachos, es reflexivo y desesperado a la vez ( ) Hay temas que son puro rock como “I Want you”, otros de una belleza en la melancolía como “Just like a woman”. Se retrata a quien puede ser un paria en al amor, algo similar a lo que acontece en el film El ángel azul en el tema “Sad Eye Lady Of The Lowlands”.
Jordi Serra y Fabra (2005) relata cómo tras sufrir un accidente de moto, ver el suicidio de dos miembros de su banda, vivir el asesinato de John Lennon, tuvo miedo de la muerte. Su carrera agonizaba porque nuevas bandas traían otras propuestas cercanas al hardrock. Tras dos años de retiro, intentando superar esa experiencia cercana a la muerte y tratando de salir de las drogas, surgiría uno de los mejores discos, este fue la banda sonora de Pat Garret y Billy the Kid. Dylan fue propuesto por el guionista de la película, Rudy Wurlitzer. Peckinpah le hizo al músico una audición en la que tocó ante él “Knocking on the heaven´s door”, el director no lo conocía porque no tenía ningún interés en la música, pero quedó impactado por el tema, “no sé lo que expresa, pero me encanta”, dijo, añadiendo: “¿Quién es ese chico?”, “Contrátalo ya”, exigió al productor. Además, le propuso al bardo del rock-folk un pequeño papel en la película, el del personaje de Alias, su actuación no es buena, en ella muestra grandes silencios que parecen ser evocadores de un mensaje épico, profundo, pero que realmente no trasmiten casi nada. El cantante se desplazó junto a su mujer a Nuevo Méjico para componer la banda sonora y grabar las escenas. El carácter de Peckinpah: peleas, lanzamiento de cuchillos a los miembros del rodaje, despedía a algunos de sus miembros y ese mismo día los volvía a contratar, hizo que su mujer lo dejara allí solo, las borracheras y las fiestas eran interminables. La canción aparece en el film, perfecta y poéticamente integrada, siendo una perfecta simbiosis con el sentir del ayudante del Sherif que está muriendo de un balazo. La letra oculta un mensaje antibélico, era también un mensaje contra la guerra de Vietnam, contra la falta de sentido de la violencia. La belleza del río, la luz, siguen su camino a pesar de la atrocidad de la muerte de un hombre, se abren las puertas del cielo, de la eternidad, la belleza sigue su curso, la sangre, el odio, la ambición, no tienen sentido para esa naturaleza que no la entiende y sigue su transcurrir hacia el mar, hacia la belleza de lo infinito.
Es una balada sencilla, con tres acordes (Sol, Re y La menor) y un estribillo con mucha sonoridad. La podríamos clasificar como gospel rock, cuyo primer verso está inspirado en las últimas palabras que pronuncia el personaje del sheriff Colin Baker en la película, tras haber sido herido de muerte por la banda de Billy el Niño en presencia de su mujer: «Mama take this badge from me, I can’t use it anymore».. Los miembros de la banda que intervinieron en la grabación original quedo formada por Roger McGuinn a la guitarra (luego fundaría el grupo Byrds) Terry Paul al bajo, Jim Keltner a la batería, Carl Fortina en el armonio y Bod Dylan a la guitarra y voz. El coro estaba compuesto por Carol Hunter, Donna Weiss y Brenda Patterson. Keltner dejó testimonio de cómo la música se creó totalmente conectada a las imágenes, al sentir de su épica: «En aquel momento, nos encontrábamos en un gran estudio, y veíamos en una enorme pantalla en la pared [con] la escena que se desarrollaba mientras tocábamos. Lloré durante toda la toma.».
La película fue un fracaso, los absurdos cortes desdibujaron su poético retrato de la muerte de una época. Sin embargo, tras la restauración en que se realizó el montaje según la idea del director, entre cuyos valedores se encontraba Scorsese, pasó a ser una joya lírica, una película hermosa sobre un mundo salvaje y libre que iba desapareciendo, la extinción de esa épica del hombre libre daba lugar a la ley y sus trampas, a la respetabilidad y sus mentiras. El disco de Dylan tampoco tuvo mucha relevancia en su momento, pero ha sido revisado y valorado por la crítica musical como una de sus grandes álbumes, tal vez el fracaso en su momento del film también tuvo su peso negativo en esta joya discográfica del autor.
Estos son los tres grandes personajes quienes confluyen en la historia de una canción que formó parte de una película de culto, basada en la historia de un mito. Peckinpah obtuvo un fracaso debido a los cortes impuestos por el productor, pero en la reedición del año 88 el público revisitó este clásico, pasando a ser considerada una película de culto. Dylan, apartado, ante un nuevo tipo de rock, tras una crisis personal firmó un de sus mejores discos y una canción que ha formado parte de su leyenda y de la historia de la música.
BIBLIOGRAFÍA:
Dimery, Robert (2005): 1001 discos que escuchar antes de morir, Barcelona, Grijalbo.
Schnieder, Steven Jay (2013): 1001 películas que ver antes de morir, Barcelona, Grijalbo.
Sierra i Fabra, Jordi (2005) Bob Dylan, ABC, Madrid
Gonzalo Suarez. Minerva: Sam Peckinpah. El hombre que mató a John Ford (cbamadrid.es), Minerva 5.
López Roy, Manuel (2021): Érase una vez el oeste, Madrid, Diábolo ediciones.,