Las Ferias de las vanidades (y III)


Por Don Quiterio

    Las gentes acuden a las ferias de los libros sabiendo que saldrán con menos dinero del que entraron. Pasan rápido junto a las mesas de novedades y empiezan a fatigar baldas de narrativa extranjera, de clásicos de bolsillo o de literatura española o hispanoamericana.

 

     Eligen, hojean, se desdicen, lo vuelven a coger… Un año más, la feria del libro de Zaragoza, en este 2012, se asienta en las aceras de la plaza Aragón, y pasa por la cara más o menos en sombra de las treinta y tres casetas de librerías y editoriales comerciales (y cuatro más de organismos oficiales) el cuerpo institucional en el día de la inauguración, de cuyo pregón se encarga el presidente de la RAE, el aragonés José Manuel Blecua. Después de ese día, a saber. El señor alcalde, Juan Alberto Belloch, se lleva a casa el paso mastodóntico de la desgana y los euros del gobierno se dedicarán a promocionar eventos pagados por nosotros mientras el libro se pudre en los calabozos del desprecio. Creo que nos merecemos algo más que aquel desprecio, que la mierda oliendo en los sumideros del poder, porque el libro es un artefacto que muchas veces nos salva la vida. Y no hablo de los textos de autoayuda, claro que no. Hablo de esos libros que cuando se acaban vuelven a empezar de nuevo y nos dicen que la vida es más decente al menos durante el tiempo que dura la lectura y seguro que también después. Y que demuestran a cuantos sobresalen en la estadística de la indigencia cultural que el hábito de leer y sus efectos secundarios son suceptibles de causar transformaciones sociales inauditas. “Yo me imaginé el paraíso bajo la forma de una biblioteca”, escribió Borges, quien reconocía que “otros se jactan de lo que han escrito y yo de lo que he leído”. Me acerco a los mentideros de la plaza, caseta arriba, caseta abajo, y detecto que el deseo de libreros, editores, autores e ilustradores es crecer en número y calidad de lectores. No es fácil, porque ya exclamó Felipe II, y no precisamente hablando de libros, “yo no mandé mis naves a luchar contra los elementos”.


     Leer es, también, un gesto de insatisfacción. Se lee, sobre todo, porque hay algo que no acaba de ir bien. La gente que no duda es peligrosa. Lo mismo que dudar a lo tonto. Dudar no puede ser coartada para no decidir. No se puede decir: cerrado por reflexión. Hay que intervenir en la incertidumbre. Ese es el espacio de la política. ¿Leyendo se corre el peligro de ser otro, de cambiar de ideas? ¿Leer hoy es un acto revolucionario? ¿Es, por lo menos, un acto rebelde? No sé de dónde vienen las ideas, pero creo que vienen de las palabras, de palabras que traen otros. Eso exige cierta austeridad y paciencia, cierta concentración y retiro, cierto silencio… Por ahí circula esa teoría de que una cosa es el hacer –lo útil- y otra el leer –lo inútil-. Leer parece escapista, pero relaciona pensar y leer porque pensar no es sentarse y apretar los ojos. El pensamiento siempre es una conversación. Necesitamos de los otros para pensar. No hay ideas aisladas. Una idea es una relación. Y una palabra. Detrás de cada palabra, efectivamente, se esconde un delicado proceso de elaboración mental, gracias al cual nombramos y organizamos el mundo. Cuantas menos palabras posea un individuo, además de tener menor capacidad para expresarse, menor será su facultad para generar pensamientos. Porque las palabras no son cosas, sino procesos mentales y afectivos en interacción con el medio social en que surgen.


     Decía Bolaño que la verdad literaria es la que sale de aquello que uno no le cuenta ni al psicoanalista. Psicoanalistas o no, a mí me gusta leer historias bien escritas. He sido autodidacta, aprendiz de panadero, cineasta amateur, cartero, camarero, limpiacoches, taxista, promotor de literatura marginal, vendedor de cachivaches, tendero y, como yo lo entiendo, sobreviviente. El sufrimiento, y sé de qué hablo, es la mejor escuela que existe en la vida. La mía, sin duda, es una experiencia afortunada. En mi caso, la lectura de libros impidió que cayera en la delincuencia como ha pasado con otros tantos que no tuvieron la misma suerte. A la hora de leer disfruto más con la calidad del lenguaje que con lo que sucede. “El género policiaco”, ponía de ejemplo Borges, “es una excusa argumental porque te permite escribir sobre lo que quieras”. Yo soy borgeano antes que chejoviano porque tomo la literatura como un juego intelectual. Lo demás me importa bien poco. Nada. El mercado encumbra a ciertas escrituras y escribientes. A mí me da igual que los encubre. Hay alguno de esos encumbrados que no saben juntar tres palabras con oficio, ni dos frases que tengan sentido. La calidad literaria de un escritor no depende del escrutinio que hagan los nuevos curas, la camarilla de guardianes del cementerio, el índice mediático que se empeña en que se lean los pelmazos de su cuadra. En fin, la crema innata de la estupidez literaria. Sea como fuere, esta feria del libro de Zaragoza, con la entrega de los premios de novela histórica a Antonio Garrido y Arturo Pérez Reverte, es una buena ocasión para acercarse a las gentes de las artes, de las letras y de las políticas locales, y al vulgo en general, para que respondan a la ya soberana pregunta: “A ver, piense y diga: ¿qué libro está leyendo?”.

JOSÉ MANUEL BLECUA:

“Yo, como Umbral, detesto a los periodistas con estéril intención de novelistas. Malredactan un artículo y se meten a escritores. Cuando acarician el trayecto de largo recorrido, se anclan en el fuera de juego. No encajan. Falta épica, ese género literario que ha sabido desarrollar mi real Zaragoza para salvarse”.


DOLORES SERRAT:

“En estos tiempos de recortes, tumultos y amenazas de muerte es muy importante y positiva la lectura. Leer nos hace más libres y más positivos e importantes. Yo ahora no me acuerdo bien lo que estoy leyendo, pero seguro que es importante y positivo”.


JOSÉ LUIS CORTÉS:

“Acabo de leer una interesante biografía sobre el rey Juan Carlos de la periodista Pilar Urbano. En ella habla de lo campechano de este monarca. La monarquía es distancia, frialdad y poder simbólico. Con la campechanía, al final, la turba, que nada comprende y todo lo banaliza, se cree con derecho a fiscalizarte la agenda privada, el bolso y la vida. Y si el rey pide perdón, aunque no sepamos si lo hace por irse a destiempo, por levantarse por la noche, por caerse o por cazar elefantes, la turba solo piensa que la monarquía siempre está pidiendo algo”.

