La Celestina de Juan Bolea o la tragicomedia descafeinada de Calixto y Melibea

 
Por Javier Lopez Clemente

     Acercarse a una obra dramática para realizar un nuevo espectáculo ya es un acto de intervención que arrima el ascua a la sardina del autor, y hay dos formas esenciales de hacerlo: realizar una adaptación o lanzarse a la versión libre.

    Josep Lluis Sirera plantea el debate del acercamiento contemporáneo hacía los clásicos en unas coordenadas muy claras. Si el autor se salta la literalidad del texto original, al menos se debería preservar los elementos que le dan relevancia a la obra, y a partir de ahí construir un diálogo entre pasado y presente, de manera que la relectura aporte nuevos códigos, lenguajes y complicidades.

   Juan Bolea se acerca a La Celestina mediante la segunda opción, así que desde el punto de vista formal realiza una reescritura activa en la que reorienta y reinterpreta la obra dramática original. Este tipo de acercamiento, en palabras de Jesús Campos García, corre un grave peligro: Diluir en exceso las intenciones de la obra hasta llevarla a lugares muy alejados del original por razones de marketing para que el prestigio del referente sea el reclamo comercial y pelillos a la mar.

     Aunque los motivos dan un poco igual, lo cierto es que Bolea moldea la obra original para construir una peripecia que aborda de una manera diferente los grandes temas que construyen el relato: el amor y la avaricia, sin embargo también elimina otros tan importantes como la transición tragicómica de los acontecimientos azuzados por la venganza y una confesión final que sirve de catarsis.

    La propuesta amorosa que Rojas presenta en ‘La Celestina’ es la transición entre el amor cortés y un amor digamos que renacentista. El paso de la tradición literaria medieval donde lo que se dice es mucho más importante que lo poco que se hace, a un cortejo marcado por una acción que tiene como objetivo un amor caracterizado por la carnalidad voluptuosa del deseo hasta satisfacer con gozo y alegría los apetitos sexuales, semejante ejercicio suele dejar en segundo plano los requiebros literarios y se centra en las caricias.

    ‘La Celestina’ ejemplifica este cambio de modelo mediante la superposición de dos planos. Resulta cómico que los criados usen los mismos moldes de expresión que sus amos cuando sus situaciones son absolutamente diferentes, mientras los amos nos muestran grandes recursos retóricos y parlanchines sin llegar a tocar piel con piel, los criados son mucho más variados, rápidos y atinados a la hora de unir el calor de sus cuerpos en fuegos sexuales. Bolea cambia en este asunto dos cosas fundamentales.

   La dramaturgia mantiene de inicio la relación cortés entre Calixto y Melibea, sin embargo el cambio de esa forma de amar se ejemplifica con una modificación del espacio vital de Melibea, que deja su jardín para vivir en las estancias de Calixto desde donde observa su antiguo lugar de un trabajo tan creativo como la moda. Esa modificación tiene toda la pinta de cambiar el amor cortés por una especie del típico amor romántico dos punto cero tan idealizado como antiguo en época contemporánea. El mensaje de la mujer que lo abandona todo por acompañar a su amor nada tiene que ver con la obra original.

    Mientras Rojas deja las muestras visibles de amor voluptuoso en el lado de las criados, Bolea define este contrapunto amoroso con el riesgo de una triple pirueta mortal. El amor voluptuoso se produce entre Sempronio, servidor de Calixto, y la propia Celestina. Para este movimiento necesita rejuvenecer a la hechicera y, de paso, aprovecha esta novedosa relación amorosa para mezclarla con la verdadera conexión entre estos dos personaje, que no es otra que su amor por el dinero y las ganas que tienen ambos de aumentar su patrimonio engañando al Calixto enfermo de amor.

