En recuerdo de Manolo García Maya / Miguel Clavero

 
Por Miguel Clavero

Hacía una buena mañana aquel  trece de Octubre.

    En la zona noble  del cementerio de Torrero, junto al mausoleo de Joaquín Costa, ahí estábamos: familiares y una inmensa multitud de amigos,  despidiéndote: Manuel García Maya, el último tabernero, del bar Bonanza de Zaragoza, dejándonos —qué cabrón!— en plenas fiestas del Pilar, solos y desamparados: ala! apáñatelas ahora tú solo en este mundo hostil.

   Qué vamos hacer ahora sin tu sabiduría? Qué rumbo poner a nuestras vidas sin el timón que tú dirigías? Ya ves Manolo, ayer nos dejaste siendo sólo un tabernero pero te reclamamos todos como un Dios….

    Bar Bonanza, un día cualquiera:  apertura a partir de las ocho de la tarde, según “horario marxista” de Manolo y hasta las doce de la noche.

Detrás de la barra: su púlpito, atendiendo las consumiciones de los parroquianos, y cuchillo jamonero en mano, —cuan si de  Neptuno con su tridente dictando sentencia se tratase—  ahí estaba Manolo repartiendo “doctrina.”  Está de vez echando mano de la filosofía de Fernando Pessoa:

    «Amar es fingir, nunca amamos a nadie: amamos, sólo, la idea que tenemos de alguien.  Lo que amamos es un concepto nuestro, es decir, a nosotros mismos amamos.»

  Todos escuchábamos, y añadía, esta vez del repertorio de Manolo: «Conclusión: quisiera que me llegara la “pijorra” hasta el culo para darme gusto a mí mismo sin molestar a nadie»

  Toda la clientela del bar: obreros, pensadores, poetas, artistas, bohemios, intelectuales y, en definitiva todo aquel que necesitara reponer fuerzas:  con sus “platos de verdura;” sus “floreros;” y sus bien cargados “morteros,” reíamos sus chistes, chistes, que seguramente en boca de otros, no hubieran tenido gracia. 

   Pero Manolo aún tuvo a bien, en el día de su entierro, “invitarnos” a un último  “mortero metafísico” a los allí congregados para, seguramente, serenarnos en nuestra aflicción .  Y es que hay personas que, aún después de muertas, siguen vigentes entre los vivos. Eso suele pasarle a los que realmente son grandes de verdad.

   Nos quedamos boquiabiertos al ver que no cabía su ataúd en el nicho, por culpa del crucifijo que éste lo decora.  Ni cortos ni perezosos los empleados municipales, de un empujón lo metieron en el nicho,  haciendo saltar por los aires el crucifijo que lo impedía.

Acto seguido se cubrió  el féretro con una bandera de su  amada República española, tal como lo    hubieras deseado en vida…

     Hasta siempre Manolo. Descansa en paz…

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