JAVIER LAMBÁN:

“He leído lo último de Álvaro Pombo, que ni se jubila ni ha perdido oído, pero acaba de descubrir que las cosas que hacía a los setenta y tres años no se pueden hacer con setenta y cuatro”.

DOMINGO BUESA:

“A mí me van las escritoras del crimen, sobre todo Donna Leon, Carmen Posadas y Maruja Torres, de la que acabo de leer ‘Sin entrañas’. Ya sabes, querido, que las mujeres disparan muy bien y matan mejor”.

CARLOS PÉREZ ANADÓN:

“Seguramente a los intelectuales les colma su vanidad de suposición de que son ellos quienes mueven el mundo y que es en sus ideas donde radica el origen de los cambios radicales que convulsionan de tarde en tarde a la sociedad, renuevan las estatuas de los parques y añaden páginas inmortales a la historia. Desde luego yo he sido siempre muy escéptico al respecto y creo que por muy leído que sea un libro, su capacidad de influencia es menor que la que pueda tener el cargador de una simple pistola. Los grandes cambios históricos no se traman en la trastienda culta de una librería, sino en el ambiente tórrido de una taberna”.

LUIS GARCÍA-NIETO:

“Estoy con el libro histórico ‘El primer naufragio’. Los claroscuros de la revolución francesa, las matanzas de Marat, las traiciones parlamentarias y el terror de Robespierre se han impuesto a las arenas teñidas de sangre de los gladiadores, a la armada invencible de Felipe II y a la cruenta batalla entre la Unión Soviética y la Alemania nazi. Pedro Jeta Ramírez en estado puro, vamos. Muchos lectores encontrarán un espejo de nuestro momento histórico”.

MARCELINO IGLESIAS:

“Yo soy lector de poesía. Me gusta la poesía redonda. Suave, pero contundente. La que no tiene alternativa. La que se cae por su propio peso o se derrite en su propio fuego. La fatal de puro inevitable. La poesía, como la luz, solo evita las tinieblas que ni siquiera imaginamos”.

LUISA FERNANDA RUDI:

“Acabo de leer el borrador de los ajustes en la prestación de servicios sanitarios públicos que se llevarán a efecto en las próximas semanas. Te voy a dar la primicia informativa. El propio paciente sacará la cabeza por la ventanilla de la ambulancia y tendrá que ulular con todas sus fuerzas, por la cuenta que le trae, imitando el sonido de la sirena para ahorrar el coste de la misma. Además de economizar, con ello se conseguirá obtener una idea bastante aproximada de la capacidad pulmonar del paciente. Los departamentos de traumatología registrarán también novedades encaminadas al ahorro. Se reemplazará el uso de collarines por neumáticos viejos, medida que contribuirá al mismo tiempo al reciclaje de las ruedas de vehículos inservibles. Por último, la prueba para certificar una defunción se llevará a cabo clavando una aguja de hacer punto en el abdomen del supuesto cadáver, igual que se comprueba si un flan está en su punto. Si el individuo en cuestión no emite señal sonora o motriz alguna se puede determinar que está muerto. En ese caso, se extrae la aguja, se limpia y se guarda para otra ocasión. Se confía en que estas medidas hagan que los ciudadanos se lo piensen dos veces antes de caer enfermos”.

PEPE QUÍLEZ:

“Antes leía para descubrir. Para saber. Para entender la vida y conocer a los seres humanos. Ahoro solo leo por diversión. En cierto modo, para todo lo contrario”.

JUANJO VÁZQUEZ:

“Yo me he pasado la vida leyendo el Quijote. No es que sea lento, que también, es que nada más terminar la última palabra de la última página –el famoso ‘vale’-, retorno al principio y empiezo de nuevo, así una y otra vez, en un bucle permanente que, espero, dure hasta el final de mis días”.

ANTONIO MOSTALAC:

“¿Son los monos más listos que algunos humanos? Nos ganan en fuerza y habilidad y su inteligencia en cuanto a retención visual es más amplia que la nuestra. En un estudio publicado en ‘Science’, que terminé ayer, investigadores franceses revelan las capacidades de los babuinos para leer y diferenciar palabras. Palabrita del niño Jesús”.

CHUS TUDELILLA:

“Acabo de leer el libro ‘La estricta disciplina de las infantas Leonor y Sofía’, que trata del deseo de los príncipes para que sus hijas disfruten de una infancia como la de cualquier niña de sus edades. O, por lo menos, que se asemeje lo máximo posible. Las infantas Leonor, de seis años, y Sofía, de cuatro, aún son demasiado pequeñas para acostumbrarse a ser fotografiadas cada vez que salen de Zarzuela. Por eso, el príncipe no permite que fotógrafo alguno ponga un pie en el colegio Santa María de los Rosales, donde la futura reina de España estudia primero de primaria y su hermana continúa en infantil, para realizar una instantánea como sí hacían cuando él era estudiante. No lo pasaba bien y no quiere que las niñas sufran lo mismo. Reciben una estricta educación y su jornada no termina después del cole, ya que no faltan sus clases particulares de inglés, idioma en el que les habla doña Sofía, así como de historia de España y de los Borbones, mismas lecciones que en su día impartió Carmen Iglesias a su padre. Pero, además de la lengua de Shakespeare, las niñas ya han comenzado a aprender chino, gallego, euskera y catalán, lengua en la que les canta su tía Telma Ortiz. La infanta Leonor, al ser la segunda en la línea sucesoria, también deberá aprender dicción y oratoria. Una disciplina estricta que no les deja tiempo para jugar. Y mientras la infanta Sofía, al parecer, es, a su corta edad, un as de la tecnología, al manejar con soltura el ordenador y el reproductor de música, a la primogénita le gusta pasear a los perros y cocinar con su madre, quien insiste en que también aprendan modales, y, entre otros, tienen prohibido llorar en público. También comer golosinas, dulces que apasionan a todo niño. Doña Letizia es estrica en su alimentación, les enseña a comer de manera saludable, aunque, inevitable, ya se han dejado ver en una famosa cadena de hamburguesas”.

