
Por Fernando Gracia
En nuestra tierra, abundan las Pilares. Y los pilares, ya que si no fuera así se vendrían abajo casi todos los edificios. Y los otros pilares, que llegan puntualmente cada octubre.
Y este año, para mayor abundamiento, en nuestro primer coliseo han recalado otros, bajo la fórmula del musical, que tantos rendimientos está dando en nuestro país en las últimas décadas.
Allá por 1989, Ken Follett dio en la diana con sus Pilares de la tierra, un soberbio folletín ambientado en el siglo XII, con el tema de la construcción de catedrales como eje central de un buen número de historias entrecruzadas, escritas con indudable habilidad.
Años más tarde la historia fue vertida al cine bajo el formato exitoso de las series. Al contar con un buen número de horas, se pudo acoger bastante bien la longitud del texto original, con lo que los lectores quedaron bastante satisfechos, habida cuenta que la producción no escatimó en gastos y el reparto fue muy ajustado.
Treinta años después de publicarse el libro, un compositor español, Iván Macías, que ya había tenido una buena aceptación con sus adaptaciones de El médico y El tiempo entre costuras, abordó la ingente tarea de resumir en dos horas y cuarto las más de mil páginas del texto de Los pilares de la tierra. Y parece ser que no le ha ido mal la cosa, porque tras varios meses en Madrid el montaje que ahora hemos visto en Zaragoza vuelve a la Gran Vía madrileña, esa que algunos exagerados ya califican de un nuevo Broadway.
En mi opinión la función es de aprobado alto, con algún momento notable. Ni me parece un musical cumbre ni una obra chabacana. El primer acto, con la presencia del personaje de Tom Builder -muy bien compuesto por Julio Morales, tenor curtido en la ópera-, el aroma me ha parecido muy al estilo de Los miserables, algo habitual en buen número de obras estrenadas en estas últimas décadas. No es mal ejemplo, no, en el que fijarse. Pero todo queda muy lejos del soberbio original en el que se fijan.
La segunda parte transcurre a toda velocidad en cuanto al desarrollo de la trama, con menos momentos musicales de nivel, hasta llegar a un final clásico bien resuelto, con el añadido de la aparición de un imponente rosetón, que impacta al respetable.
El primer papel femenino recae en Alba Carrillo, ya vista por estas tierras al frente de los repartos de los dos musicales del mismo autor mencionados más arriba. Tiene oficio, una voz agradable y actúa correctamente. El resto del elenco -hasta 22 conté saludando- cumplen correctamente, más en lo vocal que en lo actoral, donde se echa algo de menos una mayor adecuación en cuanto a la edad para encarnar según que personajes. O al menos haberlo suplido con caracterizaciones más ajustadas.
El género musical está llevando mucha gente a las salas. En este caso no se trata de una franquicia anglosajona, y eso es algo a aplaudir. En algunas ocasiones se está vendiendo a precio caro algún que otro gato por liebre. En la que nos ocupa no es así, pero tampoco llega a ser un musical de primera división, al menos bajo mi opinión. Eso sí, no me aburrí, lo que tampoco es cosa baladí.








