Por Carlos Calvo
‘La furia’ es un drama visceral sobre el trauma y la incomprensión que siente una joven actriz de veintiocho años (una entregada Ángela Cervantes) al ser violada en una fiesta de nochevieja en casa de una amiga por alguien que conoce pero al que no consigue ver ni identificar. No reconoce, en efecto, a su agresor, no sabe quién de sus supuestos amigos se ha aprovechado de su borrachera para herirla en lo más hondo.
No lo denuncia. De momento, el silencio. Solo se lo cuenta a su hermano (Álex Monner), egoísta en su obsesión, que la presiona consumido por la rabia y toma sus propias decisiones en un camino cada vez más oscuro, lejos de lo que ella necesita, creando una brecha entre ellos, lo que la lleva a distanciarse de su entorno.
Porque el hermano (y hombre) siente ira al no haber sido capaz de proteger a su hermana, lo que desemboca al final en una explosión de furia. Su reacción, en efecto, se desvía por el camino de la venganza antes que enfilar la vía de la comprensión. Y pasa el tiempo para la protagonista. Y la desazón la sigue devorando. Y por el olor, finalmente, averigua quién ha sido su agresor. Y la película desgrana ese proceso traumático, la oscuridad que ello implica. También subraya sus desajustes y también sus ajustes con la infanticida Medea que interpreta en los escenarios, donde da rienda suelta a su infinito dolor a través del texto de Eurípides, un personaje con una carga vengativa tremenda. Acaso ese sugerente paralelismo con la tragedia clásica no termina de engranarse en el conjunto, y acaso ese mecanismo resulta algo forzado.
Lo que sigue, en cualquier caso, es un viaje en soledad, en su laberinto emocional, a través de asuntos como el asco y la vergüenza, la repulsión y el odio. También la ira y la culpa como consecuencias psicológicas de la vejación. Y todo se cuenta en una suerte de fusión entre el thriller, la intriga y el drama social, con un inspirado trabajo de puesta en escena, desde el realismo cotidiano hasta las estilizadas formas de la alegoría, aunque las metáforas de las venus sangrantes derivan acaso gratuitas, en un rasgo parecido, maldita sea, al cine excesivo de Paula Ortiz.
Pero la película no se deja arrastrar por lo superfluo y recobra el pulso, a pesar de un desenlace demasiado efectista, confuso y atropellado, de calculado impacto. Lo que queda, al final, es un filme que rima perfectamente con logros recientes del cine español como ‘Creatura’ (2023), de Elena Martín, o ‘Salve María’ (2024), de Mar Coll. O esa serie británica dirigida por Michaela Coel con el título de ‘Podría destruirte’ (2020). Sin victimismos. Sin miradas condescendientes. Sin paternalismos. Sin concesiones. Desde la crudeza y la contención.
Mención aparte merece la incómoda secuencia del ultraje, sin emplear la elipsis, solo con la inquietante oscuridad del fundido en negro, con ese poderoso sonido para que el espectador simplemente escuche. El sonido, en efecto, es suficiente para explicar la secuencia. Y a la par resulta mucho más inquietante al tener también un punto terrorífico, porque el público completa la imagen que no está viendo. Lo explica muy bien la periodista Alba Giraldo: “El sonido del cinturón al chocar la hebilla al desabrocharse, el roce de los pantalones al bajarse, la respiración entrecortada, el forcejeo, los sollozos de la víctima y el contacto físico propio de una relación sexual. Durante el minuto que dura la escena de la violación, la pantalla del cine se funde totalmente a negro y los espectadores solo escuchan el desarrollo de una agresión sexual”.
Tras el experimental ‘El zoo’ (2018), también sobre las fronteras que separan representación y realidad, en torno a una compañía de teatro que prepara una obra acerca de un ‘reality show’, ‘La furia’ es el segundo largometraje de la barcelonesa Gemma Blasco (autora igualmente de los cortos ‘Matices’, ‘Formas de jugar’, ‘Jauría’ o la serie documental ‘Lo chapurriáu’) y acaso la narrativa de la directora se antoja algo excesiva e irregular, más lograda en la exploración de las reacciones de la protagonista y menos, ay, en el resto de los componentes. Pero el conjunto anuncia la posibilidad de un cine nuevo, un cine veraz, un cine tan real como los propios sueños.
Se rueda entre Barcelona y Torrevelilla, el pueblo turolense de la familia paterna de la cineasta catalana, al que acude todos los veranos y fiestas de guardar, y del que varios grupos de vecinos actúan como extras.
Nacionalidad: España. Año: 2025. Producción: Mireia Graell Vicancos. Dirección: Gemma Blasco. Guion: Gemma Blasco y Eva Pauné. Fotografía: Neus Ollé. Música: Jona Hamann. Montaje: Didac Palau. Intérpretes: Ángela Cervantes, Álex Monner, Eli Iranzo, Carla Linares, Salim Daprincee, Pau Escobar, Ana Torrent, Marta Bessa, Victoria Rivero. Duración: 95 minutos.