PABLO PARRA:

“Homero describió a Ulises como un héroe griego. Y lo fue sin adjetivos. Se convirtió en un ídolo por construirse a sí mismo con los ladrillos que echaba a su ‘mochila’ al acabar cada batalla. Fue un modelo por llorar las derrotas con lágrimas y no con furia. Ya no quedan marineros como él. Porque, en el fondo, fue un hombre humilde al que el tiempo le puso la aureola de la divinidad encarnada. ¿Hay algo de heroico en ser fiel a sí mismo? Si alguien tarda más de cinco segundos en responder es porque no tiene los ojos de marea baja ni una barba frondosa que mesarse. Hace falta paciencia para acariciar con ojos y manos los mil pliegues de ‘La odisea’. Y es que se ganó el título de Admirable por mantener su rumbo firme durante los veinte años que navegó lejos de su Ítaca, de Penélope, de la Felicidad”.

PETÓN:

“Unos escriben porque viajan y otros precisamente porque no viajan. Acabo de leer una novelita del Oeste del madrileño (alias) Sam Fletcher y puedo asegurar que este fue un viajero de enciclopedia y la vez que estuvo más al oeste fue en Galicia”.

LUIS GÓMEZ PISUERGA:

“Si mañana desaparecieran de la tierra todos los escritores, seguro que no pasaría nada, pero si lo hicieran los médicos o los ingenieros sobrevendría una catástrofe. Perdone, le dejo, que tengo consulta en el hospital…”.

ANTONIO MORATA:

“Escribir es una manía como cualquier otra, o una manera de llamar la atención y de satisfacer la vanidad como hay tantas. Se escribe por ego. Y el que mienta es un bellaco”.

EDUARDO PAZ:

“Dicen los expertos que un pueblo que no se ilustra corre el riesgo de embrutecerse. Pero seamos realistas: un pueblo que no tiene nada que leer no es en absoluto más peligroso que aquel otro que carece de algo para masticar. ¿Alguien duda de que al pueblo llano se le calienta la cabeza justo cuando se le enfría la cocina?”

LORENZO RINCÓN:

“Acabo de leer el Corán, que se dice le fue dictado por Alá a Mahoma, pero quien lea con detenimiento sus versículos, con razón podría pensar que Alá le dictó las soflamas del texto a su profeta llevado por el mismo delirante arrebato de furia y racismo con el que le inculcó a Hitler su inspiración para escribir ‘Mi lucha’, una obra que se vende libremente en las librerías pero que tal vez encajaría mejor en los anaqueles de las armerías”.

GREGORIO BRIZ:

“Normalmente hay un puñado de libros sobre sexo cuyas referencias animan un poco el serio panorama literario de la bibliografía editada en nuestro país. Pero este es un año de crisis y una de dos: o se folla poco o no se cuenta lo que se folla, por lo que el número de libros sobre tan interesante tema se ha reducido notablemente. No obstante, escudriñando en los estantes más oscuros de las librerías encontré el libro “Las diosas del porno’, de Manuel Valencia, una especie de via crucis sensitivo para que el lector se considere como un peregrino que, en vez de hacer el camino de Santiago, realiza el camino de Eros”.

CHUS BLASCO:

“Acabo de leer el libro de un biólogo egipcio titulado ’El origen de los autónomos’, en el que asegura que son una especie diferenciada del ‘homo sapiens’ y cuyo origen podría ser extraterrestre. El sistema genético del autónomo multiplica por mil la capacidad de resistencia de cualquier ser humano. En caso de explosión nuclear, solo sobrevivirán algunos artrópodos y los autónomos. Según el libro, el autónomo tiene más vidas que un gato, aguanta sin beber más que un camello, soporta mayor castigo que un toro de lidia y trabaja más que una mula. En fin, un auténtico animal que, además, no enferma nunca”.

VICENTE ALMAZÁN:

“Estoy perplejo, que diría Colombo. Con la crisis económica actual, la proliferación de artículos recordando a los clásicos se ha extendido como plaga, superando, incluso, la verborrea del mexicano Carlos Fuentes, quien, con perversa periodicidad, recuerda una y otra vez la necesidad de leer ‘El Quijote’ para que todos seamos más buenos que el pan de horno de los Ordovás. Eso sí, jamás superará en ese cometido de santero vudú a Vargas Llosa, para quien la ficción es el mejor antídoto inventado contra la depresiva situación existencial por la que pueda atravesar cualquier humano que no tenga la renta per cápita del nobel. Lo dicho, perplejo me quedo, que diría Colombo”.

PICOS LAGUNA:

“Acabo de leer el libro ‘Cómo se hacen los mejores combinados’. En un vaso de sidra compone el camarero un trago de botellón: adoquines de hielo, un mordisco de limón como de limpiarse de carabineros los dedos, culín de Hendrick’s, y la tónica, al medio. Ni pepino de Leganés ni hayas de enebro. ¿Entiendes?”

JOSÉ LUIS CORRAL:

“Al igual que a Campoamor, a Stefan Zweig le persiguió durante mucho tiempo la fama de ser escritor para señoritas, algo que solo habla bien del gusto de las señoritas y muy mal de todo lo demás. En la editorial Acantilado, probablemente sorprendidísimos por el éxito de ‘Carta de una desconocida’, se atreven ahora con otro título del austriaco, ‘María Antonieta’, una biografía casi novelada que resplandece como una nada fraterna corrección ante tante inane fotonovela histórica”.

DANIEL MONTSERRAT:

“Al tebeo nunca se le ha dado el valor del libro por lo que las instituciones, hasta 1958, no se preocuparon de tenerlo en las bibliotecas. A mí me encantan los tebeos de aventuras como ‘El guerrero del antifaz’ o ‘Capitán Trueno’. Y el que me chifla es el mítico ‘TBO’, que nace en 1917 y cuyo título da nombre al género durante esos años”.

PILAR NAVARRETE:

“Mi escritor de referencia es Alain Robbe-Grillet, al que no le gustaba hablar de ‘nouveau roman’ sino de ‘école du régard’, escuela de la mirada. Puestos a colgar etiquetas, mejor definir la literatura como el acto de saber mirar. En sus novelas el lector es detective y ‘voyeur’, constructor a la vez que destructor de un laberinto de imágenes que se bifurcan, se repiten y se contradicen una y otra vez. Mirar, como crear, es una aventura del lenguaje”.

JOAQUÍN MELGUIZO:

“Acabo de leer un texto de Albert Boadella sobre su compañía Els Joglars y me asaltan varias dudas: ¿Es lícito calificar de lacayos del poder a compañías cien veces más pequeñas que la suya por necesitar el impulso de una coproducción para poder sobrevivir? ¿Dónde ponemos el límite de lo que es la sopa boba y lo que no? Quizá haya que preguntarle a Boadella, director de Teatros del Canal, propiedad de la Comunidad de Madrid, gobernada por Esperanza Aguirre”.

