Un viaje por “Egocentrismos” alumbrado por José María Conget.

Por Sara Muñoz Rando

   Termino la última página del último libro de José María Conget y lo primero que pienso es que alguien tiene que hacerle una película a Maribel.

    Lo segundo que Egocentrismos debe leerse en una butaca de cine de barrio de Zaragoza, lástima que no queden, menos mal que quedan estas páginas. ¿La literatura no cierra? Lo tercero que pienso es que no sé en qué lista incluir a José María: quizás en la de personas que me joden y no sé por qué, o quizás en una de las otras dos, no lo sé bien.

   Lo que sí sé es que Conget muda en Singet dejándose llevar por su propia prosa en este tan caprichoso y ecuánime como justiciero y voluble egotrip donde se despoja de todo peso menos del literario. El paréntesis del paréntesis lo caracteriza en estas líneas en las que explora la pluralidad de la exaltación de los posibles yoes. La “s” final del título no es aleatoria, como nada parece serlo en sus palabras tendidas aquí de tal forma que se asemejan a la colada perfecta: el último calcetín que se te cayó por el camino a tender, casa en el hueco final del cordel, rencontrándose con su semejante menos lleno de pelusas ya colgado antes.

   La disculpa prematura abre la obra cual denso desplazamiento de suave, gordo y plúmbeo telón que aguarda tu pantalla de cine favorita con “Excusatio (Non petita…)” a modo de particular captatio benevolentiae. La tela se torna áspera en “Los gustos culpables” que derivan en cuestiones que rasgan cítricos debates ético-estéticos. A continuación, junto a “Las chicas del taller” conocemos las costuras del pasado que tejen lo que fue un presente y dio pie al futuro que vive hoy nuestro autor. A través de cómo mira José María llegamos a explorar rincones del ego que escuecen y sanan a partes iguales en su propio harem entre maniquíes vivientes, metros amarillos y películas (a las que yo denomino) de tíos. Desde zagal, ojo avizor, interpretando, mirando fuerte. Su cómoda prosa te mece entre anécdotas, filmografías y literaturas perennes.

   Nos introduce sin darnos cuenta en “La habitación verde” en la que, generoso, nos regala el contenido que debe incluir su obituario dando pie al desarrollo de diversos textos realizados por la memoria de otros seres de luz dedicados al oficio de la portería, digo, de la escritura con los que no podrá tener ya más capazos. “Un agradecimiento tardío” brinda por el primer triunfito Ángel Ezcurra; “Homo Ludens” chinchinea por el anticarajote Carlos Edmundo de Ory; “De obsesiones y fantasmas” woolfea a Ana María Novales; “Del tamaño de la vida” encuentra la medida cuando el vaso colma por Félix Romeo; “Última despedida” propone un emotivo y poético final del poeta que nunca se fue Fernando Ortiz.; “El hombre de las cien mil fichas” vive internacionalmente en Luis Gasca y el celuloide.

   Este tono verdoso nos mece hasta “El que fue a la guerra” donde apreciamos cómo la memoria histórica reside en la mente de los yacientes, dejando que los testigos inertes muestren el silencio que desaparece shh…igilosamente. Volvemos a la vida a través de “Estrategas de Narciso” que congrega peripecias de escribidores para conocer después al “Fundador” y al indomable justiciero Carazo. “De complejos y traiciones” brinda sugerentes reflexiones para seguir llenando libretas y libretas. Cuando parece que el texto llega a su fin “Unas cuantas trivialidades (A modo de diario apócrifo)” cesa sin terminar la obra dejándola abierta con la pregunta final.

   Esa camiseta ya descolorida de tal festival parece que nunca tendría algo que ver con ese radiante pañuelo de cachemir, pero es la lavadora las que las seculariza y revoluciona a partes iguales. Conget es esa lavadora que alberga kilos y kilos non finitos de prendas literarias. Aplica el suavizante sin tener en cuenta a qué, centrifuga cada prenda sin fijarse en quién la llevará. Qué gusto hacer la colada con este compuesto de telares tan diversos como estupendos.

  Al igual que nuestro autor, tampoco acostumbro a reseñar libros de mis amigos pero como no somos amigos (todavía) ni esto es una reseña (tropelías) escribo esto para que la literatura no cierre. Quizás nos unan estas letras como lo hizo con Miss Novales tras la reseña que ella le hizo de su primera novela. ¿El Pollo Urbano será nuestro Heraldo? Esto es lo más parecido que tenemos los jóvenes a esperar un nuevo número de la revista que ansías, pero nunca conoceremos, por desgracia, lo que es tener una amistad epistolar. La paciencia se ha perdido, José María, menos mal que la literatura no cierra, espera y consigue que uno mueva el pene y la polla, aunque sea por pena. La literatura, vanidosa o no, siempre espera.

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