En las tierras de Minos


Por Dionisio Sánchez Loring

   Esta madrugada aterrizábamos en el aeropuerto de Heraklion con el sol todavía adormecido en las tripas del Egeo.

   A las 7.00 h nos hacíamos con un coche, no sin antes pagar una mordida de 25 euros que un viejo Zorba nos sacaba con mucho arte alegando que eran antes de las 8.00 h.

   «Esto no es para mí, es para la empresa» decía mientras enrollaba los tres  billetes en un canuto y se los metía  en el bolsillo con mano diestra.

   Una hora más tarde estábamos visitando las ruinas del palacio de Knossos, epicentro de la civilización minoica y uno de los yacimientos arqueológicos más importantes de Creta. Un paraje singular en el que la calma que transmite su vegetación montaraz se ve asaltada por los berridos de una colonia de pavos reales cuyos vivos colores deben ser los mismos que una vez  cubrieron las paredes de las ruinas por las que hoy pasean su soberbia y su celo.

   Fuimos los primeros en entrar y así conseguimos librarnos de la marabunta de turistas que arreciaron cuando marchábamos.

   Después caímos en la playa de Ammoudara, a tan sólo diez minutos de la ciudad, para refrescarnos y sacudirnos de encima alguna hora de sueño. Desde allí se puede ver la imponente silueta de la Isla de Día. Lugar donde, se dice, Teseo abandonó a Ariadna tras haber dado muerte al minotauro.

    A medio día nos sorprendió la lluvia. Con la arena aún pegada al cuello, la ropa húmeda y los ojos más llenos que los bolsillos llegamos a nuestro apartamento.

(Continuará)

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