MONSEÑOR JULIÁN RUIZ:

“He leído un informe estadístico del ejército de tierra español: ‘Evolución de la opinión pública española sobre la defensa nacional, las fuerzas armadas y los militares’. En este libro se reflejan algunas preguntas, con sus respuestas, de encuestas diversas que interesan a los militares. Hay una pregunta que a mi juicio debería eliminarse: ‘¿Se siente orgulloso de ser español?’. ¿Cómo puede alguien estar orgulloso de una condición regida por el azar? El de la nacionalidad es un orgullo tonto. ¡Cuántas tonterías hay que leer!”.

MARTA GARÚ:

“Que a muchos nos gustan los temas relacionados con el hampa, es algo que no admite discusión. Hay en la naturaleza humana una especie de inclinación irresistible hacia los asuntos relacionados con el crimen organizado. Y al cerrar un libro de Dashiell Hammett que acabo de terminar me doy cuenta de que lo que de verdad hace apasionantes a los tipos del crimen organizado es la evidencia de que la bata de casa les sienta a veces como un delicado ataúd de seda”.

JUAN ALBERTO BELLOCH:

“¿Quién dijo que la gloria no es sino el rumor del viento en los oídos? ¿Shakespeare? No. ¿Cela? No. Este fue el que dijo que algún juez debería llevar una lucecita en mitad del entrecejo para avisar del peligro. ¿Entiendes, somardón? Publica, publica, en tu ‘pollo’ de los cojones”.

PABLO MUÑOZ:

“Yo soy de tradiciones, y a mí el que siempre me ha puesto es Agustín de Foxá, un facha que escribía como Dios. Decía que los españoles están condenados a ir detrás de los curas, o con el cirio o con el garrote. Falangista e ideólogo del franquismo, Foxá fue falangista, que no es más antidemocrático que ser comunista o estalinista. Acabo de leer ‘Madrid de Corte a Checa’, la gran novela de la guerra civil, furibunda, partidaria, brillante y destelladora”.

ALEJANDRO RATIA:

“Para que la palabra de Dios tenga el relieve necesario hay que concretar la lectura del Evangelio de San Marcos, y hay que darlo a conocer a los bautizados y a las bautizadas que se han alejado de la iglesia, y a los laicos y a las laicas, a los periodistos y a las periodistas, a los artistos y a las artistas, a los trapecistos y a las trapecistas, a los cineastos y a las cineastas. Siempre tenemos que estar dispuestos a anunciar a Jesús a los y a las que no le conocen”.

RICARDO GARCÍA PRATS:

“Me estoy empapando de los principios de Arquímedes. Uno de sus principios, del que solo unos pocos iniciados tenemos constancia, puesto que el escrito se perdió en el incendio de su casa (¿o fue por una bomba de ETA?) durante el sitio de Siracusa en el 213 antes de Cristo, define que ‘un sólido no puede atender al mismo tiempo dos cargos de responsabilidad en espacios diferentes si se dedica a uno de ellos en exclusiva’. Dedicación exclusiva significa ‘dedicación que por compromiso o contrato ocupa todo el tiempo disponible, con exclusión de cualquier otro trabajo’. Esto no es de Arquímedes, sino del diccionario de la RAE”.

CARMEN PUYÓ:

“Acabo de leer ‘Palmeras en la nieve’, de la montisonense Luz Gabás, una historia de amor, aventura, un paisaje exótico, un escenario histórico. Me recuerda mucho a ‘El tiempo entre costuras” de María Dueñas y a las ‘Memorias de África’ de Isak Dinesen. A lo mejor es un entusiasmo exagerado, pero los novelones de aires decimonónicos me ponen. Ay.”

CHESÚS YUSTE:

“Acabo de leer ‘Toros, faenas de aliño y estoques’ y decididamente comparo a Enrique Ponce con Joseph Goebbels. Los que defienden la tauromaquia es como pretender que Auschwitz sea patrimonio de la humanidad. Y lo digo como discípulo de un Labordeta sin suficientes paseos”.

TERESA LUESMA:

“En estos años no he podido leer nada porque mi trabajo en el patronato de arte y naturaleza de Huesca me consumía el tiempo. Ahora que me han cesado empezaré a leer los libros de Julio José Ordovás, al que no conozco y que mi amigo Carlos me ha recomendado especialmente”.

GUADALUPE CORRALIZA:

“En estos tiempos de incertidumbre recomiendo a Émile Zola y su ‘Yo acuso’. Porque es punible el hambre que los gobernantes fabrican para los demás. Es punible que arrebaten el dinero amasado con el sudor de las masas para fabricar una raquítica supervivencia. Es punible que preparen otra vez burbujas con la espuma del jabón que manejan para obnubilar a la muchedumbre. Ellos tienen la inmensa mayoría de los medios de información en su mano. Ellos disponen del apoyo internacional de los poderosos. Ellos cuentan con los saberes manipuladores de sus ejecutivos. Ellos calculan el enfrentamiento de los trabajadores que trabajan contra los que no pueden trabajar y de ello extraen su ganancia en las urnas. Ellos certifican de terrorismo la respuesta de ser parado. Ellos están protegidos por las iglesias y los ejércitos mercenarios. Por esto y mucho más, recomiendo, aunque sea la retórica de una pancarta, el ‘Yo acuso’ de Zola. ¿A dónde irá el buey que no are?”.

JOAQUÍN CARBONELL:

“Un amigo me recomendó ‘Los perros también sufren’, y trata del peligro de extinción de estos animales. El alano es uno de los amenazados”

MANUEL VILAS:

“Cada día que pasa estoy más convencido de que mis pensamientos son el núcleo de todo lo que soy. Solo voy a leer lo que yo escriba. No estoy para perder el tiempo”.

JULIÁN LÓPEZ HERREROS:

“Ya no leo, desde que descubrí que los escritores se ven a sí mismos como dueños del poder de la pluma. En todo caso, tebeos, que releo con asiduidad. ‘Flash Gordon’ y ‘Diego Valor’ me han inspirado para formar mi personalidad”.

ÁNGEL GUINDA:

“Leo de veinte a veinticinco libros a la vez. Sin embargo, cuanto más leo, peor escribo. No lo entiendo”.

UN NIÑO DE DIEZ AÑOS:

“Los adultos sois unos estúpidos. Sé que los cuentos que nos llegan están falseados. Estúpidos, más que estúpidos”.

