La corrupción se soluciona con más democracia / Mariano Berges


Por Mariano Berges
Profesor de Filosofía

     Mucha gente hemos escrito artículos sobre la corrupción política en muchos momentos distintos a lo largo de nuestra historia democrática.

   Y repasándolos, uno está tentado a repetir la misma tesis y casi la misma redacción. Porque un escándalo de corrupción política acaece en nuestro país cada cierto tiempo y casi siempre con las mismas características. Y siempre ligado a uno de los partidos políticos centrales, bien estatales bien regionales. Estas cosas solo son posibles en la maraña del poder. En la España democrática posfranquista la corrupción ha estado siempre en los entresijos de PP, PSOE, PNV y CDC, que han sido los partidos vertebradores del poder en sus respectivas demarcaciones. ¿Es la corrupción algo normal en las democracias representativas? Con alguna excepción, parece que sí. Y aparece también otra pregunta: ¿Es una acción de sujetos individuales o una red de financiación irregular-ilegal de un partido político? ¿O las dos cosas?

    Y siempre se repite la misma trama: políticos con poder y capacidad de decisión, con la colaboración de empresas beneficiadas por las decisiones políticas. Añádase cargos públicos y altos funcionarios, necesarios para dar apariencia de normalidad y legalidad. Cambian los nombres, ahora son Cerdán-Ábalos-Koldo. En otro momento fueron Bárcenas, Roldán, Pujol, el del 3% catalán de CDC, etc. Anteriormente, otros nombres, pero siempre la misma historia. En los países autocráticos, autoritarios y dictatoriales, la corrupción llama menos la atención porque esa es la situación normal y los hechos pasan desapercibidos porque forman parte de la estructura social y política del país.

    En mi artículo anterior había un párrafo que, aunque largo, no me resisto a transcribir porque es causa imprescindible de lo acaecido estos días en España: “Una de las causas del pobre nivel político español es la estructura imperante en los partidos políticos. Y en esto, todos los partidos son prácticamente iguales. Son excesivamente endogámicos, el debate interno es inexistente, el poder de los dirigentes es oligárquico: el que manda manda y el resto no pinta nada; el nivel intelectual-político del militante medio es muy pobre; se confunde la política con el maniobrerismo: el más astuto es el mejor político; el bien común es un concepto escaso, priman más los intereses personales. Negro panorama el de unos partidos políticos que se han engordado demasiado tras el ayuno de 40 años de dictadura”.

    Todo el mundo mira a Sánchez. Es lógico. Es el que manda y el que teledirige las grandes decisiones. Ningún Secretario General del PSOE ha tenido tanto poder. Para ello son necesarios muchos corifeos que le hagan la ola y ejecuten sus deseos. En todo acontecimiento de corrupción política suelen ser tres los niveles: el nivel individual, el nivel orgánico del partido y el nivel institucional de la Administración. A veces funcionan por separado y a veces funcionan conjuntamente. Unas veces se trata del enriquecimiento ilícito de personas individualmente y otras, se trata de una financiación irregular-ilegal del partido político. Y otras veces de ambas, pues el que reparte se suele quedar con la mejor parte.

     Y, por último, quedan las repercusiones político-sociales que todo esto deja en la sociedad: escándalo, desmoralización, desafección hacia la política y los políticos, aparición de partidos extremistas salvadores, etc. Malos tiempos para la lírica. En estos momentos, parece que Sánchez está maniatado por sus propios socios de investidura, que intentan rentabilizar aún más las promesas hechas: completar la amnistía; ejecutar la financiación catalana singular; progresar en el independentismo vasco, etc. Pero el crédito de Sánchez parece agotado. Se nota en la línea que siguen algunos medios: “El Confidencial” sigue en su línea antisanchista; “El País” es más crítico con Sánchez que antes; igualmente “elDiario.es” y “La Sexta”. Y los últimos sondeos parecen ir en esa dirección: todos los partidos bajan menos Vox que casi dobla el número de diputados. Parecía que España era la excepción en el advenimiento de la extrema derecha, pero no, parece que hay extrema derecha para rato.  

    Pienso que la solución que hay que estudiar no es ni personal ni coyuntural, sino estructural. Hay que volver a rearmar una socialdemocracia potente, sin urgencias ni personalismos, con propuestas a favor de la mayoría social y con gestos y decisiones que favorezcan el bien general, independientemente de quien lidere cada momento. La gente está harta de falsas soluciones y de peleas barriobajeras. El partido se juega en la centralidad y no en los extremos. En fin, lo que exige el momento es reflexión y generosidad, pues la política democrática se basa en el diálogo y la cooperación. Solo así volverá la confianza de los ciudadanos hacia los políticos, pues la confianza es la clave de todo sistema democrático.

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