   Esta relación entre Celestina y Sempronio terminará de mala manera por la avaricia de la hechicera que quiere engañar al amo y de paso al criado. Ahí entra la venganza del criado que terminará con la vida de Celestina. Bolea respeta ese momento pero obvia que el destino juega a la contra de Sempronio que también terminará muerto. Este paso es esencial para el desarrollo de la obra porque provocará la venganza de la mujer que bebe las carnes del criado y así, a la larga, su muerte será la espoleta que traslada la comedia amorosa a la tragedia que estalla para destruir el amor entre Calixto y Melibea que, si hasta entonces habíamos visto cortés, falta muy poco para que descubramos toda la dimensión de ese nuevo amor, ese es el cambio esencial que necesita la obra que llega en la cumbre final con un monólogo vibrante de Melibea donde, más allá de la muerte, se proclama la victoria del amor lúbrico de gozos, frente al requiebro de versos y sueños.

   Toda esta complejidad se queda en el limbo porque, cuando Bolea omite la muerte trágica de Sempronio atasca el motor de la tragedia y no le queda más remedio que justificar la muerte de Calixto en un accidente del que Melibea se entera por teléfono. La respuesta de la amada no va más allá de unos balbuceos para hacer un mutis y la verdad, no estoy seguro si por accidente o suicidio, morir fuera de escena. La decisión de que Calixto y Melibea mueran fuera de la visión de los espectadores le resta a esta historia de amor de la fuerza dramática necesaria para conmover a un patio de butacas, que en lugar de implicarse en los sucesos tan solo pueden ejercer de  espectador de los acontecimientos, una posición que los aparta de la emoción final que requiere la obra.

    El texto de Bolea tiene una buena musculatura con algunos momentos donde las frases suenan contundentes, redondas con ecos de expresión que recuerdan el tono de la obra original, y a la vez es eficaz en los asuntos contemporáneos que la escenografía pretende subrayar mediante la proyección de imágenes frías con vocación de situar geográficamente una peripecia que no necesita de brújulas para saber dónde se encuentra la acción, y que a la postre le quita foco a las palabras en lugar de subrayarlas.

   La dirección de Bolea deja huérfanos a los actores. La sensación durante toda la obra es la ausencia general de teatralidad porque toda la preocupación del director parece centrarse en que se diga bien el texto, y eso ocurre con solvencia, pero sin embargo falta un trabajo definido para que los actores tengan un criterio al que acogerse para dar sentido a las deambulaciones por el escenario, que las distancias entre sus cuerpos sean las adecuadas para aumentar la intensidad emocional de las réplicas, y tener como objetivo que las reacciones corporales atiendan a lo que el texto expresa. Y es ahí donde se aprecia los diferentes niveles de veteranía del elenco. Mientras la dirección desaprovecha la dulzura de Sara de Leonardis (Melibea) y la imponente presencia de Alberto Santos (Calixto), ellos se agarran al texto sin mucho riesgo, y el director les deja hacer cuando debería encontrar una relación que explotara mucho más esa química que el público ve en base a la palabra, pero que para los personajes son las brasas sobre la que palpita el deseo carnal. Esa es la identidad perdida y que la obra pide a gritos que se materialice.

    Los momentos más teatrales se producen cuando la acción recae en la pareja de Celestina y Semrponio. Lorena Soler juega muy bien esa manera particular que tiene de estar en escena y una fuerza en su actitud y su mirada que ya hemos visto en otras producciones. Luis Trébol realiza un excelente ejercicio con esa prosodia que tanto y tan bien ha cultivado en el teatro leído, su manejo de las frases y los cambios de entonación marca de la casa consiguen un buen armazón para un personaje, que quizás pide otro tipo de gestualidad más acorde a su condición.

   Juan Bolea escribe en el programa de mano que se acerca a La Celestina para hacer una versión libre que respeta el argumento original pero alterándola mediante la actualización de las referencias morales y sentimentales de los personajes. Sin embargo la sensación que tuve al final de la obra fue que la modificación de gran parte de la trama, más que actualizar la obra de Rojas, tan solo la convierte en la descafeinada tragicomedia de Calixto y Melibea.

‘Celestina’

Producción: Oyambre Producciones & Infinity Broadcast Media. Texto y dirección: Juan Bolea. Reparto: Lorena Soler, Alberto Santos, Sara de Leonardis y Luis Trébol. Producción: Alejandro Bolea. Lus y sonido: Alfredo Mompel. Atrezzo: Jacbo Atienza.
Miércoles 15 de octubre de 2025. Teatro del Mercado.

Artículos relacionados :