RICARDO APARICIO:

“Acabo de leer el libro de economía “Lío en la Monumental”. O, mejor dicho, monumental es el lío que se va a montar en el sector financiero a raíz del proceso de concentración. Concéntrensen, concéntrensen…”

JUSTO GARCÍA:

“Acabo de leer la única novela del poeta Walt Whitman, ‘Franklin Evans, el borracho’. Me encanta su moralina y su moraleja, la de un hombre y su fuerza de voluntad, prueba del carácter y capacidad de trabajo del norteamericano. ¡Oh, capitán, mi capitán!…”.

ÁNGEL LAFITA:

“Mi gran amigo Luis Alegre me ha recomendado leer el libro del sociólogo Massimo Introvigne ‘Un mártir cada cinco minutos’, sobre la lucha contra la intolerancia y la discriminación de los cristianos. Afirma que cada cinco minutos un cristiano muere asesinado por su fe y se infravaloran tanto el problema de los cristianos perseguidos que cuando se ofrecen las cifras parecen increíbles. Alabado sea el señor”.

JOSÉ MANUEL ALONSO:

“Siempre vuelvo a ‘Tiempos difíciles’. Dickens sigue diciendo la verdad. A los doscientos años de su nacimiento, nuestro mundo, por desgracia, se parece en demasiadas cosas al suyo: la condición de vida de los trabajadores, la usura, el desequilibrio entre ricos y pobres. Es muy posible que quien lea esta novela se asombre al ver cómo describe la actualidad. Otra de sus obsesiones es la lentitud, ineptitud e impureza del sistema judicial”.

GOYO MAESTRO:

“A mí me interesan los escritores reacios a la ostentación y al derroche, refinados y prudentes, una casta de literatos comedidos y sin vicios, hombres y mujeres ajenos a los sudores lúbricos de la fisiología, capaces de reproducirse de espaldas y con la ropa puesta”.

IRENE VALLEJO:

“Entusiasmo es una palabra griega que significa emoción y acaloramiento de las entrañas. Surgió de las contorsiones de la pitonisa sentada en el trípode de Delfos. Ese entusiasmo aquí siempre degenera en cólora y la cólera se transforma en multitud. ¿Me explico, caballerete?”. (No sé yo, no sé yo…).

JUAN BOLEA:

“Yo solo leo a masones, esos escritores considerados, estoicos, misteriosos, melancólicos: Pushkin, Dumas, Twain, Wilde, Kipling, Doyle. El mendas se rinde ante ellos”.

JOSÉ LUIS MELERO:

“Como siempre he sido feliz, tal vez por mi buena salud y mala memoria, solo me interesan los novelistas de usar y tirar. Como comprenderás, ni te citaré títulos ni, por supuesto, autores, que yo no quiero líos. Por cierto, ¿lío se escribe con tilde o sin ella?”.

ADOLFO BARRENA:

“He leído ‘De dioses y locos’. Decían los antiguos griegos que cuando los dioses quieren destruir a alguien, primero lo vuelven loco”:

CARMEN DUESO:

“He terminado el libro de Teresa Guerrero ‘El delfín llega a la mesa de los pobres’. Habla de las especies amenazadas. El agotamiento de los recursos pesqueros y el crecimiento de la población obligan a buscar nuevas fuentes de proteínas. La carne de mamíferos marinos ya forma parte de la dieta de muchos ciudadanos. Yo, por ejemplo, me preparé el otro día un estofado de carne de ballena. ¡Uhmmm!”.

ROBERTO GONZÁLEZ Y GONZÁLEZ:

“Como soy un obrero de las matemáticas he comprado un libro titulado “9847382847573726262626388”. A ver si lo empiezo”.

XOAQUÍN BERNAL:

“Acabo de leer ‘Los bares y la cerveza, cómplices de grandes momentos’. El autor nos habla de por qué bebemos cerveza y por qué estamos solos o en compañía mientras la bebemos, si creemos que la cerveza da la felicidad o palía la halitosis, y en este plan. Yo he intentado ponerme rubio muchas veces echándome cerveza por la cabeza. Lo hacen muchas mujeres también, porque toda mujer atesora a una rubia dentro. Hay que reconocer que te deja el pelo mucho más suave y nutrido de cereales. La cerveza, además, hace más sexys a las mujeres. Una mujer con una caña en la mano parece siempre que va a hacer cosas imprevisibles contigo”.

MARÍA JOSÉ MORENO:

“Yo solo leo revistas del corazón. El último número de ‘Cuore’ refleja los fracasos amorosos de George Clooney, Cameron Díaz y Demi Moore. Estoy ansioso por llegar al quiosco del VIP y hojear también el ‘Hola’, el ‘Diez Minutos’ y el ‘Lecturas’. Allí las puedes leer y no te exigen comprar”.

PICOS LAGUNA:

“Mi mejor opción para leer es el sofá de mi casa, con buena luz. Para mí, es una inmejorable pista de despegue desde la cual emprender aventuras. ‘Apagón en Las Vegas’ es el libro que recomiendo”.

NORBERTO HOYAS:

“Utilizo la lectura como método para hacer más corto el trayecto de camino a la facultad. Desde mi flamante ‘ebook’ estoy disfrutando del bestseller patrio por excelencia, o sea, ‘La sombra del viento’, de Carlos Ruiz Zafón. También soy un fan rendido a los pies de Orson Scott Card, el autor de ‘El juego de Ender’, referente de la ficción científica”.

JOSÉ CARLOS MAINER:

“Aprovecho cualquier momento del día para leer. Me gusta un poco de todo, sobre todo poesía histórica, como ‘Silgamech’, que estoy leyendo. En la novelería, mi debilidad es Pío Baroja. También el realismo sucio de Bukowski”.

SEBASTIÁN CONTÍN:

“Una frase hecha, y derecha, es la de ‘mujer de armas tomar’. Y usted que presto piensa en Agustina de Aragón y el sitio de Zaragoza. Pero no, dejemos a la artillera más famosa de la historia y centrémonos en doña Emilia Pardo Bazán, una escritora rompedora y cultivada, leída y viajada, de armas tomar literarias y biológicas. No se pierda sus escritos sobre Zola. Imprescindible”.

ANÓNIMO:

“Lo malo es adictivo; cuanto peor, mejor. La caspa excita. Todo el mundo tiene derecho a emocionarse con un libro de Ricardo Calomarde. Aunque duela. Su novela ‘La apoteosis necia’ no puede faltar en ninguna sesión de espiritismo que se precie. La recomiendo, pues, para los casposos y los espiritistas. Calomarde, la cosa está que arde”.

