Al filo de lo inevitable / Eugenio Mateo


Por Eugenio Mateo
http://eugeniomateo.blogspot.com/

   Estamos al filo de lo inevitable. Tan categórica afirmación no viene a referirse a la política ni siquiera a la gobernabilidad. ¡No! Es algo más doméstico.

    Aunque consabido por activo y por pasivo, el statu quo navideño se nos echa encima sin remisión; cada año antes, cada edición más omnipresente. Los fenómenos inexplicables a los que se dice dedicar esta algarabía de oropel son cada vez más paradójicos. Por ejemplo, que poblaciones enteras del gran país de Oriente se dediquen durante el resto del año a fabricar para todo el orbe el atrezzo necesario para decorar y sobrecargar los espacios públicos y los privados, han conseguido que la globalidad prescinda de los sentimientos religiosos y tradicionales y que todos los elementos que alteran el sensato gusto de la sobriedad estén fabricados por aquellos que carecen de credo bajo la omnímoda dictadura del proletariado…(o algo así), de tal modo que el pseudo fervor  navideño se sirve de adornos fabricados por los que no lo tienen para hacer patente que es Navidad, ¡Oiga! ¡Vaya negocio!

    Me viene a la cabeza aquello de: “A río revuelto, ganancia de pescadores”, porque, díganme si no, como se orquesta un movimiento alienante si no se abusa de la predisposición de la gente a dejarse incluir en la gran alienación. Todos tenemos amigos que dicen respetar la sagrada tradición del nacimiento de Jesús, y seguramente lo creen con la misma determinación con que mantienen su fe. Nada que objetar; enhorabuena. Lo que pasa es que una cosa es decirlo y otra hacerlo, y al final, todo “chipirichi”, salvo honrosas excepciones, acaba siendo engullido por el fasto y el consumo autocomplaciente y se nos llena la boca de mantras pacifistas, de amor forever hasta la cuesta de enero, ˗˗a la que la RAE tendría que cambiar su etimología si no se quiere quedar obsoleta˗˗, de sensación de limbo con fecha de caducidad en los rostros. En fin, todo un drama evitable sólo para los verdaderamente no contaminados. Para el resto, el drama se vive como se puede y si no le llega a usted para comprar rodaballo de piscifactoría, pues compre un bogavante gallego (de esos con tintes azules, que son los buenos) y empéñese con el banco hasta donde le permitan sus referencias financieras. Total, es Navidad; quiera al vecino que le amarga las noches con sus broncas como a su mejor amigo; invite a su casa a un pobre y no sea demasiado purista en el término, los encontrará a mansalva en cualquier paso cebra; comparta, sea generoso, es navidad. Regale, cumpla el protocolo, escriba miles de felicitaciones, no le importe hacerse pesado; los demás están esperando que lo sea. Crea en el semejante, concédale categoría de igual, es sólo por unos días, ya habrá tiempo de que las cosas vuelvan a su sitio. Invite a su mesa a un rico, el intercambio es productivo, se le puede caer algo de un bolsillo, nunca se sabe. Hágase promesas a usted mismo, nadie más sabrá que las hace y  podrá romperlas sin perder la compostura. Cante, baile, beba, coma, ame, viaje, sea feliz, es navidad, ¡oiga!

   Habría que guardar, por si acaso, un plan B. Pongamos por ejemplo una escapada al país de donde proceden guirnaldas, renos, papás Noel, arbolitos nevados, ángeles sin sexo y toda la caterva de elementos foranos que propician el ambiente inevitable. Con toda seguridad, el plan B no funcionaría por la simple razón que, a usted, extranjero en Shangai, le iban a caer encima todas las reminiscencias navideñas, pues ya se sabe que el capital necesita de treguas para reafirmarse. Como es difícil encontrar rincones en donde se rinda culto a la primigenia razón de la fiesta cristiana, busque una cueva, una simple caseta perdida, un huerto o un páramo inclemente. Cualquier sitio es bueno con tal de abstraerse de la triste realidad, protagonista por la aquiescencia de tantos “colaboradores necesarios” Tírese al monte, haga ayuno, mire al cielo y busque la estrella que da razón a todo. Encuéntrese a si mismo entre la sutil parafernalia y vuelva al origen de las cosas, aunque no las crea. Le ayudará a entender la sinrazón de las modas y hasta a encontrar la clave de la Piedra Roseta. Actúe como si le fuera en ello su identidad; al fin y al cabo, una civilización sin hábitos no merece ser catalogada como tal, y hay hábitos que trascienden.

    Feliz armisticio transitorio, queridos lectores invisibles. Deseos de un buen decenio.

    Amén

Artículos relacionados :