Rabat-Salé. Dos ciudades, varios mundos. Reencuentro con Marruecos (I)


Por Marshall

     Con Marruecos siempre me reencuentro, creo que hasta la primera vez que fui, pues partía de un Marruecos leído y escuchado. Desde la literatura a las noticias, que rara vez…

…suelen ser muy alentadoras desde el vecino del Sur.

   Esta vez viajamos en familia. Un destino fácil para hacer con niños. Más allá de unas precauciones básicas, como el agua del grifo y los alimentos crudos, es un destino seguro en general. Ahora bien, el miedo es gratis. Sobre Marruecos existen muchísimos prejuicios, como sobre tantos otros destinos turísticos, así que es mejor quitárselos de primeras

     Esta vez tocó empezar por Rabat, la moderna capital del país, que es uno de los muchos Marruecos que habitan en su territorio.

    Rabat y Salé son dos ciudades, a dos lados de la desembocadura del río Bu Regreg. La moderna Rabat-Ville, con bares donde tomar una cerveza, mujeres sin velo e instituciones. Al otro lado la pariente pobre, Salé. Feudo del movimiento islamista Justicia y Caridad, con mercados pobres y calles descuidadas.

      Entre las dos un flamante tranvía que ha venido a aliviar un poco el tráfico de la congestionada ciudad. Si no quieres andar, a tiro de tranvía está todo lo que es algo en ambas ciudades.

      Rabat es una ciudad muy dinámica y muy francófona. Junto con Meknés, probablemente la que más del país. Es tan europea que los monumentos históricos parecen hasta fuera de lugar. Pero son espléndidos, no hay que perdérselos.

     Por supuesto hay que visitar la ciudad antigua de Chellah, la Qasbah de los Udayas y la Torre Hassan.
Eso en la ciudad antigua y medieval. Pero también hay una ciudad colonial de edificios modernistas, plazas decó y algo de arquitectura contemporánea con sus luces y sus sombras, como suele ser habitual en estos tiempos de mucho dispendio con escasa gracia.

     Tampoco quiero detenerme mucho en ello, hay muchas formas de verlos. Hay mucho donde elegir. La forma más divertida de recorrerlos probablemente sea con los bici-taxi eléctricos.

    Pese a estar a orillas del Atlántico toda la zona es muy mediterránea. Tiene un toque que lleva a Marsella, o a lo mejor Marsella se parece ya mucho al Magreb.

    También sorprende por los precios. Rabat es cara, sobre todo si se tienen en cuenta los 375€ mensuales de media que gana un marroquí según las estadísticas.

 

      Eso sí, es una ciudad donde las desigualdades sociales son muy patentes. Del barrio Embajadores, donde se enclavan las sedes diplomáticas, o los edificios decó cercanos a la catedral católica de Saint Pierre a los barrios que rodean las ramblas del río van miles de dirhams de distancia.

     Pero más allá de las construcciones flamantes y el ambiente un poco pijo es buena idea empezar por Salé, la ciudad pescadora, antiguo baluarte pirata, que  mira al mar.

 

     Salé huele a pescado y es más bien sucia. Es otro mundo. Una ciudad en la que vive el rey, donde se encuentra el aeropuerto al tiempo que la pobreza más cruel se ensaña en parte de su población.

     Las miradas en algunas calles son más de sorpresa que de hostilidad ¿Se habrán perdido estos guiris?
Todo está hecho polvo. Los parques infantiles, las aceras cuando las hay, el pavimento o los mercados tienen un aspecto decadente.

 

   Sin embargo la muralla y toda la parte de Salé que mira al exterior, sobre todo el entorno del tranvía, lo que ven los turistas, ha sido restaurada a conciencia.

   También su madrassa, la verdadera joya de Salé, está muy restaurada. Y entre lo más interesante, aunque muchos están vedados a no musulmanes, sus cementerios.

  Junto al mar la Marina de Salé, una especie de Marbella aún más kitsch que la original y los barcos lujosos de quien se lo puede permitir.

        Desde allí se puede ver el puente Hassan II, que conecta las dos ciudades. Por el precio de un billete de tranvía tienes todo un tour panorámico al cruzarlo.

 

Al otro lado Rabat.
En fin de semana el zoco y toda la zona de la Medina se abarrota. El ambiente es marroquí por el bullicio, pero las heladerías son típicamente italianas, las cafeterías muy francesas y las tiendas son el paraíso del Made in China.

 

   Estuvimos en navidades, cuando vuelve buena parte de la emigración marroquí a sus lugares de origen, con lo que todo bulle de familias.

    Hay que entender que el concepto fin de semana en un país como Marruecos es muy peculiar. El viernes es el día de oración, en que cierran muchos comercios y las mezquitas se llenan. Pero hay un fin de semana como lo entendemos cualquier europeo para ocio y compras.

    Los porches de la Avda Mohamed V se llenan de músicos que tocan desde rock a música bereber y, si sale buen día, la gente se acerca a las playas o las teterías. La más turística sin duda la que mira desde los jardines andaluces al mar.

 

  La ciudad también madruga, la vida nocturna es una cosa reservada a unos pocos extravagantes, aunque nos aseguran que hay discotecas.

     Que se vende y consume alcohol es evidente, hace tiempo que no se esconde. Por la noche el aire atlántico sopla frío, para la última oración casi todo el mundo está en casa. En verano el fenómeno es el contrario en esta ciudad lejos del riguroso clima del interior.

      Es tiempo de desayunar. Al punto de la mañana ya hay cus-cus y se puede coger un tren. Conducir en Marruecos es para valientes y el tren es barato y sorprende por su comodidad.

     Seguimos viaje.

El blog del autor: http://yosiplauma.blogspot.com/

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