OTRO ANÓNIMO:

“Estuve en la presentación del libro ‘Pieles’, una defensa hacia los animales. Lo compré y me gustó mucho. Ahora bien, quien hizo de maestro de ceremonias iba con un traje gris perla de esos llamados ojo de perdiz, que ya son ganas de provocar gratis a los animalistas”.

EL VENECIANO:

“Pepitas de Calabaza Ediciones publica una antología de las mejores columnas de Julio Camba, ese que escribió que todas las pompas humanas son igualmente fúnebres. O aquello de que es preferible una estatua hecha por un gran escultor de un hombre mediocre que la estatua de un gran hombre hecha por un mediocre. ¡Viva Camba! ¡Viva España!” (Y el gachó me levanta en alto el brazo derecho).

JUAN DOMÍNGUEZ LASIERRA:

“Todos me dicen que no lea tanto y que me ponga a escribir novelería, que tengo buena prosa. Y yo les digo, parafraseando a mi maestro Joaquín Aranda, que para escribir mal ya están los demás. A mí me gusta la prosa que es como el raíl del ferrocarril que se tiende hacia el lejano oeste. Y no me estoy refiriendo precisamente a Marcial Lafuente Estefanía, el de ‘Las pistolas no discuten’, aunque tenga más talento que muchos que no lo tienen y creen, los pobres, que lo tienen. Para tanto libro malo que se publica en Zaragoza apenas se utilizan las diez mil papeleras que tenemos repartidas en la urbe”.

JERÓNIMO BLASCO:

“Estoy leyendo las obras completas de Tierno Galván, casi ocho mil páginas de ensayos, estudios literarios y discursos. Ir por libre en España se paga. El que no esté colocado, que se coloque”.

MANUEL PIZARRO:

“El autor de ‘De bancas y fusiones’, en una prosa prodigiosa, nos dice que los banqueros son gente generosa y comprensiva con quien no puede pagar sus deudas. Ahí están los créditos condonados a los partidos políticos como muestra de la extrema bondad. Quien no entienda tan magnánimo proceder, sepa que todo es por la democracia. Si los bancos perdonaran todas las deudas, tendrían que cerrar, así que lo mejor es perdonárselas a los partidos, que, al cabo, representan a los ciudadanos. Los banqueros son buenos en el fondo. Sobre todo, en el fondo”.

MARIANO MONTAÑAS:

“Yo solo leo prensa. Mira, mira, lo que llevo debajo del brazo: ‘La gaceta’, ‘El mundo’, ‘ABC’, ‘La razón’ y, por supuesto, ‘Heraldo’. Siempre con mi ‘Heraldo de Aragón’ y la muerte de un ratón”.

EDUARDO BANDRÉS:

“Godofredo Garabito es uno de mis poetas favoritos. Sus ’33 sonetos de amor en azul’ me han conmovido. Un ejemplo: ‘Escuchando el clamor del campanario / según lento la trágica agonía / sin acertar a ver lo que veía / como recta final hasta el osario’. Imprescindible”.

CARLOS CARNICERO:

“En su apasionante libro sobre el colapso soviético, David Remmick concede una gran importancia al momento en que los hechos históricos se imponen a la construcción de un relato. Cuando, en su famoso discurso al comité central, Gorbachov blanquea los asesinatos en masa del estalinismo y refuta el ‘Curso breve’ con que son programados los escolares rusos, lo que consigue es que millones de personas comprendan de pronto que pasan generaciones sirviendo a una colosal mentira que se confiesa ella misma como tal”.

LUIS DEL VAL:

“Yo, como me lo he leído todo, solo recomiendo. Quien leyera el ‘Ulises’ de Joyce o “El lobo estepario’ de Hesse, no tendrá derecho a la queja si se topa en una ‘operación retorno’ con un atasco de catorce horas”.

ÁNGEL AZPEITIA:

“Acabo de leer ‘La cortesía social’, y nos habla de las buenas costumbres en desuso y la utopía de ser igualitarios, finos, cordiales, lo que termina conduciéndonos verbalmente como auténticos groseros. Las mujeres siempre primero. Aceptada la cursilería, lo correcto sería cambiar el orden de los invocados con el fin de cumplir con la irrenunciable cortesía social. Gilipollas y gilipollos sería lo correcto”.

ENCARNA SAMITIER:

“Acabo de leer ‘El viejo y el mar’ y me parece que Hemingway no es un escritor demasiado bueno. Una novela aburridísima, como el resto de su obra, melodramas de escaso interés. Mientras en España esto no lo dice nadie, en Estados Unidos burlarse de Hemingway es casi una tradición literaria. Es como Almodóvar, adorado de los americanos y menospreciado en su país”.

MIGUEL MENA:

“Acabo de leer ‘La medicina de Dios’, de monseñor Julio Calatrava. Jesús siempre mostró una particular predilección por los enfermos: se acercaba a ellos, les hablaba y los curaba. Restaurando su salud física, manifestaba de forma visible su obra de salvación. Tu fe te ha salvado. Levántate y vete”.

PLÁCIDO DÍEZ:

“Estuve en la presentación del libro ‘La arruga es bella’, en Madrid. Estuvo la nueva Teresa Fernández de la Vega, donde varios amigos la confundieron con su nieta. El libro dice que para eliminar arrugas se emplea veneno de víbora, así que no descartes que lo que le ha pasado a De la Vega es que se haya mordido sin querer. En la presentación hubo quien preguntó por el facultativo de semejante obra de restauración. Con tal pericia, sería capaz de hacer pasar a Quasimodo por el hermano pequeño de Brad Pritt”.

ALEJANDRO LUCEA:

“A William Burrough se le retrata a menudo como un escritor oscuro y experimental. Por eso sorprende aún más si cabe la frescura cotidiana de las cartas que escribió en Europa, en la década de 1960, que acaba de publicar el académico Bill Morgan. Las cartas ofrecen algunos detalles interesantes del autor. Su gusto por intercalar en sus textos palabras en español. Los dos puntos con los que termina todos sus párrafos. Las faltas de ortografía y su preferencia por la grafía del inglés académico. Un catedrático de filologia inglesa que me dio clase decía que no sabía escribir… Si se llega a enterar Burrough, lo vapulea”.

