Estambul, ciudad de muertos.

Por Marshall

Se deja ver, no es ninguna realidad oculta. Estambul tiene devoción por la muerte porque está llena de ella. La ciudad está salpicada de cementerios, algunos visibles y otros no.
  Están los anónimos, los de la gente de a pie y los de la nobleza del Imperio Otomano.

     Un imperio que, como todos, tenía un intenso hedor a muerte. Más que nada porque, aparte de hacer la guerra, se sustentaba en prácticas como el fraticidio masivo para llegar a ser sultán (hubo sultanes que llegaron a matar a decenas de parientes para acceder al trono).

    Al fin y al cabo son miles de años transitando la Historia. La grande, con mayúsculas, y la de la gente pequeña. La de cuya vida no deja mucho más que una anotación burocrática. De ello fue parte de mi pequeña visita.

 

      El año pasado me impactó como un mazazo un libro de la escritora turco británica Elif ShafakMis últimos 10 minutos y 38 segundos en este extraño mundo.
Es una historia descarnada y poética de la cara fea de Estambul. Un monstruo urbano de 17 millones de habitantes aproximadamente. 

    Aproximados porque nadie ha conseguido hacer un censo real de cuánta gente vive en su conurbación de 100km de largo que ha ido absorbiendo poblaciones cercanas.

 

    La novela la protagoniza la prostituta Leila Tequila que reflexiona mientras acaba de ser asesinada y arrojada a un contenedor de basura.

    Nos presenta una galería de personajes que viven al margen de una sociedad que ofrece varias caras. Moderna por un lado y musulmana por otro, pero que está llena de esquinas oscuras donde se mueven personas como la protagonista.

     Una historia en que aparecen desmontados varios de los tabús de la sociedad turca: el consumo de alcohol, la homosexualidad, los matrimonios concertados del ámbito rural, la religiosidad hipócrita…

 

     El relato nos traslada a varios lugares, pero concluye en un lugar desolador: lo que llama la autora el cementerio de los solitarios, en Kilyos. Un gran cementerio a 28kms del centro de Estambul y a un paso del Mar Negro. 

       Kilyos es un pueblito marítimo de claro origen griego ahora absorbido por la urbe, con negocios de venta de pescado y un par de playas.

     Pues bien, me decidí en mi cuarta visita a Estambul a conocer ese cementerio en un pequeño ejercicio de mitomanía innecesaria.

 

    Una hora y media de transporte público, una de las cosas que mejor funciona en Estambul (y menos mal) hasta una zona de robledales y pinares.

    Un día gris y lluvioso que se prestaba a la visita. 

    Hay un entierro. Solo hombres, como prescribe la religión musulmana. Las mujeres, sin embargo, son las que más pululan por el recinto. La occidentalización de Turquía ha traído costumbres como depositar flores. 

 

     La mayor parte del cementerio son tumbas musulmanas. Incluso extramuros, pues la necrópolis va creciendo paralela a la superpoblación de la ciudad.

    En el muro oriental las tumbas cristianas. Mezcladas ortodoxas con católicas.

    Donde se terminan los caminos cimentados y mirando a una autopista varias extensiones de tumbas sin nombre ni lápida. Sólo números pintados en tablas.

     Las de los nadie. Prostitutas como la imaginada protagonista de la novela de Shafak, suicidas y, en los últimos años, las vidas de refugiados que se ahogan en tránsito al sueño europeo.

 

       Aún así el paraje no es desagradable del todo. El clima cerca del Mar Negro es húmedo. El cementerio está situado en medio de un robledal y hojas y bellotas tapizan el suelo. 

     Lejos del estrés de la frenética ciudad los anónimos descansan en paz.

       ¿Quién sería la nigeriana Esther, muerta con 28 años? Su nombre era de los pocos que mereció una lápida. En otras tablas hay garabateadas algunas palabras, una fecha.

 

     A un paso dos fosas abiertas esperan. Hay que ahorrar trabajo. Los muertos que terminan allí muchas veces no pasan por el hospital. 

 

    Hubo quien dijo que, si quieres conocer una ciudad, compra en un mercado, lee un periódico y visita un cementerio. De hecho las ciudades de los muertos nos enseñan mucho de la realidad de los vivos.

    Yo suelo decir que viajar no tiene que ser amable ni bonito. A mí me sirve a veces para aprender en mi papel de turista. Humildad, por ejemplo.

 

 

     Visité más tumbas en esos días. Desde el mausoleo de Solimán el Magnífico y su esposa favorita a abigarradas extensiones de lápidas que surgen en cualquier esquina de la zona histórica, cementerios de sufís donde se reza o medio derruidos con los omnipresentes gatos o el célebre café dentro del cementerio de Cemberlitas. Estambul no se puede entender sin sus muertos.

    Ahí los dejé. Espero volver y prefiero pensar que alguien se acordará de los solitarios de Kilyos.

El blog del autor: http://yosiplauma.blogspot.com/2023/

 

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