Cuarto Oscuro o un master en jadeos


Por Javier López Clemente

Les confesaré una cosa que hasta hoy he mantenido en secreto: Una vez estuve en un cuarto oscuro. Fue una tarde de sábado a las pocas semanas de llegar a la ciudad.

Estaba tomando unas cervezas con uno de mis compañeros de clase y un par de amigas suyas hasta que la ronda terminó en un garito que se llamaba “Cachaito”. Pedimos nuestras consumiciones en la barra y mis acompañantes, entre sonrisas que detecté nerviosas y algún empentón subido de tono, me llevaron hasta una habitación en la que, aunque no se veía absolutamente nada se percibía el sabor agridulce que produce la mezcla del sudor y el deseo. Mi desconcierto eclosionó cuanto sentí como una lengua pretendía atornillarse a mi boca y me las piré todo lo rápido que pude. Seguramente no estaba preparado para semejante sorpresa, al fin y al cabo todavía era un chaval de pueblo al que le gustaba el cortejo en el parque, las risas en el bar de la plaza y un revolcón de besos y magreos en algún ribazo, y bajo la cálida luz de la luna. No estaba preparado para aquella experiencia, demasiada sofisticación para un paleto.


Por eso quería ver la función “Cuarto Oscuro” que la compañía Microteatro Zaragoza presenta en la sala El Extintor. Quería encontrar las respuestas que aquella escapada juvenil todavía me provocan ¿Quienes transitan por esos lugares? ¿Cuales son sus motivos? ¿Qué buscan? ¿Sacian sus apetitos espirituales o todo es una cuestión de piel? Si, tienen razón, quizás sean muchas preguntas para una función de teatro.

La representación comenzó con lo que podríamos calificar como una seña de identidad muy interesante de Microteatro Zaragoza y su especialización en la iluminación indirecta de sus espectáculos a base de linternas. La ejecución de las luces y las sombras fue muy sugerente porque ver y no ver no eran opciones enfrentadas, formaban parte del clima de deseo al que nos invitan los actores que, jugando en un amplio espacio, conformaban figuras y situaciones muy interesantes por las perspectivas de los diferentes planos. El concepto, la idea de la función y su envoltorio, invitaban al optimismo sin embargo, tras el primer impacto y la curiosidad por la coreografía de múltiples y variados deseos, posiciones y otras delicias… me pregunté por el desarrollo de la trama. Y es ahí dónde la obra cojea porque no hay una evolución claro de ninguno de los personajes que, aunque nos muestras sus pasiones, miedos y deseos, lo hacen con materiales frágiles. La función pide una argamasa más consistente, asideros a los que actores y público puedan amarrarse para entrar en ese lugar de encuentro, de mezclas, de engaños y verdades. Un universo que solo atisbamos pero al que no podemos acceder porque falta un camino que nos lleve hasta su interior, y dar el paso que separa la pasividad de mirar del dinamismo cómplice de quien siente las pulsaciones de la vida que se nos propone en escena.

Los papeles masculinos, salvo varios gag con gancho, son planos, tan sólo un esbozo impuesto por un texto casi inexistente y unas situaciones que terminan por carecer del suficiente interés aunque los actores las defiendan con oficio y credibilidad. Ellas tienen más de suerte, además del repertorio de jadeos, tan variado y abundante como el de sus compañeros, al menos tienen la ocasión de mostrarnos un poco más de sus personajes. Y es una alegría porque Minerva Arbués y Susana Martínez, en esos pequeños bosquejos, dejan entrever su potencialidad como actrices.

Cuarto Oscuro es, sin dudarlo, una buena idea a la que le falta un cuarto de hora de cocción para perfilar una historia. Sin esa profundidad temática solo nos queda un intento, una pirueta, un muestrario dónde el mayor interés radica en contemplar la entrega por la causa de los actores. Al finalizar tuve la sensación de asistir a una clase en una escuela de teatro antes que a una representación.

Cuarto Oscuro está pidiendo a gritos más músculo dramático: La aspirante a meretriz, la periodista, el señor de los abrazos profundos y la brocheta precoz de señores se lo merecen.

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