CARMEN PUYÓ:

“Nada me interesa más que los sentimientos. En el libro ‘Palabras de amor’, de José Antonio Marina, se analizan más de mil cartas de amor de personajes famosos y desconocidos para penetrar en el corazón de sus autores y conocer sus experiencias y disfrutar con sus aciertos. Ahora bien, como la carta que me escribió mi primer novio, ninguna. ¡Qué tiempos!”.

JAVIER LOSILLA:

“Vuelve a editarse ‘Una humilde propuesta’, esa humorada negra del escritor irlandés Jonathan Swift, que recomienda cebar, vender y cocinar a los bebés como salida de las clases desfavorecidas frente a la crisis. Con un poco menos de extensión, el texto de Swift podría haber sido un artículo de ‘Hermano Lobo’, aquella mítica revista”.

GONZALO DE LA FIGUERA:

“Ahora que se cumplen sesenta años de su muerte, me estoy empapando de Enrique Jardiel Poncela. Su lema era que el artista, como las cometas, solo toma altura con el viento en contra. Un clásico del humor que decía que cuando un pobre come merluza es que uno de los dos está muy mal”.

PABLO HERNÁNDEZ:

“Ahora que se cumplen doscientos años del nacimiento de Charles Dickens, he leído varias obras suyas. ‘Los papeles póstumos del club Pickwick’ es una novela rebosante de la influencia del Quijote. También he leído sus relatos navideños, que fueron calurosamente elogiados por Marx y Engels. A mi modo de ver, Dickens distaba mucho de ser un partidario de la revolución. Yo creo que era un autor cristiano, que apelaba a Jesucristo, y a veces demasiado inverosímil y ternurista”.

JAVIER ORTEGA:

“Me ha entusiasmado el libro ‘Vivir el cocido’. Un buen cocido necesita sobremesa, y dedicar un recuerdo a esos benefactores de la humanidad que fueron, por un lado, el descubridor del omeprazol (usado en el tratamiento de molestias estomacales) y, por otro y relativo solo a los varones, el inglés que introdujo los tirantes en la indumentaria masculina en el siglo XVIII”.

SERGIO DEL MOLINO:

“Yo solo leo filosofía y el aborto es el único problema filosófico verdaderamente serio. De las dos clases de filósofos que existen (pontífices a lo Hegel y artesanos a los Wittgenstein), aquí solo se han ocupado los artesanos, porque Camus dijo que no había más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio”.

ÁNGEL DEL CAMPO:

“Acabo de leer un ensayo titulado ‘Un mal divorcio es un infierno’. No pasa nada por casarse y divorciarse. Hay que desdramatizar el divorcio: no siempre es un fracaso, puede ser un éxito. Ya lo decía Agatha Christhie: ‘Cásate con un arqueólogo, que cuanto más vieja te hagas más atractiva te encontrará’. Lo aconsejo.”

JAVIER PELARDA:

“Los ilustrados creían que para acabar con la ignorancia bastaba con aprender a leer y a escribir. Pues no, la gente solo lee y escribe estupideces”.

SERGIO BALMES:

“Recomiendo la lectura de mi cuento ‘Yo mataré monstruos por ti’, que lo escribí en cuarenta minutos para evitar temores nocturnos. A ver si engancho ochenta minutos y preparo mi primera novela. Y de ahí, aunque me cueste toda una noche de escritura, al best-seller”.

CARLOS GRASSA TORO:

“Acabo de leer ‘¿Dónde están mis gafas?’. El protagonista de este libro ha perdido sus gafas, y no deja de buscarlas encima y debajo de la mesa, dentro del frigorífico, en el sofá, por toda la casa, e, incluso, dentro de la boca del perro. ¡Guau, guau!”.

CARLOS CALVO:

“Lo último que he leído ha sido la entrevista que Vicky Calavia realiza a Alfredo Calderón en la revista ‘Rolde’. Entre otras cosas, habla de su libro sobre el guion de ‘Platero y yo’, película que dirige en 1964 sobre la adaptación –junto a Eduardo Mann- del original de Juan Ramón Jiménez. Hace poco, el propio Alfredo Calderón presentó en la filmoteca que dirige Leandro Martínez su último documental sobre la ciudad de Segovia, y es que siempre que puede se acerca por esta tierra nuestra para compartir y disfrutar de sus numerosos amigos –de los del cine y de los otros- que tiene. En todo caso, he de matizar que Alfredo Calderón no nace en Zaragoza, como se cree, sino que su ciudad de origen es Castellón (donde, además, tiene un negocio de barcas). En fin, de los Calderón de Castellón de toda la vida…”.

MIGUEL ÁNGEL REMIRO:

“Decía Poe, en su ensayo sobre Hawthorne, que todo poema debe ser breve porque de lo contrario se perdería la unidad de efecto. Leopoldo María Panero dice que también todo cuento debe ser corto y que lo importante es saber acabar. O sea, más te vale ir terminando que luego no habrá dios que lea lo que estás preparando, mandril”.

JOSÉ MIGUEL MARTÍNEZ URTASUN:

“Además de hablar de la confusión entre los términos paella, paellera y paellero, José María Pisa defiende en una íntima y rigurosa ‘biografía’ de la paella la integridad del plato español más internacional, malherida por todos los rincones del mundo. Yo defiendo una de las recetas recopiladas. A saber. Después de frito el aceite, se echa en él y se fríe el pollo y las demás carnes que hayan de servirse. Cuando estén de un color dorado, se fríen unos pedacitos de pimiento y tomate, se mezcla todo y, cuando ya está bien frito, se pone el caldo necesario para que se cuezan bien las carnes que hay en la sartén, y se pone el pimentón o el azafrán en polvo que se considere necesario para dar color. Cuando esté todo bien cocido, pueden añadirse caracoles, pedacitos de longaniza y los demás adminículos que se quieran. Después de haber hervido unos cuantos minutos, se añade el caldo necesario para el arroz y se pone el fuego necesario. Para conocer si hay bastante agua en la sartén para cocer el arroz, no hay más que colocar una cuchara de madera clavada por la pala en el centro de la sartén y añadir caldo mientras se sostenga derecha. Cuando la cuchara no se sostenga en pie, hay demasiado caldo. Cocida del modo que queda dicho y después de reposar en la forma expresada (de diez a quince minutos), se sirve la paella.” (Buen provecho, desocupado lector, y que le den a Poe y a Panero).

