Los Pinchapiedra, una memoria del gramófono

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Por Carlos Calvo

      Alguien dijo que “sin música, la vida sería un error”. La música es un relato y, como tal, es deudora del tiempo de su historia, o sea, del presente, de su propia historicidad. Contar y escuchar lo que pasó es como una cosa muy humana.

     Explicarnos nos singulariza como especie. Así que nada de abolir el sonido de la música de antaño: dejaríamos de ser quienes somos.

     El sonido del gramófono es un ejercicio sobre la memoria, una reflexión en forma de investigación musical, donde el pasado y el presente se entrecruzan de manera tan fluida como de marcado interés, al tiempo que sugiere toda una serie de sentimientos, con su lirismo y su carga de libertad, tristeza y felicidad.

      El gramófono nos ofrece todo un viaje en el tiempo. El viaje que esconde cada pieza musical hasta que, por fin, queda culminada la proeza de atrapar el tiempo. Algo así como el abrazo del amor musical visto –y oído- a través del prisma del tiempo transcurrido. Y el amor por los discos de piedra, como impulsos por recuperar la memoria. Ahora las personas acaso busquen más intimidad para que así puedan encontrar su sitio en un mundo que crece y se desarrolla. La búsqueda de un futuro sin olvidar su historia y su leyenda. Conservando nuestro patrimonio construimos una sociedad mejor que valora el arte, el conocimiento y la cultura.

      Los ‘Pinchapiedra’ lo tienen muy claro. Son una suerte de arqueólogos musicales que amenizan fiestas y festivales y se ofrecen para ‘pinchar’ en celebraciones de todo tipo. Su amor por los discos les unió y ahora ejercen de singulares ‘discjockeys’. Le dan a la manivela y, dale que te pego, los discos de pizarra empiezan a sonar, con su impagable chisporroteo, buceando en la escena musical latina, española o anglosajona de los años veinte, treinta, cuarenta o cincuenta de la centuria pasada, en unas sesiones eclécticas que pueden ir del jazz a la copla, del charlestón al flamenco, del boogie a los tangos, del foxtrop al chotis, a los pasodobles, a las jotas, al bolero, a la ópera, a la zarzuela, a todo tipo de rarezas y curiosidades.

      Unas músicas en blanco y negro, por decirlo de algún modo, en discordia y en armonía, sin aval y con garantía, de memoria y de corrido, en prosa y en verso, de luto y de bautizo, sin aliñar o en su salsa, que evocan multitud de recuerdos con su sonido original de la época. Está estudiado que la evocación de recuerdos ayuda a los mayores con problemas degenerativos. Y se emocionan. Y recuerdan. Y disfrutan.

      Se puede confundir el pasado y la memoria, pero son dos cosas muy diferentes. El pasado se construye con hechos, con eventos que han sucedido. La memoria es un acto de hoy que recuerda el pasado y siempre lo transforma. Somos, en fin, memoria de un paisaje. Sin memoria no seríamos nada. Y sin música, la vida sería un error.

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