Cuando pienso que ya he realizado las suficientes entrevistas, un señor muy mayor, algo encorvado, con ojos de rana y boina en su calva se acerca y me pide un cigarrillo y lumbre para encenderlo. Le ofrezco un marlboro, se lo enciendo, y le digo no sé qué. Se me acerca al oído, y me dice, con una voz tosca y musical, baturra y rotunda, que está más sordo que una tapia, que le hable más alto, que su afición a las armas le llevó a disparar desde un interior y “la onda expansiva me dejó casi sin audición”. “¡Jo, ni que fuese el mismísimo Buñuel, señor, que, aunque algo más pálido y ojeroso, se le parece a usted un montón!”, le espeto. “Efectivamente, soy el que tú dices, pero llévalo en secreto que si no se arma un follón de la hostia”, responde. Me comenta que el último entrevistado no tiene ni idea, que “qué receta de paella es esa ni qué niña muerta”. Le cojo del brazo y nos dirigimos, para huir del tumulto –que a algunos les gusta más que a Arguiñano el perejil-, a una taberna alejada. Al llegar al local, en los alrededores del Tubo, nos damos cuenta de que no podemos tomar nada porque el dueño del lugar ha muerto y el personal vela su cadáver en un salón anexo al comedor. Nos vamos, sin sorprendernos, a otro garito y en este sí que pedimos un botella de tinto reserva del Somontano y dos vasos, y nos sentamos en una de las mesas del fondo del establecimiento. “En el cielo”, afirma, “me he hecho amigo de San Pedro, que es un cachondo, y es quien me ha dado poder para resucitar un día al año y ver cómo va el mundo. El problema es que en estas veinticuatro horas vengo sin vil metal y me las tengo que ingeniar para organizarme. Lo primero que hago es leer la prensa, que se ha vuelto muy conformista, luego me tomo mi dry-martini (que, por cierto, aquí, en Zaragoza, lo hacen rematadamente mal) y pido al personal cigarrillos, como a ti”. Y añade: “Lo que más me sorprendió del cielo es que los ángeles fuman. ¡Están tan solos! A lo mejor es que no pueden hacer otra cosa…”.

Entramos, luego, en Casa Nicolás. Allí, en una esquina, acompañado de una famosa que no recuerdo su nombre, diviso a Luis Alegre. “Este nosferatu”, me dice por lo bajini el maestro, “es un payaso. Lo vengo observando hace tiempo desde el cielo y me parece un pedante, un abrazafarolas, que sufre de un yoísmo mostrenco, putrefacto. Me recuerda, en cierto modo, al carnuzo de Pepín Bello”. Pedimos al barman otra botella de vino y dos vasos. Hermógenes, el dueño, nos aconseja un tinto de… ¡las bodegas Luis Alegre! ¡Toma del frasco, Carrasco! Y, encima, nos ilustra: “Se trata de uno de esos riojas aposentados en la parte media del escalafón que han conseguido que una marca universal nunca pierda fuelle, y en sus aromas se perciben las especias como vainilla-clavo y tonos de coco o tostados sobre un fondo mineral y balsámico, y en la boca tiene un ataque potente sin romper la armonía de la nariz con un beber muy envolvente en su conjunto”… “Sí, sí”, interrumpe el calandino, “pero métaselo donde le quepa y sáquenos un Cariñena joven, joven”. Hermógenes, presto, nos ofrece, ahora sin decir ni mú, un Torrelongares con un microrrelato en la contraetiqueta de… ¡Eva Puyó! ¡La que faltaba!

Y hablamos y hablamos y le pregunto que si le apetece hacer algún comentario sobre literatura. “Hay”, reflexiona, “mucha tontería en el mundo literario. Steinbeck, por ejemplo, no sería nada sin los cañones americanos. Y meto en el mismo saco a John Dos Passos y a Hemingway. ¿Quién los leería si hubiesen nacido en Paraguay o en Turquía? Es el poderío de un país lo que decide sobre los grandes escritores”. También me dice que, antes de volver a la fría sepultura previa al cielo, tiene que llegar a Madrid, para pasar las últimas horas que le quedan con Jean-Louis Carrière, y que si le puedo acompañar al tren y pagarle el billete. “Dicho y hecho”, le digo: “De Madrid al cielo”. Y seguimos, camino de la estación Delicias, hablando y hablando, de lo divino y de lo humano, y, aunque dice no gustarle, empieza a darme consejos: “El conformismo limita el conocimiento de la vida. No debes aceptar jamás como algo inamovible la realidad que te rodea. Tienes que ser anticonformista, provocador, trasgresor, divertido, y no expliques nunca a nadie tus motivaciones. La imaginación es un músculo que puedes desarrollar, pero tienes que hacer el esfuerzo de inventar algo cada día. Puedes hacer cualquier cosa… salvo cualquier cosa”. Le interrumpo: “Yo también querría ser inmortal y después morirme”. Y, entre risas, sentencia: “Eso es una manera de parodiar el mundo de los intelectuales pedantes. No es que no entendamos nada, es que no hay nada que entender”…

Llegamos a la estación justos de tiempo. Me despido deprisa y corriendo y le digo que esta experiencia ha sido inolvidable. Cuando, al fin, parte el convoy me siento en un asiento de los vestíbulos de la estación para poner en orden estas líneas. Un hombre de mediana edad se sienta a mi lado. Me llama la atención una mancha roja en forma de pera que tiene encima de las mejillas y huele un poco raro. Pienso en cambiarme de sitio, pero no lo hago. Cada tanto, el hombre consulta un horario y mira el reloj. “Se me ha hecho tarde”, dice, y no sé si se dirige a mí o lo hace para sí mismo. “¿Qué?”, pregunto, por si acaso. “Otra vez he perdido el tren y tendré que esperar hasta mañana”, responde. Me encojo de hombros y sigo escribiendo y pensando en mis cosas. “Hace diez años que no consigo coger el tren”, se lamenta. “¿Cómo ha dicho?”, le pregunto. “Que hoy tampoco podré ir a Madrid”, responde. “No le entiendo”, apunto. “Mi mujer me está esperando, y mis dos hijos. Deben estar mayores, llevo tantos años sin verles… Ya le digo, diez”, me dice, apenado. Guardo silencio. “Ahora les llamaré, como hago siempre, para decirles que hoy tampoco me esperen”. No entiendo nada. Acabo de dejar a Buñuel en el tren y cada dos horas sale uno hacia Madrid. “Podría coger el próximo”, le sugiero. El hombre sonríe con cierta pena. “No, no puedo”, dice. “Pero… ¿por qué?”, pregunto, intrigado. “Porque estoy muerto”, sentencia, lacónico y derrotado. Y yo, exhausto y perplejo, me levanto de inmediato, saludo al hombre y salgo por piernas. ¡Jo, qué ferias!

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